El debate decisivo o cómo combatir la profecía autocumplida

El debate decisivo o cómo combatir la profecía autocumplida

Sostiene Manuel Campo Vidal, el moderador por excelencia de los debates electorales celebrados en nuestro país, que para que el formato sea posible es necesaria una cadena de confianza: la del candidato en sí mismo, la del entorno en su púgil y la de los partidos en los organizadores del evento.

Sostiene Manuel Campo Vidal, el moderador por excelencia de los debates electorales celebrados en nuestro país, que para que el formato sea posible es necesaria una cadena de confianza: la del candidato en sí mismo, la del entorno en su púgil y la de los partidos en los organizadores del evento. Fundamental también -añade el periodista en "La cara oculta de los debates electorales"- encontrar un moderador que no se crea el protagonista del momento, ni tome partido por nadie. Lo último, en su caso, se da por seguro. Demasiados años en ejercicio como para creer que con él nació el periodismo o que el suyo será el debate decisivo.

La experiencia acumulada de la Academia de Televisión y la del moderador del cara a cara de esta noche han conseguido que las exigencias de los respectivos equipos hayan brillado esta vez por su ausencia. Ni altura de las sillas, ni perfiles favoritos, ni intensidad de luces, ni asesores metiendo cuchara. El domingo, día de ensayo general, los equipos de Rajoy y Sánchez ni siquiera aparecieron por el improvisado plató de la sede de la Escuela de Cine para comprobar los últimos detalles. Nada que ver con las escenas vividas en 2008 o 2011 en las que Pío García Escudero y José Blanco o Esteban González-Pons y Oscar López discutían la noche antes por el maquillaje y la peluquería, los camerinos, la hora de llegada o la altura de la silla que iban a ocupar sus candidatos. ¿Relajación o confianza? Un síntoma, dice Campo-Vidal en conversación con El Huffington Post, de que la cultura del debate electoral está consolidada en España.

Pero, ¿confía Rajoy en sí mismo? ¿Lo hace Sánchez? ¿Qué piensan sus respectivos equipos sobre las posibilidades del pugilato que enfrentará al presidente del Gobierno con el candidato socialista? Del candidato del PP, poco amigo de la televisión y de sus múltiples formatos, ya sabemos que lo fía todo a su impertérrito instinto conservador, que le resbalan las críticas por haber huido de los debates a cuatro, que es más de las antiguas campañas del bipartidismo que de este lío a cuatro y que, aunque los ejes clásicos han dejado de ser unívocos, él es el único contendiente a salvo de vacilaciones. De ahí que, en materia de debates, haya apostado por -y sólo- por el clásico. A seis días de las elecciones, Rajoy aspira -por mucho que le hayan convertido en socio involuntario del tripartito "antiSánchez"-, a que el PSOE no se desangre y a obtener la máxima distancia de Ciudadanos para evitar que si Rivera queda segundo, se erija en impulsor de una alianza de cambio.

El candidato del PSOE acude a la cita entrenado, con dos partidos de ventaja, pero con la moral de su tropa por los suelos. El socialismo no remonta en las encuestas que le relegan a tercera e incluso cuarta posición en la carrera, y su candidato no logró imponerse con claridad en los debates anteriores. Salió tocado tras el pugilato frente a Santamaría, Rivera e Iglesias, pero sus incondicionales confían en que los españoles vean esta noche frente a Rajoy a la única alternativa real de gobierno. La elección el 20-D, pese a lo que pronostican las encuestas, está entre Rajoy o Sánchez, dicen quienes recelan de la tesis de que el eje convencional entre izquierda y derecha se haya visto superado por el de viejos contra nuevos. Eso sí, no se atreven a negar que la ventaja competitiva que podía otorgar a Sánchez el cara a cara con Rajoy se haya visto truncada por la decisión de La Sexta de celebrar un postdebate con los candidatos de Ciudadanos y Podemos, inmediatamente después del que protagonizarán el presidente del Gobierno y el candidato del PSOE.

En el fondo, y pese a la versión oficial, saben que no se enfrentan a un solo enemigo, que la batalla crucial es ya la del segundo puesto y que en el último sprint se ha impuesto un fuego cruzado de todos contra todos, del que Sánchez no sale bien parado porque le rozan las balas procedentes de todos los flancos. Así que aunque Rajoy salga a sestear durante 110 minutos, el socialista intentará además de no cometer errores, combatir la profecía autocumplida de que todo está perdido, salvo la tercera posición del tablero.

De él depende -porque a Rajoy sería pedirle mucho- que un formato, a priori en color sepia con aires de documental del NO-DO, pase o no a la historia de los debates electorales. Ese es el reto: desmentir que el cara a cara con Rajoy está superado por la realidad de la política, la de las encuestas y la de la propia campaña.