Retrasar lo inevitable

Retrasar lo inevitable

Las claves de la semana de Esther Palomera

Yves Herman / Reuters

El procés está muerto, sí, pero la fuerza electoral del independentismo permanece intacta, pese a que su bloque aparezca más dividido que nunca. En lo personal y en lo estratégico. 45.000 personas en Bruselas, reunidas para llamar la atención sobre la respuesta del Gobierno de España al desafío independentista y ofrecer apoyo al huido Puigdemont, no es una cifra baladí, se mire como se mire. El Gobierno de Rajoy ha querido mirarla con desdén como hizo con el 1-0. Y de aquellos polvos, estos lodos. Siempre que la derecha minusvalora un riesgo, estalla una bomba nuclear.

Así que ahora que la memoria de Cambó está más presente que nunca conviene no olvidar sus adagios, por ejemplo aquel que decía que había dos maneras seguras de llegar al desastre: una, pedir lo imposible; otra, retrasar lo inevitable.

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Las consecuencias de la primera modalidad de llegar al cataclismo ya las hemos vivido con la declaración de una república inalcanzable. Y el resultado de dilatar lo ineludible podría llegar tras el 21-D si los principales líderes políticos pretendieran, sea cual sea el resultado, que todo siguiera igual, que nada cambie.

Cuando la política no escucha

Hay precedentes de que cuando la política no escucha, la calle responde. ¿Han olvidado el 15-M y los motivos por los que Podemos llegó al Parlamento? Con Cataluña y el independentismo pasará lo mismo, aunque defiendan que el 155, los tribunales y una atípica campaña electoral nos devolverán a la normalidad.

En cualquier democracia homologable, una espantada como la que dio el ex "molt honorable" después de declarar la independencia de su pueblo le hubiera inhabilitado para cualquier plan de futuro, pero no parece que ésta vaya a ser la consecuencia de su huida. Todo lo contrario. La decisión del juez Llanera de mantener en prisión a Junqueras está haciendo mella en la candidatura de ERC y aupando en las encuestas a la lista de Puigdemont, pese a las desastrosas consecuencias del proceso soberanista. Y eso es una señal.

Pasar el trance a la espera del próximo desastre

El 21-D no sólo está en juego si son los independentistas o los constitucionalistas quienes tienen mayoría en el Parlament o cuál será la fuerza política que lidere el secesionismo, sino que también se elige entre quienes están dispuestos a revisar el actual marco de convivencia y quienes sólo buscan pasar el trance a la espera del próximo desastre.

Esta semana que acaba Mariano Rajoy ha dado otra vez sobradas muestras de que nada debe cambiar. El 6 de diciembre fue la enésima vez que desdeñó la propuesta del PSOE para reformar la Constitución. Lo ha hecho en cada cumpleaños de la Carta Magna y en cada ocasión en que la izquierda ha pedido cambios para un modelo cuyas costuras hace tiempo que estallaron, y no sólo en lo que tiene que ver con la planta territorial.

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La apuesta más reiterada en los corrillos de políticos y periodistas durante la tradicional recepción en la Carrera de San Jerónimo fue que el texto constitucional pasará en 2018 la crisis de los 40 sin haber sido reformado. Es probable que sea así. Unos dicen que no hay mimbres y otros que no hay disposición.

Iceta vuelve a contonearse en los platós

El caso es que el PSOE se ha quedado compuesto y sin pareja para este baile mientras Miquel Iceta ha vuelto a contonearse por los platós de televisión.La exótica lista que los socialistas han registrado para las primeras comparecencias ante la comisión parlamentaria que evaluará el modelo territorial no ha servido más que para aumentar el escepticismo entre propios y extraños.

No es que Pedro Sánchez no haya convencido a los suyos con la idea de incluir en el listado a una nutrida representación de la sociedad civil, es que además ha sido motivo de mofa incluso entre algunos de los incluidos en la relación y no habían sido siquiera consultados.

Chanzas aparte, si lo que pretendía Sánchez era hacerse con el discurso de Podemos sobre la "voz de la calle" y la participación de la sociedad civil en una reforma para los próximos 30 años ni siquiera Pablo Iglesias se ha sentido tentado. El secretario general de Podemos ya ha dicho que no participará en la reforma y, aunque su presencia el día de la Constitución se haya interpretado como el primer paso de un posible cambio en su hoja de ruta, sigue creyendo más en una reforma de la ley electoral que en una modificación de la Carta Magna que la derecha aprovecharía para un proceso de involución.

Iglesias quiere una circunscripción única, un Congreso que pase de 350 a 400 diptuados, una ley electoral "más proporcional" y un Senado como el Bundesrat alemán. Sería el principio de un cambio que acabaría con la mayoría de bloqueo con la que el PP puede frenar cualquier reforma en el Senado y al que, en su opinión, tendrán difícil no sumarse PSOE y Ciudadanos.

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De esto y de otros asuntos del panorama político habló Iglesias durante su último almuerzo hace una semana con la presidenta del Congreso, Ana Pastor, a quien el líder de Podemos considera contraria a un proyecto de restauración basado en la exclusión y el involucionismo que representa la derecha de Pablo Casado, García Albiol o José María Aznar, y que Albert Rivera e Inés Arrimadas han sabido aprovechar bien en esta crisis institucional.

Iglesias también quiere un 'Borgen', pero con Domenech

De ahí que, pese al alza de Ciudadanos y por muy incontestable que pueda ser su resultado el 21-D, los morados den por seguro que no facilitarán en ningún caso un Govern del bloque constitucionalista presidido por Arrimadas, pero tampoco una fórmula a la danesa impulsada por Iceta. Iglesias tiene su propio Borgen y se llama Xabier Domenech. Y ya avanza que allí, en Cataluña, quienes deciden son los "comunes" de Ada Colau, que para quien no recuerde son los mismos que hace un mes expulsaron al PSC del Gobierno del Ayuntamiento de Barcelona.

Así pues, salvo la imposible victoria del constitucionalismo, se presenta un horizonte en el que el catalanismo político puede ofrecer nuevas dosis de uun esperpento que puede acabar en la investidura de un candidato en el exilio, de un preso como Junqueras o de un aspirante que represente a la cuarta formación política del Parlament. Y todo mientras la derecha española niega la evidencia: que el procés ha muerto pero el independentismo sigue vivo y que este país necesita con urgencia cambios que, como dijo Ana Pastor esta semana, deben consensuarse en el Parlamento —y no entre los partidos— y con todas las fuerzas políticas, incluidas los nacionalistas y Podemos.

Cualquier otra variante que se trame retrasará lo inevitable.