'La Voz' y el bosón de Higgs

'La Voz' y el bosón de Higgs

Acaba de concluir la primera edición de 'La Voz', último boom televisivo adaptado con éxito en más de 40 países, con una versión tan buena y espectacular que no entiende ni de crisis ni de bonos basura ni de diferencial alemán. Reconozco que pocas cosas me han parecido tan emocionantes y con tanta carga de buen rollo como su primera etapa.

En el mismo año que la ciencia ha descubierto esa partícula elemental que explica la razón por la que tenemos masa, y que la tele se estaba empeñando exactamente en ir hacia la disgregación de la misma (en eso que los profesionales llamamos fragmentación de la audiencia), un programa nos ha venido a recordar que sí, que ciencia y televisión se pueden entender.

Acaba de concluir la primera edición de La Voz, último boom televisivo adaptado con éxito en más de 40 países, con una versión tan buena y espectacular que no entiende ni de crisis ni de bonos basura ni de diferencial alemán. Reconozco que pocas cosas me han parecido tan emocionantes y con tanta carga de buen rollo como su primera etapa: las audiciones ciegas pasarán a la historia de nuestra tele. Sorpresa, emoción, perfección y el descubrimiento de que la buena televisión siempre es la consecuencia de un trabajo exhaustivo.

Porque La Voz es un formato en toda su extensión, lleno de pequeños y grandes detalles que mejoran un conjunto donde todo está perfectamente medido: un audio que desaparece para escuchar la soledad de los pasos del artista caminando hacia el escenario, la conjunción gloriosa de un pulsador y un sillón girando, Melendi convertido en superhéroe de pelo alisado (se gira como nadie, parece un personaje de Marvel de Los Vengadores).

Me reconozco admirador de esos programas que en la tele llamamos los talent-shows. De hecho me gustan mucho; pagaría por estar en la final de American Idol en Los Ángeles o de Factor X en Londres; admiro el trabajo de equipos como los que lanzaron Operación Triunfo, Tu cara me suena o Fama, probablemente el trío de talento made in Spain que fueron escribiendo nuevos hitos de la tele, que cambiaron la cara de las televisiones que lo emitían/emiten.

Porque cuando pasan cosas como La Voz, las cadenas se instalan en una ola que crece y sube y no caen mientras los demás de las otras teles miramos con resignación (y bastante envidia) sin saber cómo combatirlo. Hacía tiempo que no ocurría y lo íbamos necesitando; todos metidos en ordenar nuestra múltiple oferta de canales en este mundo de la TDT, donde un programa con un 15% de share ya te supone una alegría suficiente. Cada cadena ha tenido ese momento glorioso: TVE lo hizo con el primer Operación Triunfo, aquella Telecinco alcanzando el liderazgo en el histórico año del primer Gran Hermano, Antena 3 y la explosión Aquí no hay quien viva, y las más recientes de Cuatro y Fama, o laSexta con Sé lo que hicistéis.

Acabará y casi todos lo echaremos de menos, le perdonaremos que las galas se sostuvieran más por la enorme conexión emocional conseguida que por su cuestionable calidad técnica (la tele en directo es un arte difícil); pero por encima de todo, y es mi caso, me alegraré por no sufrir los efectos devastadores de su audiencia sobre todo los demás.