No escuches al GPS

No escuches al GPS

Lo ideal sería surcar el porvenir sin ninguna voz aleccionándonos desde el salpicadero, desde el púlpito, desde un despacho o desde el otro lado de la mesa del comedor. Pero todos sabemos que es imposible. Tanto como ir a por un amigo a la estación y acabar en Croacia.

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La semana pasada en un pueblecito de Bélgica, una señora programó el GPS para ir a recoger a un amigo a la estación de Bruselas y apareció sin darse cuenta en Zagreb. Asegura que no se percató del fallo del aparato. Confiesa que su intención era recorrer 150 kilómetros pero que acabó, involuntariamente, atravesando Europa. "Estaba distraída, así que continué pisando el acelerador", contó la mujer de 67 años a la policía, quien había sido alertada de la desaparición por su hijo.

El caso roza la inverosimilitud. Más propio de El Mundo Today que de El Mundo, donde leí la noticia. Sin embargo, es mucho más real y más grave comprobar cómo más de uno transita por la vida guiado por un desliz en el cálculo de ruta. Trazamos hace tiempo un objetivo que se ha revelado erróneo según se aproximaba. Lo dramático no es haber concebido obtusamente esa meta, sino detectar tarde la desviación del rumbo. La señora belga asegura que vio señales primero en francés y luego en alemán y finalmente en croata, pero ignoró la misteriosa poliglotía de los carteles.

Cuántas veces desoímos los consejos de los amigos o los familiares al tomar decisiones, al confeccionar los desafíos profesionales, familiares o amorosos. Y no son sólo palabras las que deberían alertarnos del precipicio, sino las propias muestras de equivocación saltándonos a la vista como letreros en una autopista. Sin embargo, en ocasiones, tal cual le ocurrió a la señora belga, vamos ofuscados. Absortos en los giros más inmediatos, sin levantar la mirada. Ciegos de perspectiva, escuchando la voz autómata de nuestro interior dando órdenes como la grabación del GPS. Por pereza o por un miedo inconfesable a descubrirnos en un páramo vital con difícil retorno o salida, continuamos pisando el acelerador de los días. Dejándonos llevar por la inercia de la rutina, viendo pasar los meses como estaciones de servicio, los años como alamedas.

Quizá la vida es sólo la llama sobre la mecha, no importa a dónde se dirija la liebre de fuego. Eso queremos creer. Presintiendo la desorientación o incapaces de lidiar con la punzante certeza de habernos extraviado en aquel mapa de ilusiones y desafíos dibujado en la juventud, seguimos en el mismo trabajo, junto a la misma pareja, esperando otro niño.

Aunque es posible que nuestra incapacidad para frenar y replantearnos el trayecto no se deba al pavor o a la inoperancia. Existen casos de hombres y mujeres dirigiéndose inexorablemente al Zagreb de sus vidas de una manera subconscientemente intencionada. Sabiendo, en el fondo, que la lógica de su rutina debe acercarles a Bruselas y ser simpáticos con el primo de la estación e insistirle en que se quede en casa y no en un hotel. Pero el dedo, como el vaso sobre la ouija, a veces marca solo los nombres en el Tom-Tom. Es el espíritu del corazón o de la demencia quien nos guía a través de un continente helado. Y no cuentan los rótulos luminosos, ni las recomendaciones de los gasolineros, ni siquiera la voz ronca de la razón. Continuamos conduciendo por la autovía fallida convirtiéndola en acertada a cada kilómetro, la idónea por ser la única, por ser la nuestra.

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La belga Sabine Moreau. Foto: LAGAZZETTE.BE

La señora se llama Sabine Moreau y en la foto del Daily Mail aparece con una boina ladeada y un pañuelo colorido rodeándole el cuello. Pero son las gafas, la mirada imprecisa y sobre todo el horroroso chaleco impermeable naranja con forro caqui lo que dan a entender que no está en plena posesión de sus facultades. Condujo 1.450 kilómetros durante casi dos días. Paró en dos ocasiones a repostar y en una a dormir durante unas horas dentro del vehículo. Quizá aquel sueño nunca se pareció al de su cama. Involuntariamente (o tal vez no tanto) vivió una aventura. Normalmente las brújulas y los mapas restan excitación e improvisión al camino. Ella, sin embargo, hizo un gran viaje porque "alguien" la capitaneaba.

Nos falta, en ocasiones, determinación y arrojo para salirnos del carril. Sólo se descubren nuevos confines si se explora, si se arriesga. La novedad enriquece. La sorpresa escalofría. Ya hay algo ganado cuando apostamos por la ruptura, por la primicia. Si no estamos del todo contentos con nuestro sabido circuito del autocross diario, intentemos un desvío.

No sólo deberíamos, pues, revisar el destino de nuestros GPS vitales, sino desprendernos de ellos. Lo ideal sería surcar el porvenir sin ninguna voz aleccionándonos desde el salpicadero, desde el púlpito, desde un despacho o desde el otro lado de la mesa del comedor. Pero todos sabemos que es imposible. Tanto como ir a por un amigo a la estación y acabar en Croacia.