Balance de la Transición

Balance de la Transición

¿No sería más razonable empezar a debatir y reflexionar sobre nuestra convivencia futura en las Cortes Generales, la casa de la democracia, más que multiplicar quejas y agravios fuera de ella? Cuando lo hicimos, el resultado fue positivo. Cada generación debe confrontarse de nuevo con la historia de su país.

Ha llegado la hora de hacer balance de la Transición, tras el fallecimiento del presidente Suárez y la abdicación del rey. Trayectoria política y vital para una generación cuya norma de conducta se resume en una reflexión -ahora se diría tuit- de Séneca de rabiosa actualidad cuando recomendaba: "No ignorar el pasado, descuidar el presente y temer el porvenir".

¡No estamos aquí para darnos el incienso del auto homenaje! Permitidme comenzar con el elogio fúnebre de Adolfo Suárez, primer diputado de la Legislatura constituyente. Homenaje que hago extensivo, cuando se van clareando las filas, a los constituyentes que nos dejaron o nos arrebataron como fue el caso de Ernest Lluch, cuyo nombre lleva esta Sala. No está de más recordar que la Constitución se hizo en un período de implacable actividad terrorista.

En un país con una historia tan llena de salvadores de la patria, Suárez supo romper las cadenas a la libertad por encargo del rey, decisión que merece reconocimiento. Afirmó, en vísperas de las primeras elecciones, "pertenecer por convicción y talante a una mayoría de ciudadanos que desea hablar un lenguaje moderado, de concordia y conciliación" y pretender "elevar a la categoría política de normal, lo que a nivel de calle es plenamente normal". Difícil resumir mejor la voluntad que animó a los constituyentes.

Esta fue la ejecutoria de un hombre que se definió a sí mismo como un "chusquero de la política", de la que salió como entró, sin untar su chusco con la pegajosa mermelada de la corrupción, como la denominan los paisanos del gran Gabriel García Márquez. De los parlamentarios de esta etapa no se registran apenas casos de haberse untado. Veníamos a servir al país, no a servirnos de él. Tal es la más noble idea de la política concebida como servicio público a la ciudadanía.

Nuestra dedicación fue reconciliar el país, crear un marco de convivencia y encontrar vías de futuro que superaran una profunda crisis socioeconómica e injusticias históricas. La ley de amnistía fue un paso decisivo para lograr el reencuentro, no un punto final. Todavía queda tarea pendiente para que todos nuestros muertos puedan descansar en paz.

Suárez tuvo casta, porque se enfrentó con bravura a situaciones difíciles con temple e inteligencia. Actitud compartida por los que participamos en aquel sugestivo proceso, procedentes de los más diversos horizontes de las dos Españas, con visiones distintas y distantes de la forma de Estado y de sociedad. El consenso no fue un punto de partida sino de llegada. No creó ninguna casta, primero lo abandonaron los suyos, después los electores. Se fue ligero de equipaje, como diría Machado. Hasta el póstumo reconocimiento, ¡grandeza y dureza de la democracia!

Hay temas que me hubiera gustado comentar con el presidente Suárez un día como hoy. Hicimos la Constitución de día y la reforma fiscal de noche. Las medidas urgentes de reforma fiscal fue la primera Ley que envió al Congreso en 1977 y el primer punto de los Pactos de la Moncloa que permitió estabilizar nuestra democracia. Los impuestos sobre la renta y el patrimonio, el delito fiscal posibilitaron el Estado social de derecho que denominamos Estado del bienestar. Veo con preocupación cómo sus aspectos progresivos se han ido limando o se pretenden eliminar so pretexto de dinamizar la economía.

Sobre la forma de Estado, encontramos una fórmula que garantizaba su funcionamiento como monarquía constitucional. Los republicanos aceptamos la Constitución si el sistema funcionaba como una democracia parlamentaria. Así ha sido. Por eso, es importante que la justicia sea igual para todos. No debe haber privilegios que conviertan a un poder económico, militar o religioso en poder fáctico por encima de la Constitución.

La síntesis creativa de la soberanía del pueblo español con el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones abrió la posibilidad de convivir los pueblos de España en la original fórmula del Estado autonómico. Pienso que sigue estando vigente el verso del poeta catalán Salvador Espriù que cité en el debate constituyente:

Recorda sempre això, Sepharad.

Fes que siguin segurs els ponts del diàleg

i mira de comprendre i estimar

les raons i les parles diverses dels teus fills.

Cada generación tiene el derecho de revisar y actualizar su marco de convivencia, como debe merecer lo que ha heredado y no arruinarlo.

Los constituyentes sabíamos que no estábamos esculpiendo nuestras decisiones en la piedra eterna. Trabajamos en la inseguridad de la crisis, con el recuerdo de los traumas del pasado y la amenaza del golpe de Estado, como así ocurrió. Un auténtico cauterio que nos permitió perder el miedo a nosotros mismos.

Por fin, Europa, apenas se debatió en el periodo constituyente porque estábamos totalmente de acuerdo en integrarnos. Recuerdo nuestro ingreso en el Consejo de Europa bajo "palabra de honor" de nuestros líderes encabezados por Suárez en Estrasburgo. Después, el primer Gobierno González concluyó las negociaciones de adhesión a la Comunidad Europea.

Hasta ahora, las dos únicas reformas de la Constitución se han hecho por el proceso de construcción europea. Muchas más estamos haciendo, de las que no somos conscientes. Así ocurre con los Presupuestos de los 28 Estados miembros, examinados en Bruselas antes que en el propio Parlamento, no por imposición sino por propia y libre decisión.

¿No sería más razonable empezar a debatir y reflexionar sobre nuestra convivencia futura en las Cortes Generales, la casa de la democracia, más que multiplicar quejas y agravios fuera de ella? Cuando lo hicimos, el resultado fue positivo. Cada generación debe confrontarse de nuevo con la historia de su país. No hay ninguna razón para no permitir que las nuevas generaciones revisen y actualicen el marco que establecimos del que la democracia parlamentaria y los derechos fundamentales son los pilares esenciales.

Resumen de la intervención de Enrique Barón en el Acto de Homenaje a la Legislatura Constituyente celebrado el martes 3 de junio en el Congreso de los Diputados.