Lola Montes, la falsa española que quiso ser reina

Lola Montes, la falsa española que quiso ser reina

La actriz francesa Martine Carol en la película 'Lola Montes', de Max Ophuls (1955)

"Si todo lo que se ha escrito de mí fuera cierto, merecería ser enterrada viva". Lola Montes. Memorias, 1858.

Era una impostora y una magnifica actriz que engañó a todos con su arrebatadora belleza y pasional temperamento. Ni se llamaba Lola Montes ni era española, pero en aquel siglo XlX consiguió más portadas que la mismísima reina Victoria de Inglaterra. Bailarina, aventurera de raza y célebre cortesana, su vida fue una sucesión de viajes, escándalos y excentricidades. Haciéndose pasar por exótica bailarina andaluza, debutó con sus boleros en los teatros más importantes del mundo, aunque su talento artístico dejaba mucho que desear. Pero nada impidió que la irlandesa Elizabeth Gilbert, su verdadero nombre, llegara a lo más alto y se convirtiera por derecho propio en una auténtica celebrity de su época. Se codeó con los literatos, políticos, músicos y aristócratas más célebres de su tiempo, Honoré de Balzac, George Sand o Alejandro Dumas. Se casó en tres ocasiones y tuvo una larga lista de amantes, entre ellos el compositor Franz Listz, con quien vivió un apasionado romance. Y sobre todo, enamoró al rey Luis l de Baviera, quien la nombró condesa de Landsfeld. Por su amor, el monarca se vio obligado a abdicar, lo que a ella le aseguró un lugar en la historia. Gracias al acceso a documentos inéditos y a la correspondencia privada entre el rey la bailarina, he podido reconstruir la vida de una las mujeres más famosas del siglo XlX.

Luis l de Baviera nunca olvidó el día que Lola Montes irrumpió en su vida como un torbellino. Era una luminosa mañana de otoño de 1846 y el anciano monarca se enamoró de ella al instante. La joven tenía veinticuatro años y se encontraba en la plenitud de su belleza. Había llegado a Múnich con el propósito de actuar en los escenarios del Teatro de la Corte y consiguió una audiencia con el rey para solicitarle un permiso como artista invitada. Dispuesta a ofrecer al monarca la imagen de una autentica dama de la nobleza andaluza, preparó a conciencia la puesta en escena. Eligió un sobrio vestido de terciopelo negro y recatado cuello de encaje, recogió su cabello con un sencillo moño y cubrió su cabeza con una larga mantilla de encaje negra. No se olvidó de su inseparable abanico ni de perfumarse con unas gotas de esencia de jazmín, su fragancia preferida. El rey, a sus sesenta años, quedó cautivado por su hermosura, gracia e ingenio. La audiencia se prolongó más allá de lo habitual.

  5c8ade812500001304c9c97bGetty Images/DeAgostini

Luis era un apasionado de España, país que nunca había visitado pero que despertaba en su corazón todo tipo de pasiones. Para él era la reencarnación de un sueño romántico: una tierra de poesía, serenatas de guitarra, ardientes mujeres y amores prohibidos. El monarca le confesó que era un lector habitual de Cervantes y Calderón de la Barca, y que su libro favorito era El Quijote. Cuando Lola abandonó el gabinete de palacio, el rey no imaginaba que aquel encuentro cambiaría para siempre su destino y el curso de la historia. Y que esa joven morena, de piel aterciopelada, magníficos ojos azules y larga melena rizada que acababa de conocer sellaría su destino.

Dos días después de su entrevista con el rey de Baviera, la bailarina debutó en el teatro de la Corte interpretando Los boleros de Cádiz. El público recibió con frialdad sus danzas españolas y la prensa deploró su escasa formación académica. En lo que todos coincidían era en su notable poder de seducción y exótica belleza. Su fiasco como artista se vio recompensado con el amor incondicional del rey. En las semanas siguientes, Luis se entregó a ella con una devoción enfermiza, sin importarle el escándalo ni la mala fama que la precedían. En la corte se rumoreaba que el anciano monarca había perdido literalmente la cabeza por una mujer de turbio pasado.

  Retrato de Lola Montes de Joseph Karl Stieler que se conserva en la Galería de las Bellezas, en el palacio de Nymphenburg en Múnich

El rey Luis era un hombre culto, inteligente y adicto al trabajo, muy querido por su pueblo. Pertenecía a la Casa de Wittelsbach, una antigua y poderosa dinastía alemana que gobernó Baviera durante siete siglos. Un monarca enamorado de la belleza y el mundo clásico que, desde su juventud, soñaba con edificar una urbe perfecta y monumental inspirada en la Roma y la Grecia antiguas. Otra de sus pasiones era la poesía y, desde muy joven, escribía sonetos, odas y poemas en los que plasmaba sus más íntimos sentimientos. El rey estaba casado con Teresa de Sajonia y tenía nueve hijos. Una esposa devota y abnegada dedicada en cuerpo y alma a hacerle feliz, que aceptaba con resignación sus continuas infidelidades.

Tras su fracaso en los escenarios, Lola se convirtió en la amante oficial del rey Luis. Ajeno a las críticas, la colmó de regalos y accedió a todos sus caprichos. Encargó su retrato al gran pintor de la corte Joseph Stieler, quien la inmortalizó vestida como "genuina bailarina andaluza". El cuadro quedó instalado en su pinacoteca real, conocida como la "Galería de las Bellezas". También le ofreció a su favorita una generosa pensión anual y le regaló una mansión cercana a palacio donde la visitaba a diario. La relación entre el rey y la española despertó un profundo malestar en la conservadora Baviera. La influencia de Lola Montes y sus ideas liberales sobre el querido monarca resultaban intolerables para la mayor parte de la población. Durante los dos años que duró su escandaloso romance, la ciudad vivió una auténtica revolución. Lola, tan ambiciosa como excéntrica, no se conformó con ser la amante del rey y exigió que éste la nombrara condesa, lo que enfureció a los miembros de la aristocracia.

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Sin embargo, para Luis aquella fue la etapa más feliz de su vida. Había encontrado en Lola a su musa y compañera y dio rienda suelta a su amor sin importarle las consecuencias: le escribía poemas, la visitaba a diario en su nido de amor y la complacía en todo. Pero el malestar fue en aumento cuando ella comenzó a interferir seriamente en los asuntos de Estado. La situación se volvió insostenible tras la dimisión en bloque de todo el gobierno. En 1848 estalló una revolución y Lola se vio obligada a abandonar Baviera entre los gritos y los insultos de una muchedumbre que pedía su cabeza. Poco después, el soberano abdicó en su hijo Maximiliano. Había perdido el trono y el respeto de su pueblo. "Solo soy la sombra de un rey", confesó apenado tras la huida de su amante. Aunque el monarca confiaba en poder reunirse con ella cuando la situación se calmara, sus caminos se separaron para siempre.

El rey Luis conservó celosamente cientos de cartas que le había escrito a lo largo de su tormentosa relación y los poemas que le inspiró. También guardó como una reliquia el pie de su amada esculpido en mármol, que antaño besaba todas noches antes de acostarse. Es cierto que había sido un incorregible conquistador, pero Lola, tan distinta a las demás, fue su gran pasión. Aunque por ella lo perdió todo, nunca le guardó ningún rencor. Siempre estuvo al tanto de las aventuras de su amante, quien, tras abandonar Alemania, retomó su carrera artística y se embarcó rumbo a los Estados Unidos, donde vivió la fiebre del oro y actuó para los rudos mineros. Su embajador en París le hacía llegar los recortes de la prensa que hablaban de sus amoríos y los éxitos que cosechó en la última etapa de su vida como escritora y brillante conferenciante.

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Tras su muerte en Nueva York, a punto de cumplir los cuarenta años, se convirtió en una leyenda. Su azarosa vida de femme-fatale inspiro a novelistas y directores de cine. En 1930, Josep von Sternberg le dedicó su particular homenaje en la película El Ángel Azul, donde una jovencísima Marlene Dietrich daba vida a una cabaretera llamada Lola Lola. También el director de culto Max Ophüls rodó un biopic sobre su vida, Lola Montes (1955), donde la actriz y sex symbol francesa Martine Carol interpretaba a la bailarina y aventurera. En España, fue la actriz donostiarra Conchita Montenegro quien encarnó a Lola Montes junto a Luis Prendes, en una película de Antonio Román de 1944. Fue su última película, porque la Montenegro -otra dama de genio y figura cuyo retrato ocupa la portada del libro- abandonó el cine y se casó con el diplomático Ricardo Giménez-Arnau.

Cuentan que el día en que el rey Luis se enteró de la noticia de la muerte de su amada Lola, sintió una gran tristeza. A sus setenta y cuatro años, vivía retirado en Niza, donde llevaba una existencia tranquila alejada de las presiones de la corte. Aunque intentó olvidarla con otras relaciones, no lo consiguió. Lola fue su locura y perdición; una mujer por la que, según sus propias palabras, "un hombre debería estar dispuesto a darlo todo, incluso la vida".

Cristina Morató es autora de Divina Lola (Plaza y Janés)

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