Sánchez no es el Cholo

Sánchez no es el Cholo

Es "colchonero" pero no del Cholo. Nada que ver. Pedro Sánchez no conoce el espíritu de Simeone. No, al menos, en la forma de afrontar las derrotas. 90 escaños y el peor resultado de la historia del PSOE, no fue un fracaso, sino una "oportunidad histórica". Sabe Dios cómo llamará, si llega, al temido sorpasso de Podemos.

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Es "colchonero" pero no del Cholo. Nada que ver. Pedro Sánchez no conoce el espíritu de Simeone. No, al menos, en la forma de afrontar las derrotas. 90 escaños y el peor resultado de la historia del PSOE, no fue un fracaso, sino una "oportunidad histórica". Sabe Dios cómo llamará, si llega, al temido sorpasso de Podemos.

"Me planteo pensar". Tres palabras y una frase que retumbó con estruendo en San Siro. Un golpe inesperado. Nunca antes demostró debilidad ante una derrota, aunque ésta fuera la más digna de las pérdidas y el Atleti no mereciera fallar ese maldito penalti que Juanfran lanzó al palo. Ya eran dos los severos mazazos. Y el Cholo sabe que al directivo de una empresa se le contrata para conseguir resultados y al mister de un equipo, para ganar campeonatos. ¿Y a un candidato? Si Simeone se presentara a las elecciones de junio y fuera batido en el campo de la política, diría lo mismo que en Milán: "Tengo que pensar. Perder dos finales es un fracaso".

El secretario general del PSOE no necesita meditación. Lo tiene reflexionado. Y lo ha dicho. Sea cual sea el resultado de esta segunda vuelta electoral, seguirá. "Llevo dos años en la secretaría general del PSOE. Estoy al principio de mi mandato", ha declarado este fin de semana al periodista Gabriel Sanz. Lo mismo espetó hace dos semanas en una entrevista con El Mundo sin recordar tampoco entonces que fue elegido secretario general en un congreso extraordinario convocado para un tiempo limitado y que éste expiró el pasado febrero. Hasta la fecha su dirección federal ha sorteado la convocatoria de un nuevo cónclave.

Sánchez no se irá. Lo sabe hasta el más ingenuo de sus críticos, incluso aquellos que, en privado, han esbozado el modo y el momento de exigirle responsabilidades la noche del 26-J si no mejora el resultado de diciembre o si pierde el liderato de la izquierda. Se presentará al próximo congreso, que no será nunca antes septiembre. Y aunque los barones tuvieran la intención de pedir su cabeza -que la tienen-, se las arreglará para soslayar el parecer de los órganos de dirección y someter a consulta de la militancia cualquier estrategia de alianza postelectoral.

La elección será entre susto y muerte. Lo de ganar, en el caso de Sánchez, es pura retórica porque no hay encuesta que sitúe el PSOE como primera fuerza política. Así que por más que su candidato repita una y mil veces, a modo de lamento y no de promesa, que sólo gobernará si gana las elecciones y que nunca será presidente con los votos de Pablo Iglesias, el propósito no es más que quedar por delante de Unidos-Podemos.

El cisma será mayúsculo en todo caso porque, además del liderazgo, tras estas elecciones el PSOE tendrá que elegir si permite gobernar al PP con Ciudadanos, si entra en un gobierno constitucionalista con ambos como se ha propuesto Mariano Rajoy o si gobierna con Pablo Iglesias aún a sabiendas de que la aspiración del "coleta morada" es ocupar su espacio.

La última escena produce escalofríos entre una apabullante mayoría de los socialistas con tan sólo imaginarla. La primera y la segunda, además de no entenderse en su electorado, convertirían a los morados en la única oposición parlamentaria durante cuatro años. El dilema no es baladí.

Y en el fondo del discurso de Sánchez de esta precampaña se vislumbra ya la senda por la que parece dispuesto a transitar, y no es -pese a lo interpretado tras su intervención ante el Círculo de Economía- dejar gobernar al PP ni entrar a formar parte de un ejecutivo presidido por Mariano Rajoy, sino articular una mayoría de izquierdas a la que Ciudadanos no podrá, por segunda vez, decir que "no" ante el fantasma de unas terceras elecciones.

Todo parece diseñado en Ferraz, a pesar de la caótica definición de la estrategia en una campaña en la que la motivación de la izquierda es adelantar al PSOE y la de la derecha, frenar al populismo. Por contra, es difícil averiguar para qué sirve esta vez votar socialismo, pese a que por boca de Sánchez sólo sale que para que España pueda formar gobierno en una semana. ¿Con quién? No lo dice. Pero si los barones hicieran de nuevo de guardianes de las esencias para limitar un pacto por la izquierda o vetar cualquier negociación con el independentismo, no dudará en recurrir al sufragio de la militancia.

De momento, sólo hay una señal inequívoca y es la que aparta al PSOE de Sánchez de cualquier alianza, activa o pasiva, del PP. El resto, turbación e indefinición. Un desconcierto que este fin de semana ha tornado en desvelo entre algunos sectores del socialismo. El motivo: la victoria de Xoaquin Fernández Lieceaga, en las primarias del PSdG para elegir cabeza de lista a la presidencia de la Xunta. El ex diputado, de pasado nacionalista y partidario de un acuerdo de los socialistas con las Mareas, fue impulsado por la gestora que dirige el partido tras la dimisión de Besteiro frente a la candidatura de José Luis Méndez Romeu y cuenta con el beneplácito de Ferraz, lo que hace temer que la dirección federal vuelva a la casilla de la que partió el 26-J en busca del entendimiento con los de Pablo Iglesias y el apoyo pasivo de los independentistas.

En este mismo contexto han leído algunos también la presencia del primer secretario del PSC, Miquel Iceta, en una manifestación en Barcelona contra los recursos del PP al Tribunal Constitucional. Una marcha en la que se impusieron proclamas en favor de la independencia de Cataluña y con la que los socialistas catalanes buscaban desmarcarse de Ciudadanos, el mismo partido con el que Sánchez parece haber alcanzado un pacto de no agresión en esta campaña.

A más a más, que dicen en Cataluña, no descuiden la presencia de Margarita Robles como número dos de Sánchez en la candidatura por Madrid. Los morados se felicitan de la elección del secretario general del PSOE porque con ella habrá tras el 26-J un puente de diálogo entre Podemos y Ferraz. De hecho, ya lo hay. La que fuera secretaria de Estado de Seguridad con Felipe González mantiene una excelente relación y una comunicación fluida con la cúpula del partido de Pablo Iglesias. Y ayudará, sin duda, al entendimiento de toda la izquierda. Eso dicen.