Baldosas para un destino imposible

Baldosas para un destino imposible

En el universo socialista, ya no es Susana Díaz la que mueve los hilos, sino el malestar y la preocupación de seis presidentes autonómicos de Comunidades donde el PSOE aún tiene vida -Andalucía, Extremadura, Castilla-La Mancha, Valencia, Aragón y Asturias- lo que ha trasladado el foco de lo orgánico a lo político. Hay una mayoría de barones que teme que el exótico viaje emprendido por su secretario general ponga en riesgo el poder institucional y las señas de identidad de un partido nacional y están dispuestos a plantar cara.

¿Recuerdan el Mago de Oz? Sitúense en la escena del aquél clásico para niños y adultos que escribió Lyman Frank Baum y tuvo múltiples adaptaciones al cine y el teatro. Introdúzcanse en aquél mundo fantástico y de fascinación por lo exótico y lo irreal porque hay quien ha encontrado parecidos entre el viaje de la pequeña Dorothy y el que Pedro Sánchez ha decidido emprender para alcanzar la presidencia del Gobierno. Si la niña de aquella fábula creyó que las baldosas amarillas le conducirían a la Ciudad de las Esmeraldas donde vivía el poderoso mago que realizaría sus deseos, el secretario general del PSOE está convencido de que las teselas limonadas por las que hoy transita le llevarán a La Moncloa.

Pero, cuidado, porque como nos enseñó el final de aquel fascinante cuento, la magia no existe, cada cual ha de resolver los problemas por uno mismo y lo verdaderamente importante no es llegar al destino, sino todo lo que ocurre durante el camino. Y en el trayecto que recorre Pedro Sánchez, -que ha saltado del "pacto a la portuguesa" al acuerdo con el PP y Cs y de éste al chalaneo con los independentistas de ERC- lo que ha ocurrido es que el secretario general del PSOE ha perdido la confianza mayoritaria de los cuadros dirigentes de su partido, pero también de una parte de su electorado.

En lo que respecta al universo socialista, ya no es Susana Díaz la que mueve los hilos, sino el malestar y la preocupación de seis presidentes autonómicos de Comunidades donde el PSOE aún tiene vida -Andalucía, Extremadura, Castilla-La Mancha, Valencia, Aragón y Asturias- lo que ha trasladado el foco de lo orgánico a lo político. Hay una mayoría de barones que teme que el exótico viaje emprendido por su secretario general ponga en riesgo el poder institucional y las señas de identidad de un partido nacional y están dispuestos a plantar cara.

Que el extremeño Fernández Vara o el aragonés Javier Lambán -que nunca militaron en el "susanismo"- alzaran la voz contra el préstamo a los independentistas en el Senado no es asunto baladí, como tampoco lo fue que el asturiano Javier Fernández, ajeno siempre a las batallas orgánicas, advirtiera en el Comité Federal del 28 de diciembre de los riesgos a los que se enfrentaba el PSOE tras el escenario que dibujaron las urnas y las líneas rojas que no debían cruzar los socialistas. Los peores temores de Fernández y de quienes como él emitieron las primeras señales de alarma se han cumplido y superado.

Tanto es así que el ex presidente extremeño Juan Carlos Rodríguez Ibarra lo ha escrito negro sobre blanco en una Tercera de ABC: "Mi voto al PSOE resulta incompatible con el préstamo de cuatro senadores a ERC y DiL". Y dicen que José Bono y Felipe González están que trinan y han amenazado, en conversaciones privadas, con romper su carné de militante en el caso de que Sánchez se sirva del apoyo implícito o explícito del bloque independentista para ser investido.

Sobre el triple salto mortal que la dirección federal ha dado esta semana hasta caer en el préstamo de cuatro senadores a ERC y la nueva marca de CDC, sólo callan los dirigentes de Madrid, Euskadi, Castilla y León, Galicia o Cataluña, donde el PSOE carece de poder institucional y apenas es ya el recuerdo de unas siglas. En Cataluña además, Iceta trabaja por un acuerdo con Ada Colau para el Ayuntamiento de Barcelona, que podría incendiar aún más la casa socialista. Así que atentos porque estas dos semanas previas a ese Comité Federal del día 30 son decisivas para el PSOE y para el futuro de Sánchez, que se ha fijado un programa máximo (llegar a La Moncloa) y uno mínimo (repetir como candidato). Nada está escrito, pero sí hay conversaciones cruzadas y demasiado conflicto como para que en esta ocasión no ocurra nada. Lo único claro es que el tiempo jugaba a favor de Sánchez y ahora lo hace en su contra.

Porque a la desconfianza de los tótem se suma la de un electorado que no reconoce al partido votado y no parece compartir las decisiones tomadas por su dirección. No hay más que echar un vistazo a la última encuesta de Metroscopia publicada por El País para concluir que Sánchez y el PSOE están hoy peor que el 20-D, y no sólo porque el sondeo anuncie el temido sorpasso de Podemos, sino por las señales que su electorado emite tras los últimos bandazos.

En tres semanas, Sánchez ha perdido la confianza del 36 por ciento de quienes le votaron, ya que sólo el 64 por ciento cree que debería volver a ser candidato. Y en lo que respecta a las preferencias sobre posibles alianzas, son más (57 por ciento) los que defienden que el PSOE permita gobernar al partido más votado a cambio de una hoja de ruta condicionada que los que apuestan por un entendimiento con Podemos (49 por ciento). Y en esto el sentir de los votantes no es muy diferente al de los cuadros del partido, aunque ninguno se atreva a explicitarlo en público.

Ajeno a todo ello, el secretario general medita como un funambulista imbatible los pasos del siguiente mortal mientras los suyos se hacen la gran pregunta: ¿Qué hacer tras dos investiduras fallidas?

Si Rajoy no suma apoyos -que no sumará- para ser investido y Sánchez se empeña en presentar su propia candidatura y también yerra, quedará en evidencia que durante semanas el secretario general del PSOE ha alimentado una quimera y que las baldosas amarillas sobre las que ha pisado estas semanas llevaban a un destino imposible tanto por la dificultad de una alianza con los de Iglesias y los independentistas como por la imposibilidad de sostener un gobierno en minoría con 90 diputados en una coyuntura económica, política y social como la actual.

Será entonces cuando los socialistas tendrán que decidir si permiten un gobierno del PP en minoría y condicionado -como quiere la mayoría de sus votantes, según Metroscopia- o está dispuesto a pasar de nuevo por las urnas aún conociendo de antemano los riesgos. Una incógnita que no podrá solazar el Comité Federal del día 30, ya que para entonces Rajoy sí se habrá sometido a una investidura fallida, pero el candidato del PSOE aún no. La fecha, obviamente, no se puso por casualidad, sino a sabiendas de esta circunstancia y de que la coyuntura obligará, en todo caso, al PSOE a retrasar hasta el verano su congreso ordinario.