Refugiados: una infancia alimentada con el miedo

Refugiados: una infancia alimentada con el miedo

En los cinco minutos que aproximadamente tardarán en leer este artículo, 40 personas habrán tenido que abandonar todo lo que tenían -su hogar, sus raíces, toda su vida- para escapar de la guerra, la persecución, el terror o la muerte. Cientos de familias enteras lo harán antes de que termine el día. ¿Somos capaces de imaginar ese desgarro?

Este artículo ha sido escrito conjuntamente con Gianni Pitella, presidente del Grupo Socialistas y Demócratas del Parlamento Europeo.

En los cinco minutos que aproximadamente tardarán en leer este artículo, 40 personas habrán tenido que abandonar todo lo que tenían -su hogar, sus raíces, toda su vida- para escapar de la guerra, la persecución, el terror o la muerte. Cientos de familias enteras lo harán antes de que termine el día. ¿Somos capaces de imaginar ese desgarro?

Personas como Hassan, que huyó con su madre de Alepo hace cuatro años y hoy malvive en el Líbano. Trabaja 10 horas al día recogiendo plásticos de entre la basura para ganar unos ocho euros a la semana. Ese dinero es imprescindible para mantener a su familia -a su madre Fátima y a sus cinco hermanos más pequeños-. Hassan (ya) tiene ocho años y todavía sueña con poder aprender a leer y a escribir su nombre.

Hoy es 20 de junio, y como cada año desde 2001 se conmemora el Día Mundial del Refugiado: un día para la denuncia. En la actualidad son 60 millones las personas desplazadas forzosamente de sus hogares, una cifra desconocida desde la Segunda Guerra Mundial. Un tercio, casi 20 millones, son refugiados que han debido buscar protección en un país ajeno. De ellos, más de la mitad son niños.

Son cifras pavorosas que no consiguen trasladar la verdadera magnitud del drama humano que hay tras ellas. No sólo por el sufrimiento físico y psicológico que atraviesan hoy todas esas personas sometidas a menudo a condiciones de supervivencia simplemente inhumanas, sino por las fatales consecuencias que van a arrastrar a lo largo de toda su vida.

Nuestra mayor preocupación son los millones de niños y niñas que, como Hassan, no están teniendo acceso a la educación, y que por tanto van a ver gravemente condicionadas sus posibilidades de acceder, tampoco en el futuro, a la vida digna que hoy tienen cercenada.

¿Qué viabilidad podrán tener sociedades como la siria, desangrada por años de conflicto, si pierde a generaciones enteras que no pueden prepararse para la reconstrucción del país? ¿Qué expectativa de futuro tienen los cientos de miles de niños palestinos que heredan hoy su condición de refugiados de sus abuelos y bisabuelos? ¿Qué estabilidad podemos esperar de regiones enteras del África Subsahariana, en las que las crisis de refugiados -si es que la palabra crisis puede aplicarse a periodos que se alargan por décadas- recorren el continente de este a oeste?

(Puedes seguir leyendo tras la foto...).

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Una familia de refugiados, cruzando este invierno la localidad croata de Tovarnik.

Los niños y las niñas que hoy abandonamos a su suerte serán los protagonistas -víctimas y victimarios- de los conflictos del mañana. Es una predicción evidente y fatal y, sin embargo, no estamos haciendo casi nada para evitarlo. Tan sólo el 2% de la ayuda humanitaria se destina hoy día a la educación, cuando todos las organizaciones y agencias especializadas afirman que la provisión para las escuelas debería ser prioritaria en la gestión de cualquier emergencia.

En la reciente Cumbre Humanitaria Mundial, celebrada en Estambul a finales de mayo, se lanzó un nuevo fondo multilateral, La educación no puede esperar, con el objetivo de que en cinco años más de 13 millones de niños que viven en situaciones de conflicto o de emergencia puedan recibir una educación de calidad. En 2030 se aspira a cubrir las necesidades de toda la población infantil en riesgo, calculada hoy en 75 millones. Es imprescindible que la comunidad internacional asegure la financiación adecuada de esta iniciativa. Esta vez no puede ser un nuevo compromiso anunciado e incumplido.

Este día mundial debe servir para que reflexionemos, especialmente en Europa, sobre cuál está siendo nuestra respuesta ante el reto que suponen 60 millones de personas desplazadas forzosamente, en el mundo. Empecemos por reconocer que no existe una crisis europea de los refugiados. La crisis -de serlo- es global. Europea ha sido la ignorancia ante el desastre anunciado, la mala gestión, la descoordinación, la falta de liderazgo, todo ello agravado por una vergonzosa falta de solidaridad de la mayoría de los gobiernos de los Estados miembros, que no han estado, ni mínimamente, a la altura de los valores que inspiran nuestro tan proclamado, Cumbre tras Cumbre, Proyecto Común.

Empecemos por reconocer que no existe una crisis europea de los refugiados. La crisis -de serlo- es global. Europea ha sido la ignorancia ante el desastre anunciado, la mala gestión, la descoordinación, la falta de liderazgo, todo ello agravado por una vergonzosa falta de solidaridad de la mayoría de los gobiernos de los Estados miembros.

Recordemos hoy que esta Unión, incapaz aún de cumplir con los compromisos -mínimos- de acogida de refugiados y que parece no inmutarse ante la desaparición de más de 10.000 menores refugiados en su propio territorio, no está haciendo frente más que a una pequeña parte de la carga, mucho menor de la que nos correspondería por nuestro peso y responsabilidad. Lo cierto es que cuatro de cada cinco refugiados en el mundo son acogidos por países en desarrollo, con dificultades económicas, sociales y de seguridad muy superiores a las que enfrentan los paises europeos.

La cruda realidad es que si bien la vía del Egeo ha visto descender el flujo de refugiados -gracias a un acuerdo con Turquía que suscita serias dudas políticas, legales y morales-, en la ruta del Mediterráneo central se han multiplicado, dramáticamente, el número de víctimas. Según el ACNUR, en todo 2015 murieron o desaparecieron en el mar 3.771 personas. En lo que va de año ya son más de 2.860 (más del 80% en la ruta a Italia).

Tras un verano que puede ser trágico como nunca hasta ahora, el 19 de septiembre tendrá lugar en la Asamblea General de Naciones Unidas la "Cumbre de Alto Nivel para abordar los grandes movimientos de refugiados y migrantes". En ese momento, la comunidad internacional, bajo liderazgo de la UE, debe estrenar un nuevo enfoque capaz de movilizar la solidaridad y la responsabilidad necesarias para una respuesta efectiva, integral y digna a millones de personas que se hallan en la más absoluta desprotección. Para millones de niños y niñas es la última esperanza para salvarse del miedo que alimenta sus vidas.