Iglesias asalta el Congreso (por agotamiento)

Iglesias asalta el Congreso (por agotamiento)

EFE

¿Un espectáculo? La política lo es. ¿Un despilfarro? Mejor no mencionar la bicha. ¿Letal para la democracia? Para mortal, el expolio de las arcas públicas. ¿Un desahogo político? Quizá. ¿Un quiero y no puedo? Pues sí. Pero esto lo sabían. Era de antemano una moción fallida, como lo fue la de 1980 y la de 1987, aunque una sirviera para proyectar a Felipe González a La Moncloa y la otra, para sepultar el enclenque liderazgo de Hernández Mancha.

La de Pablo Iglesias no fue la historia de un rotundo éxito parlamentario, pero tampoco la de un sonoro fracaso. No sumaba, no tenía apoyos y no estaba madura... pero logró el asalto. No de los cielos, sino del Congreso. Y no por abordaje, sino por agotamiento. Con todo, Iglesias -con ayuda de su portavoz parlamentaria Montero- logró lo que pretendía, que era medirse a solas con Rajoy y sacar del foco a un PSOE en tránsito de nuevo liderazgo.

De las calles y las plazas, al Parlamento. ¿No era eso? ¿La palabra y no el megáfono? Ocho horas de implacable relato sobre la España de los tribunales, los saqueos, los imputados, la policía patriótica, el paro, la pobreza infantil, la desigualdad y la corrupción del PP de la A a la Z. Cada sumario por orden alfabético y cada nombre de imputado, uno por uno.

Si alguien dudaba de la capacidad de Montero, ahí quedan para la historia las actas taquigráficas.

Si alguien dudaba de la capacidad de Irene Montero, ahí quedan para la historia las actas taquigráficas. Y si hubo quien usó la caricatura y el machismo para descalificar a la portavoz "podemita", que repase su discurso, la fluidez con la que hilvanó una intervención de más de dos horas y la paciencia con la que aguantó las invectivas de las bancadas ajenas. Y aún le supo a poco: "Mi intervención era más larga aún, pero he decidido acortar. ¿Extensa? Era necesario".

Una "'millennial" de 29 años frente a un señor de Pontevedra con 30 años de parlamentarismo a sus espaldas, que tuvo que batirse el cobre, subir hasta cuatro veces a la tribuna y refugiarse tras la macroeconomía para escurrir el bulto de una demoledora narrativa con referencias al feminismo, la España plurinacional, los escándalos de corrupción y los manejos del Gobierno con la Fiscalía y la Justicia. Todos ellos, por cierto, ya conocidos cuando Podemos pudo y no quiso sacar a la derecha del Gobierno.

Y aquí la pata más frágil de una moción con la que, ahora sí, Podemos quiere pero no puede construir una mayoría alternativa a pesar de que Iglesias, como Pedro Sánchez, comparten que el camino a seguir es el de entendimiento de las izquierdas como en Portugal. Demasiado tarde o demasiado pronto. Quién sabe. De momento el líder de Podemos hace por primera vez autocrítica de la vehemencia con la que se negó hace un año a investir presidente del Gobierno a un socialista, y ahora tiende la mano con otras formas y hasta con otro estilismo.

Puede que lo que vive estos días el Congreso de los Diputados sea un acto de propaganda de Iglesias, puede que el líder de Podemos no sea presidenciable, puede también que los morados no cuajen como partido de gobierno, pero seguro que el PP tampoco sale ileso del trance.

Hasta en las filas del PSOE se agradeció el tono, se recogió el guante y se habló de la posibilidad de un espacio de entendimiento, al menos en materia de regeneración democrática y lucha contra la corrupción, pese a que el proyecto de país defendido por Podemos no es la alternativa de los socialistas.

Por lo demás, ni el Gobierno salió reforzado, como esperaba, ni la moción lo fue de fogueo. Lo de menos en las mociones de censura, como se ha visto en la historia de nuestra democracia, es la aritmética. Iglesias no es González, pero tampoco Hernández Mancha. Y no hay gabinete que aguante sin mella un retrato de la corrupción de su partido como el que se escuchó en la Cámara Baja, se publica cada día en la prensa, ocupa a los tribunales de Justicia e indigna cada vez más a un mayor número de españoles.

Puede que lo que vive estos días el Congreso de los Diputados sea un acto de propaganda de Iglesias -como dijo la canaria Oramas-, puede que el líder de Podemos no sea presidenciable, puede también que los morados no cuajen como partido de gobierno, pero seguro que el PP tampoco sale ileso del trance. Sólo había que ver cómo algunos diputados se revolvían en los escaños al comprobar que los "podemitas" han decidido tomarse en serio lo de ocupar el espacio parlamentario, a la espera de que el PSOE, tras nueves meses de interinidad, se recomponga o se descomponga. Todo depende de a quién se pregunte. Ya saben que el de Pablo Iglesias, no Turrión sino Posse, es el partido que más daño se hace a sí mismo. Y a partir del próximo lunes empieza a escribir una nueva página de su historia.