Bowie, el farsante de Brixton

Bowie, el farsante de Brixton

GTRES

Hace varios meses leí una declaración del desaparecido Leonard Cohen referente a la concesión del Nobel de Literatura a Bob Dylan. Decía que era "como ponerle una medalla al Everest". Me hizo reflexionar sobre las distinciones de magnitud humana en las artes, y su poca necesidad cuando se intenta distinguir a personas que se encuentran por encima de la mayoría de mortales. También pensé en lo complicadas que deben resultar algunas cuestiones cuando eres algo así como el Everest o el Coloso de Rodas en piel humana.

Esto me llevó a recordar la fantasía que tuve el fin de semana anterior a la muerte de Bowie. Había conseguido su nuevo disco, que estuvo colgado algunas horas en Internet en una calidad de audio respetable, al tiempo que aparecían las primeras crónicas sobre el mismo. Todas eran unánimes en alabar a Blackstar, un disco que sonaba a Bowie, dentro de sus toques jazzeros y su aura melancólica representaba una novedosa continuidad de su obra. Lo escuché compulsivamente entre el 8 y el 10 de enero porque el álbum es fantásticamente bueno. En esas pensé: qué momento tan perfecto para retirarse. Debe ser agotador llevar a cabo esa tremenda disciplina artística durante toda una vida, que nos permite a los demás imaginar un futuro de profundos cambios de ideas y formas. Sabía que David nunca se retiraría de una forma convencional. Me vinieron cabeza abajo todas las identidades que coleccionó en su carrera, y cómo se creía desde primera línea hasta la última de su propio guión. En la mente empezaron a mezclarse imágenes de cómo acabó con Ziggy aquella noche del '73 en el Hammersmith Odeon londinense, y que décadas más tarde tradujo de una manera menos figurada la película Velvet Goldmine. ¿Habría llegado el momento de matar al personaje máter de toda esta increíble historia? Imaginé que se apartaría del mundo de manera ficticia para poder vivir sus últimos años sin la presión de ser David Bowie. Todavía hoy me gusta pensar esto para escapar de la versión oficial.

En la navidad de 1999 conocí a ese profeta cósmico llamado Ziggy y mi vida se convulsionó para siempre. El alien de Brixton cambió mi perspectiva del mundo de una manera vital. Detrás del maquillaje kabuki, de los trajes de Yamamoto, y de toda aquella opereta galáctica estaban esos ojos bicolor que me hablaban directamente a mí. La primera vez que sentí algo parecido a las drogas o al sexo fue cuando Moonage Daydream entró por mis oídos y descargó su calambrazo por la espina dorsal, al tiempo que llenaba de azúcar mis neuronas. El estribillo repetía Keep your 'lectric eye on me babe [...] Freak out in a Moonage Daydream oh yeah, mientras el solo de guitarra de Mick Ronson me transportaba muy lejos de la habitación donde estaba. Todavía hoy día no sé qué es exactamente Moonage Daydream, pero en aquel tiempo yo quería enrolarme a eso como fuera.

Más tarde llegó a mis manos Low, que sonaba diferente a todo, y eso que está fechado en el '77. No sé cuántas veces reproduje Always Crashing in The Same Car en mi Pentium 166, con ese sintetizador y esa voz evasiva que lo hacían parecer grabado en el espacio exterior. Estoy seguro que habría hecho polvo varias copias del álbum si me lo hubiesen regalado en disco o casete. Cuando ya habían pasado horas me dejaba sacudir por el aguijón Sometimes you get so Lonely de Be My Wife.

Me mira y mueve los labios sin decir nada. En ese momento lo entiendo. Estoy frente a la última reliquia de este mundo. Cara a cara con el mayor farsante de la historia. Sonrío y él sonríe aún más.

Los años pasaban y mis gustos musicales cambiaban, pasé de escuchar The Beatles a Daft Punk o de Placebo a Kiasmos, pero todos mis recuerdos personales siguen ligados a la banda sonora orquestada por el duque blanco. Cada noche de mi vida, cada momento que permanece en mi retina va inevitablemente asociado a un disco, una canción o una imagen suya. Recuerdo aquel incólume día que escuché la delicada cadencia con la que recita Win [Me, I hope that I'm crazy/I feel you driving and you're only the wheel], y cómo me sentí acogido en ese indefinible tacto de cuando experimentas algo agradable por primera vez. El plastic soul del Young Americans me volvía loco.

Tampoco podré olvidar el impacto que me provocó la secuencia de la película Chistiane F, donde Bowie interpreta Station to Station con la presencia de una deidad, mitad Peter O'Toole en Lawrence de Arabia, mitad suicida del rock'n'roll; tan inalcanzable como una estrella de otro universo.

De manera inevitable, piezas sueltas vagabundean por mi reproductor cerebral al menos una vez al día: All The Madmen (The Man Who Sold The World); Time (Aladdin Sane); Blackout (Heroes); Ashes to Ashes (Scary Monsters -and Super Creeps-); No Control (1.Outside); Slow Burn(Heathen); Love is Lost (The Next Days). Sonidos, personajes, voces, formas e historias que no cabrían en un biopic o en una gigantesca enciclopedia. Sensaciones que se acumulan donde reposan las emociones agudas. Todo se desliza por mi mente con la profundidad dramática que se presenta The Motel (1.Outside) desde sus primeros acordes [We're living from hour to hour down here/And we'll take it when we can]. Bowie siempre habló a los diferentes, a los raros, a los que lo terráqueo a veces les resultaba lo más marciano del mundo.

La música de David nunca estuvo tan cerca de parecerse a la pintura de su admirado Frank Auerbach que en 1.Outside. Coincido con el profesor de filosofía Simon Crithley en que este disco junto a The Next Day son obras superiores a lo puramente discográfico, trascendentes y conceptuales. El escritor Rick Moody hace una magnífica disertación al respecto en un artículo publicado en la web The Rumpus. Por otro lado, dejándome llevar entre los surcos del The Next Day, la maestría con la que Bowie interpreta en este álbum You Feel So Lonely You Could Die me hace pensar en lo que le dirían en mi barrio si David fuera de Triana, y es que 'ya no se puede tener más arte, miarma'.

Y así volvemos de nuevo hasta Blackstar. Pongo la segunda pista del disco. Una vez más se me hiela la sangre por completo cuando escucho su respiración al comienzo de la visceral 'Tis a Pity She Was a Whore. ¿Cómo asimilar que el Everest ya no existe? ¿No era indestructible?

Ahora sigo fantaseando con otra historia. Una que me lleva a los vestigios de un lugar perdido en el mundo, de esos pocos que aún no salen en las guías de viaje; quizás sea la villa de Ormen. Allí, en una derruida escalinata, veo sentado a un anciano con apariencia de esteta milenario. Me mira y mueve los labios sin decir nada. En ese momento lo entiendo. Estoy frente a la última reliquia de este mundo. Cara a cara con el mayor farsante de la historia. Sonrío y él sonríe aún más. Todo es una broma y nos reímos a carcajadas, él más que yo.

Lázaro se levanta y anda, dejando tras de sí la paz que le confiere mudar de piel hasta su último personaje: David Robert Jones. Suenan las trompetas de la redención final. Freak out in a Moonage Daydream, Brixton Boy!