Baile de máscaras

Baile de máscaras

GTRESONLINE

Pronto llegarán el Carnaval y las máscaras. Toca baile y disfraz, y quien más y quien menos ya ha elegido tema, danza y antifaz. El independentismo ensaya el realismo, Sánchez prueba con el papel de justiciero social, Iglesias baila por fin al son de la autocrítica y Rivera finge ser Macron. ¿Rajoy? Rajoy no encuentra música ni pareja que le acompañe en la pista.

Atentos porque los acordes que suenan son distintos. La reforma constitucional dejará de ser un objetivo a conseguir en esta Legislatura para los socialistas, que se conforman ya con ligeros ajustes; Podemos se liberará de las ataduras con los comunes y el derecho a decidir dejará de estar en sus discursos y el PP se ha propuesto hablar de economía, empleo, pensiones, financiación autonómica, energía y hasta del lucero del alba si hiciera falta.

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De todo, menos de Cataluña. Todos pretenden sacar la crisis territorial de la agenda, que los españoles pasemos página, que lo borremos, que hagamos como si nada de lo ocurrido en el último semestre de 2017 hubiera existido....

Salvo Ciudadanos ya nadie quiere bailar con esa música porque la orquesta catalana -o mejor dicho, la forma en que cada cual la ha gestionado la crisis territorial- resta más que suma. Hablamos de votos, claro. Ya saben que esto va de supervivencia de líderes y partidos, no de soluciones para los problemas ni de ciudadanía. Siempre la mirada corta ante los asuntos de largo alcance.

El caso es que tanto han crecido los de Rivera en las encuestas, que el PP ha entrado en pánico y llegado a la errónea conclusión de que el tema catalán es el causante de todos sus males y el único motivo por el que su principal competidor se ha convertido en una amenaza seria para su continuidad en el Gobierno. ¿Se equivocan? Lo del PP parece más profundo. No tiene sólo que ver con Cataluña, tampoco con la corrupción ni con sus líderes.

Si tras el caso Bárcenas y la Gürtel y con Rajoy en el centro de la polémica de la financiación ilegal de su partido, el PP volvió a ganar las últimas elecciones con casi 8 millones votos y una diferencia de más de 10 puntos sobre el PSOE, no fue porque a los españoles les diera igual que saquearan las arcas públicas, sino porque sus siglas inspiraban más credibilidad y confianza frente a una izquierda que no supo gestionar la crisis económica. Fortaleza de la marca, lo llamaban entonces los expertos.

Pues entre los populares estos días hay dos lecturas sobre el crecimiento de Ciudadanos y la tendencia a la baja del partido en el Gobierno. De un lado, los que creen que no hay razón para la preocupación porque el resultado de Arrimadas en Cataluña no tendrá proyección nacional ya que Ciudadanos carece de una estructura sólida para competir con la potente maquinaria organizativa de la marca PP. Y de otro, quienes defienden que la habilidad de los "naranjas" les ha convertido en un partido dinámico y fresco cuyo líder no genera rechazo más que en esa parte del electorado que todavía se mueve en el eje-izquierda y que nunca votaría a alguien que ha sido, de algún modo, bendecido por José María Aznar. Ambos, los que no ven en riesgo la posición hegemónica del PP en la derecha y los que hiperventilan tras el resultado de las catalanas, sólo comparten la recurrente queja del apoyo entusiasta con el que una mayoría de los medios de comunicación trata a Rivera.

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Otra vez el lamento de la conspiración mediática, pero en esta ocasión llega del lado de quienes han controlado sin respiro cada editorial, cada titular y cada tertuliano de todos los medios públicos y algunos privados. Todo con tal de no admitir que algo habrán hecho mal para que sus antaño principales valedores mediáticos se hayan pasado con armas y bagaje al proyecto de Ciudadanos, y hasta algunos participen activamente en la consolidación de un recambio que garantice el mantenimiento del establishment.

El caso es que el PP, y no sólo para los medios de comunicación, es hoy un partido mustio, ajado y antipático que ni siquiera para su propio electorado es ya el guardián de la estabilidad económica que se le presupuso durante años. Mucho menos el único garante de la integridad nacional. Así que habría que colegir que si en 2016 fue la fortaleza de sus siglas la que le salvó del castigo por la corrupción, hoy se enfrenta a una crisis de la marca que, por mucha corrección de equipos y políticas que haga, podría sacarle de La Moncloa en 2020.

Y este es un diagnóstico que ya hacen hasta algunos populares con responsabilidades orgánicas en Génova. Por eso que Rajoy haya dedicado el fin de semana a calmar la agitación de algunos de sus barones y preparar una intervención ante la Junta Directiva del PP con la que hoy se propone calmar las procelosas aguas de su partido.

Nadie espera ni crisis de gabinete ni cambios en la dirección del partido. Un presidente que es capaz de aguantar casi un mes sin jefe de gabinete -el último, Jorge Moragas, cesó en el puesto el 22 de diciembre- da idea, además de la "frenética" activad de La Moncloa, de la calma con que Rajoy aborda los problemas. Y además el presidente es un convencido de que el sorpasso de Ciudadanos no cuajará más allá de las encuestas y que, una vez que en Cataluña se forme gobierno y en España se aprueben los Presupuestos, todo volverá a su sitio.

Igual no ha caído en que hace meses que al PP ya no le basta con vender sus supuestas bondades económicas y que, por mucho que se cree empleo y se revisen al alza las previsiones económicas, ha dejado de capitalizar tanto la buena marcha de la economía como el apoyo que los españoles han dado en todas las encuestas a la aplicación del 155. La economía y la respuesta al independentismo catalán han dejado de ser sus principales activos electorales.

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Y en el panorama actual, con un competidor en su mismo espectro ideológico, no es descartable que votantes del centro-derecha cambien de partido en las próximas generales para irse a Ciudadanos, que aunque no logre situarse como primera fuerza, podría obtener una posición privilegiada para "vender" su apoyo al PSOE. Esto en el caso de que no le arrebatase a éste la segunda posición del tablero. En ese caso recaería en Sánchez la elección entre un gobierno de coalición PP-Ciudadanos o uno de Ciudadanos con apoyo del PSOE.

El secretario general del PSOE tardaría menos en volver hablar de mestizaje ideológico y en relativizar las diferencias ideológicas que lo que le ha llevado a vestirse de nuevo, tras las catalanas, el traje de izquierdas con el que ganó las primarias en el PSOE. Rajoy -o quien le sustituya en el cartel para 2020- pasaría a ocupar el banco de la oposición junto a Podemos.

De lo que adolece, pues, el PP es de una fatiga crónica que tiene que ver con la cuestión generacional, con su forma de ejercer el poder, con las decenas de casos de corrupción, con la ausencia de respuestas al problema catalán pero, sobre todo, con una crisis de confianza en una marca ya añeja. Todo en un contexto en el que su electorado por primera vez tiene otra opción a la que votar, que se llama Ciudadanos, que nunca ha tenido responsabilidades de gobierno y que tendrá su primera prueba de fuego en las municipales y autonómicas.

Lo dicho: el baile ha empezado, todos han elegido máscara y quien más papeletas tiene para quedarse sin danza y sin pareja es quien hoy gobierna.

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