México y Unión Europea en la era Trump

México y Unión Europea en la era Trump

Manifestantes durante una protesta contra Trump en Ciudad de MéxicoEFE/Mario Guzmán

El efecto Trump ha incrementado el descontento y la inestabilidad económica en México. Esto está llevando al Ejecutivo de Enrique Peña Nieto a buscar el negocio con la Europa austericida, al tiempo que sigue mirando hacia otro lado ante la dramática situación que vive el país en materia de derechos humanos.

Quizá haya sido México donde la victoria electoral de Trump en las presidenciales de Estados Unidos el pasado 8 de noviembre haya suscitado más inquietud, temor y rechazo.

Sus promesas de campaña no fueron una mera retórica xenófoba y machista, sino que desde que tomó posesión el pasado viernes 20 de enero, Trump ha optado por llevarlas a cabo, llamando a completar la construcción de un muro en su frontera sur, dificultando la llegada de personas migrantes a Estados Unidos y recortando los fondos federales a las llamadas ciudades santuario si siguen ofreciendo protección a migrantes indocumentados.

Todo ello, teniendo en cuenta que una gran mayoría de mexicanos tienen familiares en Estados Unidos, ha generado un enorme rechazo hacia la nueva ejecutiva del país vecino del norte.

Además, en el plano económico, el triunfo de Trump ha derivado en una caída del peso mexicano de más de un 13%. Esto, unido a la inflación y a las amenazas de Trump de establecer un arancel del 20% a los productos mexicanos importados (con el fin financiar la construcción del muro) y el llamado gasolinazo (el incremento de un 20% de los precios de los combustibles desde enero), ha debilitado a México y sembrado de incertidumbre su economía.

Pero la situación no acaba aquí. La economía mexicana también se ve afectada por la salida de Estados Unidos del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (el TPP, según sus siglas en inglés) y del anuncio, por parte de Estados Unidos, de su intención de revisar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) con México y Canadá.

A la par, pero de manera mucho menos mediática, está la dramática situación de los derechos humanos que vive México. En el último mes han sido asesinados dos líderes tarahumaras defensores de derechos humanos en Chihuahua. Uno de ellos, Isidro Baldenegro, se convierte en el segundo premio Goldman asesinado, después de la hondureña Berta Cáceres en marzo del año pasado.

Estos crímenes no son casos aislados: la persecución a defensores de derechos humanos y periodistas independientes es generalizada en todo México.

En los últimos tiempos se ha deteriorado gravemente la libertad de prensa. Esta misma semana ha sido asesinado el periodista Cecilio Pineda. La suma de periodistas asesinados durante el mandato de Peña Nieto asciende ya a 29.

La impunidad en México es frecuentemente aprovechada por empresas transnacionales que ven en México el escenario perfecto para hacer negocio al margen del respeto de estándares sociales internacionales.

Tampoco deben olvidarse los feminicidios. Cada día mueren siete mujeres manos de hombres en México.

Del mismo modo, se calcula que en el país hay más de 29.000 personas desaparecidas a día de hoy. El caso más sonado es el de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, que llevan más de dos años y medio en paradero desconocido.

La versión oficial del Gobierno sobre este caso, como ha denunciado el Grupo Interdisciplinario de Expertas y Expertos Independientes (GIEI) de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, no tiene base científica, sino que se apoya en declaraciones obtenidas bajo tortura.

Este caso evidencia la connivencia entre el Estado y el crimen organizado, puesto que es la consecuencia de una disputa entre grupos narcos por el control territorial de una zona donde se confundieron los autobuses en los que viajaban los estudiantes con otros que formaban parte de la ruta de la droga hasta Chicago.

La policía municipal y el propio regidor local fueron cómplices y se sospecha de que la policía estatal, federal e incluso el ejército no han facilitado la investigación y el propio ejecutivo de la república tampoco da la prioridad debida al caso como lo demuestra el hecho de que tanto tiempo después siga sin resolverse.

Con este telón de fondo afrontará México las elecciones presidenciales el año próximo. En un clima marcado por el efecto Trump y donde el Ejecutivo priista del presidente Peña Nieto, lejos de utilizar este contexto como una oportunidad para revertir las relaciones asimétricas entre México y EEUU (principalmente marcadas por el TLCAN) y velar por la defensa y cumplimiento de los derechos humanos, está buscando mantener el statu quo redoblando la apuesta por el libre comercio (esta vez reorientada hacia Europa) y recurriendo a la retórica antipopulista ante el temor del incremento de las posibilidades del proyecto alternativo de López Obrador de hacerse con la presidencia de la República.

Todo ello, sin hacer frente a los problemas que sufren día a día los mexicanos, marcados principalmente por la inseguridad derivada de la importante pobreza existente en el país, la desigualdad, la exclusión social, la marginación de importantes sectores sociales, la corrupción estructural y la connivencia entre el Estado y el crimen organizado, que lleva a tasas de impunidad de alrededor del 98%, o lo que es lo mismo: 98 de cada cien crímenes cometidos en México quedan sin resolver, como ha señalado recientemente el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos.

En este contexto, México y la UE están negociando la actualización del Acuerdo de Asociación Económica, Concertación Política y Cooperación o Acuerdo Global que entró en vigor en el año 2000.

El acuerdo incluirá, según se prevé, un tratado de libre comercio entre ambos bloques con cláusulas similares a las del acuerdo con UE- Canadá (CETA), lo que, según han apuntado estudios de organizaciones independientes, supondrá una nueva amenaza a la democracia, a los derechos y al bienestar de los ciudadanos tanto mexicanos como europeos, al tiempo que beneficiará únicamente a las grandes empresas.

Y es que la impunidad en México es frecuentemente aprovechada por empresas transnacionales que ven en México el escenario perfecto para hacer negocio al margen del respeto de estándares sociales internacionales. De hecho, México, por ejemplo, no ha ratificado la conjunción 98 de la Organización Internacional del Trabajo sobre negociación colectiva.

La Unión Europea debería dejar de lado la miopía que viene sufriendo en los últimos años y darse cuenta que Trump, como el Brexit y el auge de la xenofobia en Europa con propuestas como las de Le Pen, son el resultado de las políticas austericidas adoptadas tras la crisis económica de 2008 y de un modelo de comercio internacional ttipista (usando como modelo el TTIP: el acuerdo comercial entre la UE y Estados Unidos) diseñado para el beneficio de unos pocos que han dado la espalda a millones de personas, arrebatándoles sus derechos laborales y sociales, desmontando el Estado del bienestar y construyendo modelos de sociedad donde reina la precariedad, se normaliza la exclusión social y crece la desigualdad hasta extremos no conocidos.

En consecuencia, nuestras relaciones con México deberían estar basadas en la búsqueda del beneficio de la gente, el respeto de los derechos humanos y la consecución de los objetivos de desarrollo sostenible de las Naciones Unidas.

No podemos caer en la incoherencia de llevarnos las manos a la cabeza ante el triunfo de Trump y el auge de Le Pen mientras continuamos con la lógica comercial de business as usual que sólo beneficia a los de siempre y que en el caso de México apuntala la estructura de desigualdad, exclusión social, violaciones de derechos humanos, impunidad y connivencia Estado-narcotráfico.

Las relaciones de cooperación entre la Unión Europea y México deben de ser recíprocas, estar basadas en valores comunes como la democracia, la solidaridad, los derechos humanos, el Estado de derecho, el derecho internacional y buscar el fortalecimiento de la dignidad humana así como la lucha contra el crimen organizado y su impunidad.

De lo contrario, como venimos señalando desde Podemos, estaremos sembrando el campo en el que crecen los monstruos del autoritarismo, la xenofobia, el racismo y la sustitución de la cohesión social por un modelo de sociedad basado en el odio al diferente.