Súbete a la cuerda floja

Súbete a la cuerda floja

La economía de medios y la posibilidad de practicar la cinta elástica casi en cualquier lugar al aire libre lo que convierten al slackline en el perfecto deporte anticrisis. Para empezar, sus practicantes aseguran que el secreto está en la concentración.

Acostumbrados a vivir en la cuerda floja, hemos hecho de ese vértigo un deporte. Está imponiéndose en España la moda del slackline, consistente en hacer equilibrio y piruetas sobre una cinta de nylon semi elástica tensada a poca distancia del suelo. En los parques, en las playas, incluso sobre las piscinas, bastan dos anclajes sólidos desde los que trazar una línea que actuará como trampolín para descorchar saltos, piruetas y escorzos siempre evitando una caída que no es tal pues la tierra aguarda a apenas un metro.

Los practicantes de este nuevo juego suelen ser jóvenes que disfrutan de una actividad barata e imaginativa. Un flamante deporte en España que, sin embargo, ya cuenta con una federación mundial desde hace dos años. Su popularidad es tal en Estados Unidos que en el descanso de la última Super Bowl y durante la actuación de Madonna, un tal Andy Lewis realizó sus acrobacias sobre la slackline ante una audiencia mundial de 114 millones de personas.

Pero no es sólo la economía de medios y la posibilidad de practicar la cinta elástica casi en cualquier lugar al aire libre lo que convierten al slackline en el perfecto deporte anticrisis. Para empezar, sus practicantes aseguran que el secreto está en la concentración. "Si vienes al parque desde casa o desde el trabajo y traes contigo algún problema el rendimiento no será el mismo, éste es un deporte que conjuga muy bien el binomio cuerpo-mente", explica Pau, un chico de 22 años de Tarragona que desafía a la gravedad y al equilibrio en el Parc de la Ciutat de Tarragona.

Hoy no hay una actividad más codiciada que aquella que fulmina las preocupaciones, los miedos, que ahuyenta los demonios. Un deporte que actúa como narcótico, como una droga evasiva de la realidad, de la penosa rutina hachada por los despidos, las hipotecas y el gas de la depresión. Ese es el hábito triunfante y demandado. Los chavales hostigados por trabajos infrarremunerados, por prácticas gratuitas y, por su puesto, por el paro, hayan su cloroformo vital sobre una cuerda en suspensión.

Sin embargo, a la vez sienten que su vida real está relacionada con esa otra dimensión equilibrista, porque su día a día se balancea precisamente allí, en la cuerda floja, al límite, flotando en la incertidumbre. No saben qué será de ellos mañana, a dónde virará su destino. Sobre el slackline se sienten a gusto porque, de una parte, se perciben en un clima de precariedad conocido, pisando un terrero frágil y traicionero. Los adolescentes y veinteañeros no conocen aquello que se perseguía en la época precrisis: La estabilidad. Su mundo está en el aire, han de hacer equilibrio con el dinero y con las ilusiones, son auténticos funambulistas de la vida.

Por otro lado, sobre la cuerda vencida como un gráfico del Dow Jones se desprenden de sus pesares reales para inaugurar un nuevo mundo, una nueva realidad que precisa de toda su atención, de su total entrega física y psicológica. Allí se sienten con control, totalmente dependientes de sí mismos, responsables de sus propias acciones, merecedores de las recompensas obtenidas y de las consecuencias de sus errores. Ellos son los verdaderos dueños de su actuación, sin obedecer órdenes de ningún jefe ni ningún ERE. En la cuerda los chavales son los auténticos protagonistas de un planeta donde precisamente también se vive al límite, donde prima la imaginación y el riesgo, la improvisación y el asombro. Quizá los jóvenes no tienen argumentos, recuerdos o anhelos para soñar con un estado mental y de bienestar sólido y calmo.

El slackline se ha diversificado en muchas modalidades desde que lo crearon dos aficionados a la escalada en una universidad de Washington en 1979. Una de las más llamativas es el YogaSlacking o Slacksana. Se trata de reproducir las posturas tradicionales del yoga sobre la cinta en suspensión. Así se desarrolla la concentración, el equilibrio, la fuerza, la respiración, la flexibilidad y la confianza en uno mismo. Hace ya siete años que miles de personas en todo el mundo se apuntan a esta modalidad de yoga, como otras tantas han optado por la también pujante versión del bikram yoga (básicamente, yoga en salas a 40 grados).

Pero con el slackline yoga ya no se trata sólo de liberar la mente. El desafío no consiste únicamente en viajar a un lugar blanco y perfecto, silencioso y en paz. El reto es aprender a vivir en relajación sobre el alambre, a hallar la serenidad en el caos, la descanso en el siroco, la confortabilidad en la trinchera. El slackline no es realmente un ejercicio de huída sino de aprendizaje, no potencia la evasión sino la superación de las adversidades convirtiendo los obstáculos en una metáfora, en un juego. En el peor de los casos, cuando practicas slackline y pierdes la concentración y el equilibrio, sólo te estrellas contra la dura realidad.