Ciudades latinoamericanas en el ojo del cambio climático

Ciudades latinoamericanas en el ojo del cambio climático

Las ciudades son el centro económico, demográfico y de innovación. Y como tales consumen el 66% de la energía y generan el 70% de las emisiones de gases de efecto invernadero. Al mismo tiempo, sufren los mayores impactos de desastres climáticos como huracanes e inundaciones.

En el tema del cambio climático, está claro que no se puede tapar el sol con un dedo. En mis conversaciones con agricultores, alcaldes, empresarios y jóvenes a lo largo de América Latina, y por nuestras redes sociales, el cambio climático aparece como una realidad innegable.

Olvidemos por un segundo los estragos climáticos palpables -supertormentas, inundaciones, sequías y demás- que están causando enorme sufrimiento y pérdidas millonarias en todo el planeta. Poniendo todo eso en un paréntesis, lo cierto es que la temperatura ambiental está subiendo, como ya hemos advertido en un post anterior, y con ella los riesgos de cambios sustanciales e irreversibles en los patrones climáticos.

El cambio climático está aquí para quedarse. El tema es cómo enfrentarlo. En este blog trato de plantear algunas sugerencias útiles.

Empecemos por los avances concretos. Apenas un año después de los estragos del Huracán Sandy, mandatarios, empresarios y organizaciones no gubernamentales se reúnen en Nueva York desde este lunes en la Semana del Clima NYC2013 para discutir cómo luchar contra el cambio climático y asegurar un desarrollo verde y equitativo.

En la escena global ciudades latinoamericanas como Río de Janeiro o Bogotá, tienen cada vez más cosas que decir sobre el camino a seguir.

Les digo por qué: a nivel mundial, las ciudades son el centro económico, demográfico y de innovación. Y como tales consumen el 66% de la energía que se produce y generan el 70% de las emisiones de gases de efecto invernadero.

Al mismo tiempo, sufren los mayores impactos económicos de desastres climáticos como huracanes e inundaciones. Por ello se considera que las ciudades desempeñan un papel fundamental en la batalla contra el cambio climático.

En América Latina, no sólo son el motor económico, sino que además definen la calidad de vida de cerca del 80% de la población -porcentaje que tiende a crecer a medida que aumenta el crecimiento urbano de Centroamérica, y de las ciudades pequeñas y medianas de Sudamérica.

La buena noticia es que las ciudades latinoamericanas ya están tomando la delantera. Recientemente los Premios al Liderazgo del Cambio Climático reconocieron a tres ciudades de la región -Bogotá, Ciudad de México y Río de Janeiro- por la forma innovadora y socialmente inclusiva de luchar contra el cambio climático. Hay que destacar que estas urbes fueron las únicas premiadas entre los países emergentes.

Batalla en dos frentes

Creo que la lucha contra el cambio climático en la región tiene dos frentes importantes. Primero, la preparación contra los desastres climáticos que enfrentamos hoy, así como los del futuro con su mayor intensidad y frecuencia. Segundo, la reducción de gases de invernadero con especial énfasis en las ciudades y el sector agroforestal.

En este sentido es clave que el crecimiento de las ciudades se planifique y desarrolle de manera eficiente y sustentable. A continuación les ofrezco tres claves para saber si una ciudad está creciendo como debiera:

• Primera clave: ¿se está promoviendo un uso eficiente del suelo, agua y energía y que lleve a ciudades más compactas y con un mejor sistema de transporte?

• Segunda clave: ¿se trata de un crecimiento más limpio con especial énfasis en contaminantes climáticos de corta vida tales como el carbón negro de los vehículos, o el metano que emite la basura? Estos contaminantes son especialmente críticos porque no sólo tienen impactos globales sino también en la calidad local del aire y en detrimento en la salud.

• Clave final: ¿se está mejor preparado para los desastres climáticos de hoy y de mañana? Los recientes fenómenos climáticos que han afectado a dos terceras partes del territorio mexicano nos recuerdan la urgencia de tomar acciones efectivas para reducir la vulnerabilidad de nuestras ciudades.

Se preguntarán: ¿Cómo lograr todo lo anterior para que la mayoría se beneficie del cambio? En otras palabras, ¿cómo hacer para que el crecimiento de las ciudades sea incluyente, además de amigable con el medio ambiente global y local? Creo que eso implica otras cuatro condiciones:

La primera es: invertir en servicios de transporte público más eficientes y al servicio de todos, incluidas las poblaciones más pobres. Una segunda condición, también en el ámbito de servicios, sería promover una gestión integral de los residuos sólidos.

Finalmente en el ámbito de políticas públicas habría que, primero, combinar las políticas tarifarias y los subsidios a los más pobres para promover un uso general más eficiente del agua y la energía. En segundo lugar había que diseñar políticas de suelo que prohiban construir en las zonas de mayor riesgo de inundación y lleven a ciudades más compactas y ordenadas.

Estas acciones ya se están llevando a cabo en muchas ciudades de América Latina y tienen el potencial de expandirse a otros conglomerados urbanos de la región. Para apoyar estos esfuerzos, el Banco Mundial anunció la iniciativa Ciudades Habitables con Bajo Nivel de Emisiones de Carbono que plantea respaldar los esfuerzos de desarrollo con bajo carbono de 300 ciudades de países en desarrollo durante los próximos cuatro años. El plan incluye varias herramientas técnicas y financieras tales como inventarios de gases de efecto invernadero y planeación de inversiones de bajo carbono.

Estoy convencido de que la lucha contra el cambio climático no se debe librar únicamente en las grandes metrópolis. Hay oportunidades enormes en las ciudades de menor tamaño y rápido crecimiento, donde se pueden evitar los errores que vemos hoy en los grandes centros urbanos.

Unas ciudades eficientes, limpias y mejor preparadas para los desastres naturales serán no solo más competitivas sino también epicentros de combate contra uno de los flagelos más devastadores del siglo XXI: el cambio climático.