Se nos voló el tiempo

Se nos voló el tiempo

Las claves de la semana.

¿Se acuerdan? Fue ayer no más. Cada momento pasó y se nos voló. Si el argentino Fito Paez dedicó una canción a la velocidad del tiempo, los españoles acumulamos un repertorio muy completo sobre la rapidez con la que la política cambió de pantalla en menos de un año. Vistatelgre II y el viaje a los infiernos de Podemos; el 1-O y el desgarro del socialismo, Barcelona y el nuevo zarpazo del terrorismo yihadista, la crisis catalana...

Y aquí seguimos: metidos de hoz y coz en la mayor crisis institucional vivida en democracia; con un Govern preso; un president fugado; un independentismo que echa el freno, no a su legítima aspiración de lograr la independencia, pero sí a llegar a ella por las bravas y una Justicia belga que se interesa por el estado de las cárceles españolas. Cada día hay algo nuevo que hace olvidar el anterior. Apenas recordamos cómo empezó todo esto, si con el Estatut de 2006, la sentencia del TC de 2010 o el día que Artur Mas decidió abrazar el secesionismo para tapar el 3 por ciento.

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Iglesias decreta el fin del "procesismo"

Hasta Pablo Iglesias reconoce tener la sensación de que todo va tan rápido que ha terminado ya "el procesismo" y que, a partir del 21-D, las cosas empezarán a normalizarse. Pero normalizar es una palabra que en estos tiempos tiene significados distintos para según quién. Para Durán i Lleida, el líder de la extinta Unió Democrática, esta semana la normalidad es anunciar que su voto irá para Miquel Iceta. Para el primer secretario del PSC, encauzar, en tiempos de emergencia, quiere decir que hay que buscar un acuerdo transversal pero no con un presidente independentista, sino socialista. Para Ciudadanos, lo normal es que se hable castellano en la escuela pública y que caiga todo el peso de la ley sobre los secesionisas. Si es con pena de cárcel, mejor que mejor. Y para el PP catalán, mantener la política de bloques y que el constitucionalista sustituya ya al independentista, como si así desaparecieran los dos millones de catalanes que, de un modo u otro, no se encuentran cómodos en la España actual.

¿Para Podemos? Que las elecciones las gane ERC -aunque no con tanta diferencia como creen sus próceres-, que no se reedite un Govern de republicanos, antiguos convergentes y cuperos y que los de Junqueras cortejen a los "comunes" que, en ese caso, exigirían la renuncia a la vía unilateral para entrar en un Govern en minoría que buscase acuerdos transversales para políticas sociales con otras fuerzas. Sólo así, se lograría más financiación, más autogobierno e influir en el Gobierno de España para que en el horizonte medio se pudiera pactar un nuevo marco legal.

Como ven, la normalidad va por barrios y por siglas. Todo cabe y todo es discutible, menos que alguien que aspira a presidir la Generalidad acuse en una radio pública al Gobierno de haber amenazado con "muertos en las calles" si el independentismo seguía adelante con la Declaración Unilateral de Independencia.

Rovira, ungida por Junqueras

Entramos pues en el capítulo de la anormalidad entendida como la condición o cualidad de lo normal, que es lo más alejado a la denuncia de Marta Rovira mientras la ungida por el dedo de Junqueras para ocupar la presidencia de la Generallitat no aclare el qué, el quién, el dónde, el cómo y el cuándo desde Madrid se dijo supuestamente semejante barbaridad. Si no lo hace, estaremos ante una nueva patraña del independentismo.

Anormal desde el punto de vista de la coherencia ha sido esta semana también que el mismo PSOE que primero dijo No al 155, después pidió y se retractó de la reprobación de la vicepresidenta por el 1-O y luego ayudó a construir y limitar el desarrollo del precepto diga ahora, como ha dicho Pedro Sánchez, que quiere reunir en el Senado la comisión del 155 y pedir explicaciones mes y medio después al ministro Juan Ignacio Zoido por la imagen de las cargas policiales que recorrieron el mundo.

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Será la lógica electoral, el camino inexorable y partidista que conduce al 21-D, pero normal, lo que se dice normal, hay muy poco en cada entrega de este serial. Tampoco que el independentismo diga que van "coordinados, pero no unidos" o que no van separados, sino en listas propias.

Porque a estas alturas todo el mundo sabe que lo único que ha conseguido Puigdemont es que sus siglas -PDeCAT- se presenten camufladas y con actores invitados ajenos al partido para dar sensación de que la suya es la candidatura del pueblo catalán. El ex molt honorable ha frustrado el anhelo de Marta Pascal de reorientar el partido, jubilar a los del 3 por ciento y regresar a la senda autonomista. Y, aunque al nuevo invento lo han llamado Juntos per Catalunya, ni ellos mismos están junts, ni en la estrategia penal ni en la electoral. A Puigdemont no le reconoce ya autoridad ni quien fuera vicepresidente del Gobierno, que se ha negado en rotundo a una lista por la unidad -ni de los presos ni de Cataluña-.

Todos contra todos

El independentismo es ya un todos contra todos, pero también el constitucionalismo. Se acerca la cita electoral y quien más quien menos mira por sí mismo. De ahí que Ciudadanos atice a los socialistas por sus escarceos con los comunes de Ada Colau y Pedro Sánchez replique que Albert Rivera se ha revelado un derechista extremo al estilo de VOX. Es lo que tienen las campañas, que invaden los micrófonos con eslóganes de usar y tirar y, luego, si la aritmética para formar gobierno lo demanda, todo cambia.

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Aquí ya la única certeza es que la independencia ha sido y será imposible mientras permanezca invariable el marco constitucional. Y que sus líderes han causado más daño político, económico y social a Cataluña del que hubieran causado diez crisis como la que empezó en 2008 y, hasta dos años después, se negó a reconocer el socialismo español.

Quédense al menos con que esta semana Puigdemont, Tardá, Junqueras y otros muchos han admitido que aquello de la independecia no era la única salida, que no había mimbres para una República y que, como el cielo, Cataluña también puede esperar. Claro que lo mismo se puede decir de la reforma constitucional, porque un día Rajoy la pacta con el PSOE, otro el PP se desmarca, al siguiente Sánchez dice que confía en el presidente y, éste le responde que no vaya tan deprisa.

Pues eso es lo que tiene la velocidad del tiempo, que cada momento pasó y se nos voló. E Imaginen lo que a este paso se verá y escuchará el 22-D.