'Life is life' en Sarajevo

'Life is life' en Sarajevo

Pasear por el cementerio de Lav, o por cualquier otro de Bosnia, enseguida se hace diferente al de hacerlo por cualquier otro cementerio del mundo. Miras una lápida, 1992, otra, 1993, otra, 1994, una más de nuevo, 1992, ahora 1995 y de nuevo 1993. Y así casi eternamente.

La agenda de nuestro rodaje nos lleva al cementerio de Lav, en la capital bosnia. Los astros parecen haberse puesto de acuerdo y han ocultado el cielo azul y el brillante sol que días atrás iluminaba Sarajevo. Justo hoy, las nubes y la niebla deciden crear un ambiente de película más que de documental.

Pasear por el cementerio de Lav, o por cualquier otro de Bosnia, enseguida se hace diferente al de hacerlo por cualquier otro cementerio del mundo. No por sus pasillos, ni por sus árboles, ni por sus flores, sino por sus lápidas. Y no porque sean más bonitas o feas que en otros lugares, sino por las fechas de la muerte reflejadas en la inscripción de la mayoría de los fallecidos. Miras una lápida, 1992, otra, 1993, otra, 1994, una más de nuevo, 1992, ahora 1995 y de nuevo 1993. Y así casi eternamente. Todo aquel no acostumbrado a ver un denominador común en la muerte de tantas personas (en este caso una guerra que borró una ciudad durante estos cuatro años), no puede evitar sobrecogerse ante tal imagen.

Entre tanta lápida y tanta víctima me detengo. Boban, el protagonista de nuestro documental, me había hablado de este recoveco del cementerio y me lo había mostrado a nuestra llegada. Seis lápidas, impolutas, sencillas, blancas, rodeadas por un bordillo, impoluto, sencillo, blanco. "Debe de ser una familia entera", me dice Boban, emocionado, antes de dejarme solo. Dragnic y Tatarenic son los dos apellidos que podemos leer en las inscripciones. Y un denominador común: 1994.

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Aida acaricia la tumba de su hermano Adnan, en el cementerio de Lav, en Sarajevo (Edu Marín).

Una señora, pelo canoso, gafas, rostro serio, se acerca. Lleva un ramo de rosas en la mano. Se para delante del recinto, respira profundo. Deja el ramo a un lado y comienza a rodear el bordillo, sustituyendo las rosas antiguas, ya un poco secas pero perfectamente colocadas enfrente de cada lápida, por unas nuevas y brillantes. Me alejo un poco para intentar respetar su intimidad. Sin embargo, no puedo evitar coger la cámara y hacer alguna foto de este momento. Aida ni se inmuta. Continúa cambiando las rosas, acariciando cada lápida a su paso. Cuando acaba, se para enfrente de una de ellas. La mira, en silencio. Respira. Asja Tatorevic es lo que reza su lápida. Aida, sin embargo, no reza. Sólo la mira. Cuando se da la vuelta para irse, decido acercarme e interesarme por la historia que esconden estos poco más de doce metros cuadrados. "Mi hermano, su mujer, sus niños, su suegra y su cuñado", me dice Aida en un inglés bastante correcto. "Estaban comiendo todos juntos en su casa. Eran las tres de la tarde cuando una bomba entró en su salón, matándolos a todos en el acto". No sé que decir, solo se me ocurre "I'm sorry". Hablamos un poco más sobre España y cuando está a punto de irse, vuelve a mirar a las lápidas. Yo también lo hago y me doy cuenta de que en la de Asja hay dos rosas, en vez de una como en el resto. Fecha de nacimiento: 1983. La pequeña Asja se fue de este mundo con tan solo 11 años. Vuelvo a decir que lo siento. Aida me mira y esboza una sonrisa: "Life is life".

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Tumba de Asja Tatorevic, sobrina de Aida. (Edu Marín)

Los que nos embarcamos en esta aventura del documental Good night, Sarajevo, no pertenecemos a ninguna empresa ni productora. Somos profesionales freelance, con todo lo que eso conlleva. Por ello, para que este documental sea una realidad, estamos llevando a cabo una campaña de crowdfunding. Si tú también quieres ser parte de Good Night Sarajevo, puedes hacerlo a través de: http://www.mymajorcompany.es/projects/good-night-sarajevo