Berenjenas y economías

Berenjenas y economías

Años ha, después de la Dictadura, había un partido político que no se sacaba de la boca la palabra «ética», un rosario de casos de corrupción y de financiación ilegal hizo que se le cayera.

Años ha, después de la Dictadura, había un partido político que no se sacaba de la boca la palabra «ética», un rosario de casos de corrupción y de financiación ilegal hizo que se le cayera. En realidad, la cambió por la mucho menos comprometedora «tema», palabra que revistió carácter de epidemia; aún la sufrimos, venga o no a cuento. Las causas del cambio en este caso eran transparentes.

Otros, parece que responden a las simples ganas de cambiar, a una presunta fatiga de la expresión. Esto explicaría la sustitución de las marineras «envergadura» por «calado» cuando se quiere hablar de la magnitud de algo; con la particularidad de que si no te cambias a «calado», parece que has perdido comba. Y no digamos si te mantienes en tus trece y te niegas a sustituir «no quiero meterme en este berenjenal», por «en este jardín no me meteré», por mucho que se vea que la sensación de incomodidad tiene que ser mayor andando entre berenjenas que entre flores.

Hay algunos cambios que consisten en alargamientos inexplicables -que, por otra parte, tienen la virtud de relativizar el principio de economía (gran asunto). La expresión «alargar en el tiempo» da fe de ello. La coletilla «en el tiempo» no aporta nada a frases como: «alargar en el tiempo el mayor placer que puede recibir el cuerpo humano», «el proceso necesitará ayudas del Frob y también la posibilidad de alargar en el tiempo los plazos para el saneamiento», «una situación enquistada que se puede alargar en el tiempo». O muestra que quizás la frase debería tener otro verbo: «admite que la construcción del edificio se tendrá que alargar en el tiempo». El añadido se ha contagiado a la palabra «dilatar» y es posible encontrar frases como la que sigue: «si la sesión se dilata en el tiempo o se suman demasiados usuarios puede producirse sensación de desorden».

Luego hay quien traslada cosas de un sitio a otro, por ejemplo, la confianza: «El presidente de la Junta de Castilla y León trasladó su confianza en la atleta palentina», «el secretario general del PPCV, manifestó que el presidente de la Generalitat y del PPCV, le trasladó la confianza en su persona y en su gestión», «el líder de los socialistas estradenses trasladó su confianza absoluta en la victoria», hubo quien trasladó su confianza a Carlos Dívar a pesar del quebranto que sus fines de semana supusieron al CGPJ. En resumen, presidente, secretario o líder cogieron la confianza y la llevaron respectivamente a quien fuera. ¿Qué tendrán contra «manifestar» o «transmitir», por ejemplo? Se empiezan a ver indicios de tanto traslado a otros ámbitos fuera de la política, que en trasladar y rascar, todo es empezar: «el campeón del mundo de motociclismo trasladó su confianza en las administraciones públicas para sacar adelante esta plataforma».

Finalmente, hay quien «pone en valor». También de la política y sus aledaños nos llegan ejemplos:

«El titular económico del Govern ha puesto en valor el pacto fiscal que impulsa el Govern y CiU como una opción estratégica», «el IAA trabaja para poner en valor el agua como recurso fundamental en Aragón», «poner en valor a las Pymes, objetivo prioritario del CEG», «se trata al contrario de poner en valor la diversidad cultural y lingüística» (ya nos gustaría, ya, pero la crisis se usa para todo, incluso para economizar, mutilar, depredar, destruir, riqueza lingüística), «un año más la cicloturista puso en valor la figura del Papa Luna» (¿pedalearía el Papa?), «la Fiesta del Mar puso en valor el gran potencial náutico roteño». Habitualmente provienen de la política. Sospecho que intuyen que si optaran, según el caso, por «valorar», «valorizar» u otros verbos, quedarían fuera de onda, no hablarían la jerga, no se reconocerían entre sí, no mostrarían con el mantra de turno la obediencia debida a la partitocracia, quizás por esto pueden leerse incluso frases como ésta: «Para mí es una oportunidad de poner en valor el municipalismo». Y en aras de ello, se sacrifica incluso la economía de la lengua (gran cuestión de la que se tendría que hablar largo y tendido. Para muestra un botón: en su parlamento de inauguración de la última Mostra de cine de mujeres, el consejero de Cultura de Cataluña se refirió en varias ocasiones al «movimiento por la igualdad»; si hubiera dicho «feminismo» -que es a lo que en realidad se refería-, hubiera compuesto un discurso no sólo menos iterativo -por tanto, más elegante-, sino también más comprensible, preciso y ajustado -y hubiera economizado la mar de sílabas).

Pero hoy ni me meteré en este berenjenal ni tan siquiera lo valoraré. Tampoco me quiero alargar más.

Este artículo está disponible también en catalán.