Siete cosas que nadie me contó sobre trabajar desde casa

Siete cosas que nadie me contó sobre trabajar desde casa

No son todo ventajas.

PEXELS

Ahora que estoy sentada escribiendo mi primer post sobre las cosas que nadie me contó sobre trabajar desde casa, tengo que confesar algo. En primer lugar, que llevo la misma ropa que me puse anoche para dormir. Me he vuelto a poner el pijama después de ducharme. En segundo lugar, que tengo tantos proyectos inacabados en mente que pido disculpas de antemano si empiezo a desvariar. Por último, que mi compañera de trabajo, Allison Janney, está allá al fondo en silencio, así que tengo unos cuantos minutos para centrarme en escribir esto.

Hace ya diez años que trabajo desde casa y, cuando se lo digo a la gente, suelen darme una de las siguientes dos respuestas:

1) ¿En serio? ¡Debe de ser una pasada!

2) ¿Cómo demonios se consigue un trabajo así?

Aunque trabajar desde casa ya es algo normal para mí, sigue siendo un desafío cada día. Hay un montón de cosas de las que ojalá hubiera sido PLENAMENTE consciente antes de aceptar mi primer trabajo desde casa. ¿Con cuántas de estas te sientes identificado?

Prácticamente todos los libros de autoayuda te dicen que la rutina es la solución para que una persona consiga organizarse y hacer de una puñetera vez lo que tiene pendiente. Pero ¿dónde está la rutina cuando te pasas la semana entera en el mismo sitio, durmiendo tan cerca de donde trabajas y reuniéndote en cafeterías porque hacerlo en casa es poco profesional? Así que no, no puede haber rutina.

Cuando un día no hay ninguna reunión, lo más probable es que no me "prepare" para ir al trabajo. Lo normal es que me ponga una sudadera o simplemente el pijama, con el pelo hecho un ovillo y sin maquillaje. No merece la pena molestarme. Además, me cuesta segundos salir de la cama y encender el portátil. Y por eso mi ropa profesional de la universidad sigue colgada sin usar en el armario y llevo pantalones vaqueros cuando me visto.

Cuando muchos de mis amigos con trabajos tradicionales tienen la ocasión de trabajar desde casa por un día, suelen decir que han hecho un montón de tareas domésticas que tenían pendientes. Me explican con orgullo lo mucho que les ha cundido ese día en casa. Sin embargo, cuando trabajar desde casa es la tónica habitual de todos los días, esas mismas tareas domésticas se convierten en un demonio que te distrae del trabajo. Oigo que la ropa sucia, desde la rebosante bolsa en la que se acumula, me llama a gritos; la vajilla, limpia o sucia, también reclama mi atención. No hay ningún lugar en el que pueda esconderme de sus incesantes reclamos. Y, aunque hable con mi marido de aumentar nuestra familia de dos miembros, no tengo ni idea, literalmente, de cómo puede trabajar una persona con hijos desde casa. Las interrupciones, distracciones y la falta de privacidad dinamitarían mi capacidad de trabajo.

El silencio es ensordecedor y trabajar desde casa te aísla del mundo. Echo de menos la energía de los lugares de trabajo tradicionales. Actividad, ruido y conversaciones alrededor. Algunas personas se ponen música. A mí me gusta hablar durante mi jornada laboral, así que hago maratones de Netflix. Se ha convertido en mi compañero de trabajo. Y sí, le hablo a la tele a veces. Así evito volverme loca.

Al trabajar desde casa para una empresa o para un particular, no tengo ningún sistema de asistencia. Soy mi propia asistencia, asesoramiento profesional y administración (y la mayor parte del tiempo no tengo ni idea de lo que hago). También implica que no tengo a nadie para intercambiar ideas o debatir, así que, en cierto modo, siento que me quedo rezagada en lo que a crecimiento profesional se refiere en comparación con mis antiguos compañeros de clase.

Algunos días me siento muy motivada y otros nada. Cuando trabajas en una oficina, al menos tienes que levantarte y arreglarte para ir allí. Sería muy extraño que pudieras pasarte el día entero mirando la pantalla del ordenador sin hacer nada. En casa, en cambio, los días en los que te falta la motivación son los más difíciles de afrontar. Son los días en los que las distracciones causan estragos, los días en los que la disciplina es el único as en la manga.

Mi portátil y mi iPhone van siempre conmigo. No puedo ir a ninguna parte sin llevar encima, como mínimo, uno de los dos. Da igual si es una noche, un fin de semana, un día laboral... La frontera se difumina, sobre todo cuando mi marido llega tarde a casa y no tengo a nadie que me diga que es hora de apartar la vista de la pantalla.

Me he acabado dando cuenta de que, para lograr algo de ese equilibrio, tengo que salir de casa y rodearme de gente, olvidarme de las tareas domésticas y conversar con seres humanos.

Por todas las razones que he expuesto, por todas las que se me ha olvidado mencionar y para lograr algo de paz en mi mente, llevo un tiempo buscando alguna comunidad laboral a la que unirme para crecer personal y profesionalmente, hacer contactos, adaptarme a una rutina y concentrarme para poder, de una puñetera vez, acabar lo que tengo pendiente. Como no encontraba una comunidad sólida, uní fuerzas con mi mejor amiga para crearla nosotras mismas: Haven Collective.

Este post fue publicado originalmente en el 'HuffPost' Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.