El lenguaje que encendió el 15-M

El lenguaje que encendió el 15-M

Confío en que el entusiasmo de un pueblo unido se vuelva a ver en las calles el 25S. De nuevo podemos lograr que la ciudadanía se entusiasme, que se emocione como cuando Sol estaba lleno de gente de toda clase y de hermosas frases y proclamas.

Hoy, a apenas 24 horas de la convocatoria para 'ocupar' (metafóricamente) el Congreso del 25S quiero hablar de un tema que es vital para definir una manifestación, su carácter y su cercanía con el ciudadano: el lenguaje (verbal y no verbal). Hace una semana iniciamos, tras un verano intenso, un 'curso' que en nuestro país estará marcado por las protestas. Los encargados de inaugurarlo fueron los principales sindicatos en la plaza de Colón. La asistencia al 15S fue numerosa: muchos colectivos ciudadanos, hastiados por los recortes y las tropelías de una clase política insensible, salieron a la calle para mostrar su descontento. Y sin embargo, algo faltaba en aquella manifestación, algo que muchos vivimos intensamente en las convocatorias de Democracia Real Ya (DRY) y el Movimiento 15-M, especialmente en sus primeros días. En la convocatoria sindical el descontento estaba presente, pero no se expresaba una auténtica indignación ciudadana con fuerza y de forma unitaria. Donde el 15-M puso imaginación, reivindicación e ideas originales los sindicatos pusieron una marea de banderolas y siglas. Muchas de aquellas personas podrían haber estado indistintamente en una procesión o un evento deportivo y la diferencia no se habría notado en exceso.

Esto me lleva a rememorar una de las claves del éxito de las convocatorias de DRY y del Movimiento 15-M: la renovación del lenguaje y de los símbolos para lograr implicar emocionalmente a la mayor parte de una ciudadanía que ya se siente mayoritariamente indignada y deseosa de lograr un cambio.

Y es que el éxito de este movimiento ciudadano no vino solo de unos condicionantes políticos y económicos especialmente favorables o de la popularización masiva de las redes sociales. A pesar de que muchos de los movimientos de izquierda tradicionales pensasen que una explosión social "era cuestión de tiempo", hacía falta algo más para ilusionar a la ciudadanía. ¿Cómo lo conseguimos? Apostando por unir a todos en base a unas ideas claras y a través de un lenguaje renovado e inclusivo, sin distinciones, símbolos identitarios o retóricas excluyentes.

¿Por qué este cambio en el lenguaje y la simbología para poder llegar a la ciudadanía? Las distintas corrientes y organizaciones habitualmente encuadradas en la izquierda han desarrollado desde hace decenios un discurso propio, con unos símbolos con los que se sienten identificadas de forma muy fuerte todas aquellas personas que están dentro de estas organizaciones y movimientos. Estos símbolos y este lenguaje común ejercen como lazo de unión en estos colectivos y son un elemento de autoidentificación. Pero muchos de estos militantes no son conscientes de que muchos de los términos y símbolos que manejan provocan su aislamiento de un porcentaje muy amplio de la sociedad, que quiere escuchar mensajes en términos más cercanos y actuales, mensajes con un lenguaje que les haga sentirse familiares con el emisor, y no un elemento extraño y alienado.

¿Significaba eso descafeinar nuestras propuestas, o pretender que los conceptos izquierda y derecha ya no eran aplicables?

Creo que estos términos siguen sin duda existiendo, en cuanto son útiles para clasificar una serie de ideas en cuanto a su mayor tendencia a defender una mayor justicia, igualdad, bienestar y reparto justo y equitativo de la riqueza, o a propugnar la importancia de la libertad individual y la conservación del orden establecido y de las tradiciones. Habrá personas que defiendan ideas principalmente "de izquierdas". Es mi caso. Otras que se decanten más por otras "de derechas". Pero teníamos claro que la estricta división sectaria a la que se asociaban estos conceptos, encasillando de forma definitiva a una persona como "de derechas" o "de izquierdas" debía ser superada. Porque existen muchas personas que realmente creen en la democracia real, la justicia, la igualdad, la solidaridad, aunque en otros aspectos sean más conservadores o rechacen los símbolos y corrientes ortodoxas de las organizaciones y movimientos de la izquierda tradicional.

Era preciso por tanto utilizar un lenguaje en el que se sintiesen incluidos, mostrarles a través de él que todos estamos unidos, que la gente normal puede ayudar a cambiar las cosas al margen de sus supuestas adscripciones políticas. Por eso pedimos a los ciudadanos que acudiesen como tales a las convocatorias de Democracia Real Ya. Así evitábamos caer en divisiones a través de etiquetas preestablecidas que pusiesen el acento en reafirmar la pertenencia a una determinada tribu en vez de resaltar lo que nos une. Las ideas eran lo importante. No los símbolos.

Esta fue la clave del éxito de las convocatorias de DRY y del 15M. Y la explicación de por qué una convocatoria sindical, por muchos afiliados con banderas que consigan movilizar los grandes sindicatos, carece de esa fuerza, esperanza y sentimiento de unidad.

Confío en que este entusiasmo de un pueblo unido se vuelva a ver en las calles el 25S. Porque de nuevo tenemos la oportunidad de demostrar que no somos simplemente un montón de tribus aferradas a nuestros símbolos y a un discurso permanentemente autorreferencial, sino unos ciudadanos críticos, concienciados y con la capacidad de trabajar unidos para cambiar nuestro decadente sistema político y económico. De nuevo podemos lograr que la ciudadanía se entusiasme, que se emocione como cuando Sol estaba lleno de gente de toda clase y de hermosas frases y proclamas. Y para ello no debemos ser los de A enseñando nuestras banderitas junto a los de B mientras nos miramos con recelo. Debemos de ser todos. Los ciudadanos de a pie, los de abajo, yendo a por los de arriba.