Rato precipita el "postmarianismo"

Rato precipita el "postmarianismo"

El 'caso Rato' revienta la campaña del PP y si a alguien perjudica, además de a la vieja política en general y a las siglas del PP en particular, es a Mariano Rajoy. Tras el 24-M, si las urnas confirman los peores augurios, en el PP se precipitará, seguro, el debate sobre el liderazgo del presidente del Gobierno y su idoneidad o no para repetir como candidato a las generales. Será inevitable, como lo fue para el PSOE en 2011 tras la debacle de las municipales y autonómicas que anticipó la sucesión de Zapatero.

"El jefe de los guardias [Luis Roldán] se fugó con el dinero y al jefe del dinero [Mariano Rubio] lo vimos entre dos guardias". La frase, atribuida a Joaquín Leguina, intentaba antaño explicar la caída del "felipismo" tras casi tres lustros de Gobierno. Hoy son muchos los que ven cierta similitud entre aquellos años agónicos en los que España se despertaba sobresaltada un día sí y otro también por los casos de corrupción en el PSOE y estos otros de aparente ocaso del imperio, en el que un día nos enteramos que el tesorero del PP acumuló 47 millones de euros en Suiza, otro que sus dirigentes políticos cobraban sobresueldos en B y al siguiente que el partido de la gaviota se ha financiado de manera ilegal durante 20 años.

Creía Mariano Rajoy que los españoles habían ya digerido tanta inmundicia cuando, de repente, la tarde del jueves nos merendamos con que la Fiscalía acusaba al supuesto hacedor del "milagro económico" español de fraude fiscal, blanqueo de capitales y alzamiento de bienes. Rodrigo Rato fue puesto en libertad tras siete horas de registro en su domicilio y su despacho. Pero en la retina de los españoles quedará para siempre grabada la mano humillante de un agente de Aduanas sobre la cabeza del icono económico del PP para protegerle del techo del vehículo policial camuflado que le llevaba detenido de su vivienda particular a su oficina para proseguir la búsqueda de documentación probatoria para la causa abierta contra él.

Más allá del juicio social y penal que merezca el comportamiento del que fuera también director-gerente del FMI (Fondo Monetario Internacional), en el ambiente político quedan sin respuesta interrogantes como quién filtró la detención; por qué se precipitó la operación o a quién beneficia en el PP el descenso a los infiernos del icono económico del PP que a punto estuvo de ser ungido por el dedo de Aznar para ser su sucesor.

Lo que parece claro a estas alturas es que la del jueves no fue una operación política convencional y mucho menos electoral, porque si lo que pretendía el Gobierno era un escarmiento público para usarlo en beneficio propio lo que ha hecho ha sido pegarse un tiro en el pie a 5 semanas tan sólo de las elecciones municipales y autonómicas. Cierto es que, tras su imputación en el caso Bankia y el de las tarjetas black, Rodrigo Rato ya era un ídolo caído en las filas del PP y que él mismo ha dicho estos días que sabía que desde La Moncloa iban a por él, ademas de que se considera una víctima propiciatoria de los que fueran sus compañeros de siglas para hacer creíble el discurso de que nadie quedará impune frente a la corrupción y que su actitud frente a ésta es distinta a la del PSOE, que mantiene a Manuel Chaves y a José Antonio Griñán sentados en un escaño.

Fuera ésta o no la pretensión del Gobierno, lo que nadie duda es que el caso Rato revienta la campaña del PP se mire por donde se mire y que si a alguien perjudica, además de a la vieja política en general y a las siglas del PP en particular, es a Mariano Rajoy. Fue él su compañero de Gabinete en los Gobiernos de Aznar; fue él quien negoció con Zapatero su entrada en el FMI y fue él quien le propuso como presidente de Caja Madrid tras una lucha sin cuartel contra Esperanza Aguirre, después de que ella quisiera el mismo sillón para Ignacio González. La pregunta entonces sería a quién no perturba la operación. Y ante este interrogante, en el PP son muchos los que apuntan a Soraya Saénz de Santamaría y los movimientos de sus adláteres por situarla en primera posición con la vista puesta en el "postmarianismo".

Y es que tras el 24-M, si las urnas confirman los peores augurios, en el PP se precipitará, seguro, el debate sobre el liderazgo del presidente del Gobierno y su idoneidad o no para repetir como candidato a las generales. Será inevitable, como lo fue para el PSOE en 2011 tras la debacle de las municipales y autonómicas que anticipó la sucesión de Zapatero. A pesar de que el presidente ha dicho recientemente que se presentará a un segundo mandato, si la hecatombe es considerable, vendrán tiempos de convulsión interna y repudio público de los suyos. Llegarán, seguro, las peticiones para que dé un paso atrás en un PP amenazado por las fuerzas políticas emergentes. Hoy en la calle Génova hay pocos que se atrevan a negar que si el escenario de mayo es de derrumbe absoluto, antes de las generales se abrirá el debate sobre la renovación que con más o menos acierto hicieron ya tras las europeas el PSOE e IU. Si los populares pierden los gobiernos de Madrid y Valencia, además de cuatro o cinco capitales andaluzas, Rajoy deberá pensar inexorablemente en su salida porque no habrá previsión económica que le salve de la pira ni terminal mediática capaz de transmitir tranquilidad en un partido que entrará, seguro, en pánico. Otra cosa es que el presidente esté dispuesto a ceder el testigo antes de las generales. Igual que en el PSOE, todo está abierto a la espera de los resultados del 24-M.

En la calle Génova cuentan que los "sorayos" no piensan en otra cosa más que en la sucesión y que, aunque pocos en el PP creen en sus posibilidades, su inmenso poder sobre los medios de comunicación le otorgan cierta posición de ventaja. Pero una cosa son los apoyos mediáticos, y otra bien distinta el beneplácito de los suyos, donde parece que casi todos los ojos están puestos en el presidente de la Xunta de Galicia. De los pocos que se han atrevido a hacer autocrítica por la financiación ilegal del PP y el caso Bárcenas, Núñez Feijoó siempre fue "marianista" aunque mantiene buenas relaciones con todos los barones y nunca ha tomado partido en la guerra que desde principio de la Legislatura libran Cospedal y Santamaría precisamente a cuenta de la sucesión. El que fuera director del extinto Insalud y presidente de Correos en los gobiernos de José María Aznar es, sin duda, el mejor situado para la carrera por la sucesión se abra oficialmente cuando se abra. El baile, en todo caso, ha empezado.