No hay ficción contra esta realidad

No hay ficción contra esta realidad

Destacaba 'Babelia' una frase del dramaturgo Petros Márkaris, "Cuanto más pobre eres, más cultura necesitas", a propósito de la corrupción griega y la prepotencia alemana. Parece que los señores de ahí arriba no lo han entendido así.

Se me estaba haciendo la pituitaria agua (de lavanda) pensando en un fin de semana rodeada de novelas sensitivas: aquellas que se leen por el placer de olerlas. Así se anunciaban títulos como El sabor de las pepitas de manzana o La casa de los aromas sagrados, e incluso Secretos en la Provenza y Tomillo silvestre. Todos ellos bestsellers, según categoriza Amazon, de leyenda evocadora para los días del verano. Los tres primeros suponen además el glorioso debut de sus autores, no así el último, de la veteranísima Rosamunde Pilcher. Novelas románticas que, para este tiempo caluroso y duro como nadie había imaginado, tal vez vengan bien. Así pues me hice con ellos en mi Kindle para poder recomendarlos en mi librería (www.kebooks.org) como lecturas estivales.

Qué desastre; el primero y más evidente, climatológico: bajo la lluvia impenitente que azota el verano gallego (aún se espera que llegue) y al albur de un viento sur huracanado (la temible surada de los mares), encendí la chimenea (13 de julio) y me enfrasqué en la lectura primera. Qué desastre; el márquetin que se ha hecho de El sabor de las pepitas de manzana quiso seguro despertarnos la memoria olfativa del suceso que fue El perfume, alemana también su autora, Katharina Hagena, como lo es Patrick Süskind, autor de aquellos que llamamos "de una sola novela" que, de tan excelente, siembra el riesgo de aturdir y bloquear la inventiva del propio escritor, que no volverá a alcanzará el grado. Casos ha habido de célebres autores que sucumbieron a los efluvios del éxito, como el huraño J.D. Salinger (El guardián entre el centeno) o Henry Roth (Llámalo sueño), quien se juró no volver a publicar en vida y la vida y su miseria le obligó (felizmente) a ello a punto ya de morir.

Ante este estrepitoso estado de las cosas, o sea mi lamentable lectura, hete aquí que me atrapó la realidad; es decir, las nuevas y draconianas medidas restrictivas del Gobierno intervenido (me niego al eufemismo, con el cabreo que tengo). Veamos, este lunes, cuando vuelva a abrir mi librería, ¿habré de apresurarme a hacer un nuevo inventario de precios?, ¿le pregunto a mi asesor, colapsado y consciente ya de que su propia retención fiscal aumentará del 15 al 21% a partir del 1 de agosto?, ¿le pregunto al peluquero, que habrá de cobrar un 21 de IVA en lugar del 18, o a la florista de la esquina? ¿Cómo afectará a las flores toda esta demoledora movida? O peor aún, ¿pregunto en la taquilla del cine que, de caro, vacías sus salas, empezará a cotizar como artículo de lujo? Creo que lo mejor sería llamar directamente al despacho del señor Wert, José Ignacio, y que me explique por qué el mes pasado animó a la industria editorial y a sus tenderos (una misma, tan motivada) a centrar los esfuerzos en el desarrollo del libro digital (léase el presente) y unas semanas después nos arroja al vacío electrónico de un IVA ¡del 21%!

Destacaba el Babelia el pasado sábado 7 una frase necesaria del dramaturgo Petros Márkaris (turco de adopción griega), "Cuanto más pobre eres, más cultura necesitas", a propósito de la corrupción griega y la prepotencia alemana. Parece que los señores de ahí arriba no lo han entendido así. Habrán de enfrentarse a las iras del público y el sector cultural, que si antes sospechábamos que nuestro trabajo no era considerado, hoy constatamos que la creación cultural es puro ornamento, artículo de lujo, ya digo. Y a las masas encendidas, desprovistas de cultura, animalitos, arrojarán perros rabiosos que las combatan. No saben más.

En cambio sí hubo más, qué desastre de día; tuve que escuchar en mi vuelta a la realidad a los tiburones de Caixanova pidiendo perdón por haber estafado a los pobres abuelos y currantes que dejaron sin aforriños de toda una vida, que con ello pagaron sus Jaguars, vacaciones en Mauricio, etcétera.

Desesperada, abandoné los periódicos y silencié los noticieros, donde además eché en falta el rigor profesional de gente de la talla de Fran Llorente, Pepa Bueno, Pepa Fernández, Toni Garrido o Juan Ramón Lucas, que habían cambiado por lechuguinos de corbata y gomina en plan faes auténticas. Y volví a la carga con otra de olores.

Nada, no lo conseguí, apagué el Kindle, agarré el orfidal, y busqué mejor ficción en mis atormentados sueños. Desastre total.