Un rey en la diana

Un rey en la diana

En El discurso del Rey, el que dirigió Tom Hooper en 2010, Jorge VI de Inglaterra logró, tras no pocos avatares para vencer su tartamudez, pronunciar una diatriba memorable que inspiró a su pueblo para mantenerse unido ante la batalla. Con un país a punto de entrar en guerra que necesitaba desesperadamente un líder. Lo que no narra la exitosa película que protagonizó Colin Firth en la gran pantalla es que, tras la Segunda Guerra Mundial, miles de personas se concentraron ante el Palacio de Buckingham para gritar: ¡Queremos al Rey!

Jorge VI fue conocido como el "el rey que se enfrentó al nazismo", ya que durante el conflicto no sólo decidió quedarse en Londres junto a su familia, sino que visitó las zonas del país afectadas por los bombardeos, conoció de primera mano la situación de las tropas británicas en el frente y con sus discursos radiofónicos logró mantener viva la resistencia de la nación.

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Con el discurso de Navidad del Felipe VI, la Corona no ha conseguido siquiera poner de acuerdo ni a la derecha monárquica. Unos han echado en falta en sus palabras la contundencia que empleó en su intervención televisada tras el referéndum ilegal del 1-0; otros han creído ver en ellas una puerta abierta a la reforma constitucional que con un país patas arriba hoy pondría en cuestión hasta la propia Jefatura del Estado y alguno hasta ha tomado buena nota de que no hizo mención expresa a que la ley va a seguir cumpliéndose en Cataluña.

Si hay una constante en los discursos reales es la solemnización de lo obvio, y si el rey no recordó que la ley está para cumplirla no será porque no vaya a ser así, sino porque en este momento lo que menos conviene, tras la victoria del independentismo en las elecciones catalanas, es volver a recordar machaconamente el camino ya andado, una lección que el Gobierno de Rajoy no parece no haber aprendido.

La crisis catalana ha situado a Felipe VI en el centro de la diana de la actual crisis institucional

En todo caso, ya hay conjeturas sobre si el "olvido" sobre la judicialización del procés responde sólo a una modulación en el tono del monarca para proteger a la Corona del desgaste ya ocasionado por la crisis catalana, tras asumir como propia la estrategia del Ejecutivo, o si estamos ante una rectificación implícita ante los errores cometidos, y que el propio monarca mencionó veladamente en su mensaje navideño: "Hay que reconocer que no todo han sido aciertos; que persisten las situaciones difíciles y complejas que hay que corregir y que requieren de un compromiso de toda la sociedad".

Sea como fuere, salvo para entusiastas como Albert Rivera, que ha dicho sentirse muy representado con la alocución del monarca, el discurso no ha satisfecho ni a izquierda ni a derecha. Va de soi que no iba a ser aplaudido por el independentismo, que sólo vio en la pantalla del televisor al "Rey del 155".

El discurso no ha satisfecho ni a izquierda ni a derecha

Más allá de Cataluña, donde el mensaje un año más no fue retransmitido por la televisión autonómica, hay halagos, críticas, declaraciones solemnes y hasta "tuits" de líderes políticos llamando a la República.

Y lo que ya nadie duda a estas alturas es que la crisis catalana ha situado a Felipe VI en el centro de la diana de la actual crisis institucional, y no sólo tras el tan esperado como comentado discurso de Navidad. La discusión empezó antes del referéndum ilegal del 1 de octubre cuando en algunos círculos políticos se demandó, con escaso éxito, que el rey hiciera uso del papel de arbitraje y moderación que le confiere la Constitución en su artículo 56.1: "El Rey es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia, arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones (...)"

En el recuerdo de muchos seguía presente el mensaje televisado que en la madrugada del 24 de febrero de 1981 pronunció su padre y que tan decisiva importancia tuvo en la neutralización del golpe del 23-F. Entre la mayoría constitucionalista existía cierta unanimidad en que lo ocurrido en el Parlament los días 6 y 7 de septiembre con la aprobación de las leyes del Referéndum y de Transitoriedad era un "golpe institucional" al Estado de Derecho y la Constitución. El paralelismo estuvo servido durante días, y situó a Felipe VI ante la coyuntura de seguir el consejo de quienes le sugerían que no entrara en escena política hasta el día que Puigdemont declarara la independencia y quienes le pedían un pronunciamiento inmediato.

Lo hizo finalmente el 3 de octubre en el que fue el primer mensaje excepcional de su reinado y con una contundencia sobre la Generalitat que no dejó resquicio a la duda tras acusar al Govern de "deslealtad inadmisible", de "dividir a la sociedad catalana" y de un "inaceptable intento de apropiación de las instituciones".

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Desde entonces, cuando le llovieron todo tipo de críticas desde la izquierda no conservadora y desde el independentismo, había guardado silencio. Y es ahora, en su tradicional mensaje navideño, cuando los mismos que le elogiaron antaño sin medida le cuestionan hoy entre bambalinas. Todo porque ha hablado de un nuevo camino que "no debe llevar al enfrentamiento o a la exclusión", "de una democracia madura donde cualquier ciudadano puede pensar, defender y contrastar sus opiniones pero no imponer las ideas propias frente a los derechos de los demás" y, sobre todo, por evitar en su parlamento cualquier mención a la judicialización del procés.

Es cierto que el discurso de Navidad del monarca rebajó el tono respecto al pronunciado el 3 de octubre, que no hizo ninguna mención al inexorable cumplimiento de la ley y que reconoció implícitamente errores, pero también reclamó que los vencedores de las elecciones no persistan en la unilateralidad y que el enfrentamiento y la exclusión "solo generan discordia, incertidumbre, desánimo y empobrecimiento moral, cívico y económico".

Los líderes de Podemos han acusado a Felipe VI de abrazar el argumentario del PP

Y los reproches que se ha granjeado en algunos sectores de la derecha no han servido tampoco para arrancar ni una alabanza en la izquierda. Todo lo contrario. Las más abiertas, aunque esperadas, han sido las emitidas desde el independentismo, pero Podemos no se ha quedado a la zaga. Sus líderes le han acusado de abrazar el argumentario del PP y de ser incapaz de reconocer el fracaso de su hoja de ruta en Cataluña, y Pablo Iglesias ha llegado a escribir en su cuenta de tuiter que España "no necesita reyes, sino servicios públicos de calidad, trabajo digno y diálogo". La frase es sin duda una nueva demostración del distanciamiento de los "morados" con la Corona.

Y es que la sintonía entre Pablo Iglesias y Felipe VI durante los primeros pasos del líder de Podemos por la vía institucional se ha esfumado como consecuencia de la crisis catalana. Los herederos del 15-M han pasado sin apenas transición de dejar al margen de sus críticas a la Monarquía y decir que el rey podría ganar unas elecciones a cuestionar abiertamente el papel de la actual Jefatura del Estado. Todo porque, en su opinión, el sucesor de Juan Carlos I ha comprometido el papel de la institución por no tender puentes ni con los nacionalistas ni con la nueva izquierda durante la mayor crisis institucional que ha vivido España.

El papel del rey en esta crisis ha conseguido resucitar el republicanismo

Si con el discurso del 3 de octubre Felipe VI se desconectó de una mayoría de catalanes que hoy ha vuelto a votar independentismo, su papel en esta crisis ha conseguido resucitar el republicanismo que la izquierda de nuevo cuño había dejado durmiente tras su llegada al Parlamento.

Así que igual que la aplicación del 155 ha dejado tocado al Gobierno y a Rajoy, lo mismo ha conseguido con la Corona y Felipe VI. No sólo en Cataluña. Si en aquella Comunidad hay dos millones de ciudadanos que han desconectado de España y que, a la vista de lo ocurrido en los últimos meses, han demostrado que les da igual hacerlo por las bravas que con diálogo, en el resto del país hay 5 millones de españoles que votaron Podemos en las últimas elecciones y que, en adelante, volverán a escuchar arengas en favor de la República.

Y, aunque Iglesias y sus confluencias no pasen por su mejor momento y hayan perdido apoyos electorales según los sondeos, la Monarquía debería estar, cuando menos, inquieta. Al fin y a la postre, si algo logró Juan Carlos I durante todo su reinado fue el respaldo de todos los partidos políticos, especialmente el de las formaciones de izquierdas. Esto por no hablar del efecto contagio que la estrategia de Podemos suele tener en el socialismo que representa Pedro Sánchez, aunque este sea un capítulo para escribir en otra entrega.

Pues eso que, como dijo, Colin Firth en El discurso del Rey: "En el pasado todo lo que un Rey debía hacer era lucir respetable en uniforme y no caer de su caballo. Ahora debemos invadir los hogares de la gente y consagrarnos con ellos (...)".

Hoy corren otros tiempos, y en poco se parecen a los que vivió España bajo el reinado Juan Carlos I. Y tampoco se atisba en el horizonte una multitud congregada ante la Zarzuela que grite "¡Queremos al Rey", como aclamó ante Buckingham con Jorge VI.