El "Macguffin" de la independencia

El "Macguffin" de la independencia

La independencia de Cataluña es un Macguffin. ¿Recuerdan? La expresión la acuñó Alfred Hitchcock para referirse a un elemento de suspense que hace que los personajes avancen en la trama, pero que no tiene mayor relevancia para la trama en sí. Una excusa argumental que esconde un imposible, motiva a los personajes y al desarrollo de una historia, pero en realidad busca conseguir otra cosa.

Un Macguffin. Eso es. La independencia de Cataluña es un Macguffin. ¿Recuerdan? La expresión la acuñó Alfred Hitchcock para referirse a un elemento de suspense que hace que los personajes avancen en la trama, pero que no tiene mayor relevancia para la trama en sí. Una excusa argumental que esconde un imposible, motiva a los personajes y al desarrollo de una historia, pero en realidad busca conseguir otra cosa. La excusa es la independencia; el objetivo, un proceso constituyente o una segunda transición que revise de arriba a abajo nuestra arquitectura institucional, dé soluciones a la crisis política y abra un inevitable proceso de cambio.

Sálvense las distancias con el 78, pero el tablero que tenemos ante nuestros ojos, tras las elecciones catalanas, no es el de una España que se rompa por Cataluña, sino el de un país que o se reconstruye o se derrumba, y en el que algunos de los actores principales están a punto de cometer los mismos errores que en la Transición. Hablamos, claro, de la derecha que antaño promovió activamente la abstención a la Carta Magna por su rechazo a ese mismo Título VIII al que hoy se abraza. Si Ciudadanos se consolida en las generales nadie descarta que emerja como referente de las posiciones conservadoras que piden cambio y Albert Rivera se convierta en el hombre que pilote la inexorable refundación de la derecha española.

Hace tiempo que el PP sabe que de sus cinco derrotas consecutivas en las urnas sólo puede salir de dos formas: con una refundación o con un cambio de liderazgo. Y como lo segundo, salvo sorpresa, no parece que sea posible a estas alturas del partido, lo primero llegará tras las generales con un Mariano Rajoy al que propios y ajenos expulsarán del terreno de juego. Hasta entonces, los populares acatan órdenes, atizan al PSOE y se conforman con la posición de resistencia del castillo, sin percatarse quizá de que el caballo de Troya lo tienen dentro y se llama Albert Rivera.

Los estrategas de Génova han decidido que para conservar la fortaleza les basta con dibujar a un PSOE radical por pactar con otras formaciones de izquierdas y erigirse en el máximo defensor de la unidad de España. Puede que ni lo uno ni lo otro le sirvan para recuperar los más de 4 millones de votantes que el PP ha perdido en lo que va de Legislatura, según los expertos. De los 11 millones de votos sumados por Rajoy en 2011, cerca 1.800.000 fueron prestados del PSOE de gente que votó a Zapatero en 2008 y que se desenganchó de los socialistas como consecuencia de la gestión de la crisis económica. Electores todos ellos que cambiaron el voto no por razones ideológicas, sino por motivos prepolíticos. Unos, según las encuestas, han vuelto ya al PSOE de Pedro Sánchez, que por otro lado pierde apoyos en favor de Podemos. Sólo así se explica que los socialistas aguanten en el 25% de los votos, según los sondeos.

Otra parte del voto PP se ha ido ya a Cuidadanos. La mayor expresión de ese cambio sea ha visto en Cataluña, donde el partido de Rivera ha robado al de Rajoy la bandera de la unidad de España. Otros aún hoy, a dos meses vista de las generales, siguen en la abstención, en el no sabe/no contesta. Pero la fuerza con la que Cs ha emergido en la escena hace que toda esa masa, aún sin opción decidida pero que suele huir de la abstención, vea un recipiente cómodo en el que depositar su voto. Son lo que decepcionados con el PP, aún desconfían del PSOE, pese al cambio de liderazgo y la renovación de sus principales cuadros municipales y autonómicos.

La situación política derivada de las elecciones catalanas no hará más que intensificar este pronóstico que hacen quienes desde la experiencia de años en la fontanería de los partidos están convencidos de que el elemento clave de votación para las urnas que se abrirán en diciembre, no será ya la crisis económica y el fin de la recesión -como anhelaba el PP-, sino Cataluña y los cambios institucionales y políticos necesarios para salvaguardar un sistema que lleva años dando claros síntomas de agotamiento.

¿Por qué si Rivera es el principal peligro que acecha a la derecha, Rajoy ha decidido hacer de Sánchez su puching-ball de esta campaña? La respuesta está en todos los manuales de estrategia electoral, y es la diferencia entre el adversario real, con el que todo partido se disputa el mayor número de votos, y el adversario de referencia, que es con el que uno está obligado a pelear públicamente. Si en 2015, para Rajoy el adversario real es Ciudadanos y el de referencia, el partido que lidera Sánchez, para el PSOE los primeros son Ciudadanos y Podemos y el segundo, el PP.

El hecho de que Ciudadanos se haya convertido en adversario real de PP y PSOE se explica en que su crecimiento no es ideológico, sino que se expande en todas direcciones. El que aglutina Albert Rivera es un voto que suma a los antipartidistas, que piden cambio, y a los que andan preocupados por la deriva soberanista y la falta de respuestas políticas del Gobierno de España. De ahí que sean legión los que crean que el espectacular crecimiento de Cs en Cataluña, el pasado 27-S, no haya que leerlo sólo en clave de aquella Comunidad, sino como un nuevo golpe al bipartidismo y, sobre todo, en el "sexto y definitivo" aviso a un PP que lleva camino de automarginarse de los cambios que llegarán, seguro. Reformas que, de un modo u otro, el resto de formaciones están dispuestas a afrontar, no porque lo pida Cataluña, sino porque lo demanda a gritos una España a la deriva. Pues eso, que la independencia, era el Macguffin.