Análisis de discurso (1). El viaje a ninguna parte

Análisis de discurso (1). El viaje a ninguna parte

Los pasados viernes y sábado la plana mayor del PP atracó en Barcelona. Vinieron en avión o en AVE probablemente hablando sólo entre sí y sin interactuar con nadie más; subieron a coches oficiales, seguramente custodiados por la policía, y se trasladaron velozmente a una de sus sedes, a la del PP catalán.

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¿Qué diríamos de alguien que fuera al aeropuerto de Orly, al de Tegel, al de Heathrow, al de El Prat y después nos dijera que ha visitado, que ha conocido, París, Berlín, Londres o Barcelona? Sin duda, nos parecería un despropósito.

Pues bien, eso es lo que hacen los partidos políticos, especialmente los mayoritarios. Los pasados viernes y sábado la plana mayor del PP atracó en Barcelona. Vinieron en avión o en AVE probablemente hablando sólo entre sí y sin interactuar con nadie más; subieron a coches oficiales, seguramente custodiados por la policía, y se trasladaron velozmente a una de sus sedes, a la del PP catalán; allí hablaron para las televisiones simulando que lo hacían para un puñado de fieles (se reservaba el derecho de admisión); ningún contacto con el resto del personal, con el resto del país. Vestían disciplinadamente el uniforme de la política oficial: ellos lucían la preceptiva corbata y esta variedad de cuellos de camisa que permite pergeñar un mapa de las diferentes facciones del partido; ellas, el obligatorio tormento de los tacones de aguja (¡gracias por el magnífico vídeo, Emma Thompson...!) que habla tanto de su condición como de su voto de obediencia. Para que no se angustiaran ni sufrieran, el telón de fondo fue el habitual en todas las sedes sin excepción se hallen donde se hallen: un cielo azul salpicado de inocentes nubecillas para esconder las tormentas; supongo que volaban por él las mismas gaviotas de siempre (por si se desea saber de qué y cómo se alimentan). La ceguera del PP, de los partidos convencionales, se puso de manifiesto en este ejercicio de autismo político.

La puesta en escena una vez más me hizo pensar con perplejidad de qué manera un prejuicio, un partido previo, un tópico, contraviniendo toda evidencia, arraiga y se reproduce por falso que sea. Me refiero a la consideración propagada por muchos medios de comunicación de que Rajoy es moderado desde el punto de vista político y muestra un talante amable. Respecto a los hechos, dejaré que cada lectora, que cada lector, decida si son moderadas y amables actuaciones como, por ejemplo, la recogida de firmas contra el Estatuto, las leyes del aborto o de educación, las modificaciones que se han realizado, así como las que se proponen hacer, a la justicia, la reforma laboral, la ley de costas..., de todas las cuales Mariano Rajoy es el máximo responsable.

Por mi parte, me dedicaré a lo que con un poco de pedantería se podría denominar análisis del discurso. No analizaré, pues, la política, los hechos o los contenidos, sino que intentaré simplemente discernir algunos significados que se desprenden de la forma, de algunas de las palabras y expresiones que ha usado y usa Mariano Rajoy en su andadura política y que pueden poner de manifiesto --quizás delatar-- quién es y cómo se las gasta.

Pocos días antes de amarrar en Barcelona, Mariano Rajoy anunció que tenía un «plan», palabra que me puso la piel de gallina. ¿No sería preferible tener «una propuesta» «un proyecto», «una iniciativa», más que «un plan»? Las palabras que se eligen para explicar algo nunca son ni anodinas, ni neutras, ni indiferentes.

Cuando a principios de 2006, Mariano Rajoy inició en la bonita plaza de Las Flores de Cádiz la campaña de recogida de firmas contra el Estatuto, la calificó de «irreprochablemente democrática». Sin entrar en la bondad o maldad de la acción, ¿si tan democrática hubiera sido tal recogida, tenía algún sentido, sin venir a cuento, calificarla de democrática y añadirle, además, un adverbio tan radical, o más bien esta necesidad es la expresión de alguna duda al respecto?

Un mes antes Mariano Rajoy se había referido al presidente del Gobierno, a Zapatero, como a un tonto peligroso para el Estado, concretamente le llamó «bobo». Sin entrar en el fondo de la cuestión, ¿se puede considerar una muestra de moderación, educación y buen gusto, por muy dura que sea la oposición, utilizar un epíteto que se podría calificar de insultante?

Cinco meses después, Mariano Rajoy espetó al mismo presidente del Gobierno algo tan grave como lo que dice el siguiente titular: Rajoy: "Usted traiciona a los muertos y ha revigorizado a una ETA moribunda". Por muy en desacuerdo que se esté con una determinada política antiterrorista (que no entraremos a juzgar), ¿es necesario apropiarse de las muertes y utilizarlas contra alguien?

Se me acaba el espacio. Continuará. De todos modos, utilizaré tres líneas más para recordar que el fin de semana político se terminó con un almuerzo en una mansión del Empordà con la presencia y participación de dos partidos políticos que muestran posturas irreconciliables; tanto si comieron en amor y compañía como si estaban de morros no deja de ser otra notable paradoja.

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