Ciudadanos: ¿cambio o recambio?

Ciudadanos: ¿cambio o recambio?

¿De qué cambio hablamos?; ¿puede liderar el cambio en España un partido que siempre ha votado prácticamente en el mismo sentido que el Gobierno actual? En todo caso, más que de un cambio, me pregunto si no se trata de un recambio en toda regla.

EFE/Mariscal

Cuando la extrema derecha consiguió ser la primera fuerza política en Francia ―con más de cuatro millones de votos en las elecciones europeas―, perplejo, publiqué en El Periódico de Catalunya un artículo para alertar sobre el serio peligro que supone que una parte significativa de la población francesa halle en la extrema derecha una alternativa política válida. En esta misma línea, y de cara a las próximas elecciones generales de diciembre, creo imprescindible reflexionar sobre la probable apuesta de gran parte de la población por la formación política Ciudadanos; sobre todo después de que esta, en las últimas elecciones en Cataluña, haya logrado hacerse con un total de 25 escaños en el Parlament.

La política parece ser, a ratos, una suerte de subgénero de la ciencia ficción. Y es capaz de ofrecernos toda clase de espectáculos, incluso el de la conversión supersónica de la extrema derecha más anacrónica, por definición y esencia, en opción de centro; ni siquiera de derechas, sino oficialmente de centro-izquierda. Y, por si fuera poco, de cambio. La trastienda de este partido, a todas luces de extrema derecha, es un hecho, y su recorrido político así manchado lo deslegitima totalmente para poder liderar cualquier proyecto de cambio serio. Resulta especialmente curioso ver cómo un partido político que pasó casi diez años en la sombra política más funesta puede vestirse de gala y presentarse paradójicamente como alternativa de cambio.

La lucha contra el bipartidismo y el monopolio del poder debe ser una lucha consecuente, pero sobre todo inteligente. No podemos pescar, en el baúl oscuro, un partido político que apostó por negar la más mínima dignidad a colectivos enteros ―estableciendo alianzas, incluso, con partidos de extrema derecha europeos― y delegar en él el punto de inflexión hacia el cambio. ¿De qué cambio hablamos?; ¿puede liderar el cambio en España un partido que siempre ha votado prácticamente en el mismo sentido que el Gobierno actual? En todo caso, más que de un cambio, me pregunto si no se trata de un recambio en toda regla.

Nunca está de más recordar que votar es tanto un derecho como un deber. No puede hacerse a ciegas, sin investigar a fondo ―además de su programa― el recorrido de cada partido político, y menos aún sin cuestionar su credibilidad como opción política. Es hasta ocioso decir que las promesas en campañas electorales, hasta la fecha, parecen más bien un truco de magia en el cual lo que uno cree ver, lamentablemente, desaparece de un instante a otro. En este sentido, escrutar el recorrido político de los partidos es clave, ya que es un total sinsentido pedir peras al olmo. No podemos esperar cambios de quienes, durante años, han denegado y pisado la dignidad de colectivos enteros por no encajar en su prototipo.

Las próximas elecciones de diciembre son un ejercicio de madurez política en el cual, por descontado, la corrupción debe ser severamente castigada. Independientemente de lo que queramos pensar, estas elecciones marcarán el rumbo del devenir de la España de los próximos años: inmovilismo, cambio o recambio, o lo que sea que presenten los partidos del actual panorama político español. Votar con conciencia no deja de ser un mero signo de responsabilidad, de madurez y de civismo. Sí, también de civismo.