La Alemania de Günter Grass

La Alemania de Günter Grass

Grass se atrevió a decir que el nacionalsocialismo hitleriano no era sino la punta del iceberg, la lógica puesta en escena de una sociedad ambiciosa representada en la pequeña burguesía a la que le crecían los enanos. El distanciamiento mental, siempre ominoso por encubridor, de las cámaras de gas nunca se produce del todo y el sentimiento de culpa emerge con el tufo de los hornos crematorios.

DANIEL BOCKWOLDT/EFE

Más allá de la devastación moral y política del III Reich, 1945 no constituye el año Cero -literariamente hablando-, sino una oportunidad para la reinvención. Dos años después surgió el Grupo 47, el primer intento de la posguerra de reconstruir el panorama literario germánico, en el que destacan Hans Werner Richter, el autor de Dejados de la mano de Dios (1951), y el dramaturgo y novelista Peter Weiss, autor de La instrucción, y que superó en celebridad con el alucinante drama Marat-Sade -representada por un grupo teatral del hospicio de Charenton- dioses de las letras como el suizo Friedrich Dürrenmatt, Martin Walser y Otto F. Walter. Los escritores en lengua alemana, con una evidente intención ética, se vieron engullidos por la necesidad de superar una posguerra estigmatizada por el nazismo. En este contexto, destaca por derecho propio el recientemente fallecido Günter Grass, por su capacidad para recrear la atmósfera blanda e irrespirable de los errores históricos acumulados por el pueblo alemán.

En ese sentido histórico y político hay que entender su obra más conocida, la llamada trilogía de Danzig: El tambor de hojalata (1959), El gato y el ratón (1961) y Anestesia local (1969), que recoge en realidad el choque vital entre los comerciantes luteranos y los eslavos católicos, trasunto de los padres de Grass, un nazi luterano y una polaca católica. Como Thomas Mann, James Joyce o Marcel Proust, Grass no quiso que se olvidase el retrato de la clase burguesa que, en su caso -en el de su propio padre-, era el reflejo de la descomposición moral que aupó a Hitler al poder. Igual que Oscar Matzerath, el enano loco y mentiroso, el asocial pretencioso de voz chillona que dejó de crecer a los cuatro años por propia voluntad y que está a punto de salir de la celda de un hospital para enfermos mentales. Pero antes ha de acabar su autobiografía con el papel que le facilita su carcelero. Como el propio Grass: antes de que se olvide. Su historia es la historia de la Alemania y la Polonia de preguerra, el triunfo de Hitler, la caída polaca, el holocausto nazi y la división de Alemania, que no es libre de su estigma, pero cree serlo.

Grass retrata a su maestro Bertolt Brecht en una pieza magistral, Los plebeyos ensayan la rebelión (1966), en la que el dramaturgo ensaya el Coriolano de Shakespeare y mantiene una posición ambigua ante la represión que la RDA llevó a cabo contra el levantamiento popular del 17 de junio en 1953 en Berlín Oriental. Günter Grass dedicó después su pluma a dar una vuelta de tuerca de abstracción; así nacieron la alegoría y la metaliteratura de joyas menos evidentes -y, por lo tanto, menos conocidas-, como El rodaballo (1977), Encuentro en Telgte (1979) y La ratesa (1986); rodaballos dotados con el don de la palabra conceden la inmortalidad a los pescadores en la Edad de Piedra, escritores que se reúnen en 1947 para cambiar el mundo ante una Alemania tan dividida como la que sucedió a la guerra de los Treinta Años, roedores que planifican conquistar el mundo y lo conducen al apocalipsis nuclear... Las demócratas orgánicas, las ratas, han resistido décadas de miseria: la desratización resulta inviable. Encuentro en Telgte constituye el mejor homenaje jamás escrito a la Libussa de Hans J. Christoph von Grimmelshausen y su pícara Coraje, y a los intelectuales que trataron de reconstruir lo que los militares habían destruido. Con Grass, el barroco vuelve tras la Segunda Guerra Mundial con el crujir de la madera de un bajorrelieve de coro.

Grass se atrevió a decir que el nacionalsocialismo hitleriano no era sino la punta del iceberg, la lógica puesta en escena de una sociedad ambiciosa representada en la pequeña burguesía a la que le crecían los enanos. El distanciamiento mental, siempre ominoso por encubridor, de las cámaras de gas nunca se produce del todo y el sentimiento de culpa emerge con el tufo de los hornos crematorios. En su obra, el pasado nazi dialoga con el presente, especialmente en A paso de cangrejo (2002). Alemania unida bajo el fascismo, dividida en la posguerra y vuelta a unir con Willy Brandt para después quebrarse en un mosaico socialdemócrata y capitalista. Provengan de la izquierda o de la derecha, las infamias de los políticos son el resultado inevitable de la involución ética del pueblo alemán.

Con la lucidez del superviviente, Günter Grass escribió contra la vieja música de siempre y la nostalgia que no significa nada, la que, en un eterno retorno, araña los recuerdos sin avanzar. Acaso la mente de Grass acarreaba más recuerdos que otros autores y con mayor minuciosidad de la que él deseada. El suyo fue un barroquismo perenne y valiente atravesado por sombras, no apto para todos los públicos.