La vida romanesca de Juncal Martini

La vida romanesca de Juncal Martini

Juan Ontanilla

Son infinitas las historias que se han publicado sobre mujeres extraordinarias vinculadas a las letras: periodistas, poetas, escritoras, aventureras y corresponsales de guerra célebres como Gertrude Bell, Martha Gellhorn, Oriana Fallaci o Katharine Graham –directora de The Washington Post–; pero hasta ahora no había existido una crónica concisa y fidedigna, que de manera inequívoca señalase la pulsión de vida con todos sus afanes de una de las más distinguidas y, paradójicamente, desconocidas: la de la andaluza Juncal Martini, que ha hecho de la ficción y el reporterismo su coartada moral.

Pocas veces han trascendido sus indocilidades y rebeldías, pues la prensa campanuda, celosamente silenciosa ante las mujeres representativas y exponentes del periodismo "de calidad", ha adoptado desde siempre y hacia su persona una actitud de distanciamiento. Algo que, por otro lado y a diferencia de sus egregios colegas, a Juncal, que vive envuelta en una primavera permanente, le ha permitido dar rienda suelta a todos sus proyectos de manera discreta, a pesar de haber sido galardonada con el Premio Goncourt gracias a su soberbia Espérame en Príncipe Pío, su novela más célebre, la mejor autopsia –a decir de la crítica– del Madrid del siglo XXI, capital de la confusión, la aglomeración y la extenuación.

Considerada subversiva por derechas e izquierdas, democristianos y socialdemócratas, Juncal Martini se ha recorrido agencias, emisoras de radio y canales de televisión... dejando tras de sí un reguero de corazones rotos, solterones de ida y cuarentones de vuelta de la cosa periodística, que prendados de sus cualidades –una mezcla imposible y única de insolencia y de elegancia, de vocación intelectual sin postureo, de inveterada alergia al papel cuché– se resisten a no ser los únicos, en este gran bazar que es la prensa, donde se venden y regalan amoríos urgentes. Así, a Juncal Martini se la ha visto en más de una ocasión y siempre esporádicamente con artistas, rapsodas, bohemios, camareros, vates trasnochados, plumillas de gatillo fácil y cuentacuentos que nunca han acabado de convencerla.

Su secreto: una suerte de proyección de todas las ficciones posibles sobre el escenario de su propia existencia; por eso Martini no podía sospechar que la pasión irrumpiría en su vida de forma tan contundente, con el aplomo de las cosas verdaderas. "El del amor es tal vez el único lujo que no puedo permitirme porque me vuelve extraordinariamente vulnerable", dijo en una ocasión, en un célebre reservado, rodeada de dramaturgos y poetas. Uno de ellos, Premio Nacional de Poesía, llegó a perder incluso el conocimiento tras escucharle que "los amores se atascan muy dentro, en las entrañas, si han sido verdaderos. Pueden desgarrar por dentro si se tratan de arrancar de cuajo".

Juncal Martini es como un golpe de Estado contra las mentalidades ingenieriles, una llamada de la selva granadina, una eterna adolescente convertida en "viejoven" por los millennials, un diablo de la tinta y el papel, un arcángel de los bulevares a partir de las 2 de la madrugada... Es la chispa y tupitina de la vida, la que salta y lo incendia todo de bendita locura, una mujer de acción que ha aprendido incluso las destrezas del tiro con arco: una vez, en un certamen, atravesó a cien metros de distancia el sombrero de copa del embajador de los Estados Unidos.

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A la opinión pública todavía le entusiasma saber que aún hay personas así, a redropelo, hechas de emotividades de otro tiempo, hiperestésicas, irreductibles a la definición, capaces de estremecerse con el síndrome de Stendhal y de entusiasmarse con una exposición de Zuloaga... Su propuesta política, una democracia de las artes y las letras, con distintas sedes parlamentarias repartidas por todos los teatros madrileños, ha hecho correr ríos de tinta y enrojecer de rabia a sus enemigos más conservadores. porque ella se apunta a un bombradeo cultural, mientras el mundo se empeña, cada vez más, en volverse gris plomizo.

Juncal desayuna Moët& Chandon frente a su casa y en los inviernos se abriga el cuello con una bufanda multicolor que se le enrosca a la garganta con la delicadeza de un mamífero enamorado. En el tinglado de la farsa política, es la periodista "incorrecta" que hace envainársela a sus señorías y pillarlos en todos los renuncios. Almuerza a veces encima de un congelador, como algunos gatos, porque eso le da "una cierta perspectiva de las cosas", dice. Sus besos de macedonia y frutos del bosque, con la turgencia y la frescura refrescante de un gajo de mandarina, son la envidia del mundo. Firmas de cosméticos le han ofrecido millones para que les revele sus cálidos misterios, con el fin de diseñar un lápiz de labios cuyo relieve, forma y volumen se adapten a la orografía y a los nítidos contornos de su boca, para conseguir incluso la textura y el sabor originales de su piel.

Para Juncal Martini, el mundo es el mejor de los escenarios posibles, a pesar de todo, incluso de ella misma y de sus muchos y necesarios tropiezos, conjurados gracias a su extraordinaria capacidad de fascinarse por las cosas sencillas. "Una vida romanesca es acaso la más bella y vivaz de todas las vidas", le comentó al ministro de Educación, Cultura y Deporte cuando la tachó en público de audaz y temeraria, cuando la joven periodista puso en tela de juicio sus políticas educativas. A los rancios Juncal les parece peculiar, exótica, absurda, errática, reprobable e incluso escandalosa. Por cuanto el mundo real no es el lugar soñado para Juncal Martini, su vocación periodística es más una ética que un oficio, una pasión que una profesión, porque se sabe capaz de reescribir un país mucho más a la izquierda, tan revolucionario como ella... o incluso más.

Como en una novela metaficcional de Pirandello o de Unamuno, Juncal se ha enamorado, dicen, del autor de sus días, y lo ha hecho con tamaña locura, que apenas es ya capaz de concentrarse en nada ni de hacer algo a derechas, limitándose desde hace pocos días a la crónica corta de breve aliento o encerrándose a pasar largos ratos en la cripta de la Almudena o en el Cementerio Civil. Y ese sentimiento, que se va extendiendo por todo su cuerpo poco a poco, la excita sobremanera con esa placentera incertidumbre de las cosas que no podemos controlar, con la amenaza de lo imprevisible... Del latido de la vida, en definitiva, tan trágico, intenso, salado y espeso como el sabor a sangre después de un buen golpe en la nariz.

En la última bohemia, algunos hemos tenido la suerte de volver a encontrarnos, inevitablemente, en días de vino y rosas, a esta ilusionista de las largas pestañas, a la muchacha que se enamora de golpe –como cuando dos automóviles chocan violentamente, o como un cruce de destinos–. Y vivir esa vida romanesca los demás... no se lo perdonan a nuestra querida Juncal Martini.

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