La era de los jardineros

La era de los jardineros

No es razonable que las empresas que hacen un esfuerzo por aportar mayor valor social y medioambiental no se vean favorecidas. O bien, al contrario, que las empresas más agresivas o depredadoras sean las que obtienen mejores resultados porque no internalizan ningún coste social o medioambiental. Y se trata de costes que al final acabamos pagando todos.

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Foto: EFE

Seguramente nadie le ha preguntado si es jardinero o cazador. Pero, o es jardinero, o es cazador, o una mezcla de los dos. Aunque también puede ser guardabosques, pero es mucho más raro. Tampoco será muy consciente de que se necesitan más jardineros.

Esta denominación proviene del pensamiento del sociólogo Zygmunt Bauman sobre la postmodernidad. Su análisis aplicado a la economía nos permite entender muy bien la tesitura en la que nos encontramos.

Bauman retrata brillantemente a la sociedad consumista que denomina líquida, sin forma, donde predomina la artificialidad, la volatilidad y el relativismo, donde todo cambia rápidamente y nada permanece, generando mucha incertidumbre y ansiedad.

Es crítico con el capitalismo al que asemeja en su comportamiento a un parásito: "Se apropia de un organismo, se alimenta de él, lo deja enfermo o exhausto y salta a otro". Según él, al ritmo actual, a mediados de siglo nos harán falta de cuatro a cinco planetas para mantener nuestro estilo de vida.

También considera inaceptable los niveles de concentración de poder, de captura política por los sectores económicos y la desigualdad creciente. A ésta última la considera el mayor "daño colateral" de la era de la globalización. La diferencia entre ricos y pobres vuelve a ser tan grande como hace casi un siglo: "El 1% de la población de EEUU se ha apropiado del 93% de la riqueza creada desde que estalló la crisis financiera, mientras que el resto de la población se ha distribuido apenas el 7%. Este es el mundo en el que vivimos: riqueza para muy pocos, austeridad para la mayoría". Y lo que es peor, la expansión del desarrollo tecnológico puede acentuar esa tendencia.

Retomo aquí su metáfora sobre los jardineros y los cazadores, que ilustra perfectamente la diferencia entre diferentes estilos de vida. Por un lado, están los jardineros, que son aquellos que contemplan el espacio, diseñan el jardín, quitan las malas hierbas y riegan las adecuadas buscando la armonía y la belleza. Los jardineros piensan que no puede haber orden en el mundo si no se existe un esfuerzo continuado por cuidarlo.

Los cazadores son aquellos a los que el equilibrio de las cosas y el diseño de jardines les traen sin cuidado, preocupados como están  en la tarea de cobrarse cuantas más piezas mejor. Los cazadores se mueven bien en el ámbito de la competencia feroz, despreocupados por las consecuencias colaterales de sus decisiones, maximizando el beneficio por encima de cualquier consideración. Los cazadores, ya de forma individual o agrupados, suelen abogar por el libre mercado sin ningún tipo de restricciones y consideran que éste funciona como regulador perfecto.

Cuántas veces, aunque tengamos corazón de jardineros, nos comportamos como cazadores, justificándolo como exigencias del juego.

En las antípodas de los cazadores están también los guardabosques cuya tarea, a diferencia de los jardineros, es proteger el territorio de cualquier interferencia humana. Se basan en la creencia de que las cosas están mejor cuando no se tocan.

Según Bauman, nos encontramos en un momento histórico donde predominan los cazadores. Es más, considera que unos en mayor grado y otros en menos, todos nos hemos vuelto un poco cazadores. Y, además, estamos envueltos en una cultura que promueve esta actitud.

Es muy interesante la reflexión que hace Bauman sobre la utopía. La de los jardineros es por el cuidado del mundo. La de los cazadores es singular, una nueva forma de utopía, determinada por la ambición de nuevas presas, en una irracional carrera sin final. La utopía de los cazadores es la del individualismo a ultranza: "Yo cazo lo que me apetece, sin importarme si dejo para comer a otros y menos aun pensando en el futuro del bosque..."

Pero el corazón humano es como es, y genera satisfacción cuando cuida la vida y el entorno, mientras que se llena de desencanto cuando las acciones destruyen y empobrecen. Algunos se dan cuenta antes, aunque sí..., es posible vivir toda la vida con la falsa utopía del cazador.

Al final se trata de una decisión personal, de consideración de uno mismo y del otro, de respeto por las personas y el entorno. Y según muchos, la felicidad verdadera, no la de las falsas utopías o ídolos, tiene mucho que ver con ello.

Pero cuántas veces, aunque tengamos corazón de jardineros, nos comportamos como cazadores, justificándolo como exigencias del juego -así son las reglas y nosotros no las hemos puesto-. Ante tanta ductilidad de principios de la sociedad líquida, parece necesario volver a fundamentos personales más sólidos.

Aquí Bauman tiene un mensaje positivo, ya que sigue creyendo en el hombre: "Mientras haya humanos en el planeta, habrá esperanza". Bauman cree sobre todo en el cambio desde abajo, desde lo local. Su constatación del distanciamiento de la ciudadanía de la clase política le hace apostar con más esperanza por las iniciativas locales.

Existe una demanda por una nueva economía y hay muchas iniciativas de cambio que es necesario apoyar como la economía circular, la economía del Bien Común, la economía social y otras. Hasta la propia Unión Europea las ha reconocido como aportaciones de interés auspiciando acciones para su promoción.

Este movimiento es irrefrenable. La aceleración del cambio en lo tecnológico y su impacto en la economía tiene su contrapartida en la acción de los movimientos sociales que abogan por orientar en mayor medida los efectos en favor de las personas.

La nueva economía es un ámbito de oportunidad para la clase política y para el sector público, con capacidad para contribuir a reducir el distanciamiento con la ciudadanía

Pero para que los cambios sean más profundos, se requiere que toda la sociedad participe. El sector público tiene un rol importantísimo como facilitador de cambios, estableciendo o promoviendo reglamentaciones más apropiadas. Existe un amplio abanico de posibilidades a base de primas o sanciones que no se está utilizando.

Esto es clave. No es razonable que las empresas que hacen un esfuerzo por aportar mayor valor social y medioambiental no se vean favorecidas. O bien, al contrario, que las empresas más agresivas o depredadoras sean las que obtienen mejores resultados porque no internalizan ningún coste social o medioambiental. Y se trata de costes que al final acabamos pagando todos.

El mercado debe primar aquellas empresas que contribuyen en mayor medida al bien general. Para ello, hay que poder medir el valor, no sólo económico, sino también socio-ambiental de las empresas. Al principio, primando a aquellas que lo hacen voluntariamente, pero más adelante, estableciendo criterios claros, homogéneos y auditables. Y también se deberían propiciar sistemas de información en los productos para posibilitar el poder de compra del consumidor.

Pero el sector público puede ir más allá. Se necesitan inversiones y una fiscalidad inteligente que promocione una economía sostenible y más inclusiva. Se puede favorecer a la economía social, a la inversión socialmente responsable, introducir cláusulas sociales y medioambientales en la contratación pública y en los tratados comerciales, promover la innovación socio-ambiental, etc.

La nueva economía es un ámbito de oportunidad para la clase política y para el sector público, con capacidad para contribuir a reducir el distanciamiento con la ciudadanía, siendo más sensibles a sus demandas.

"Toda persona que mencione que no hay alternativa es sospechosa de no querer cambiar las cosas", dice Bauman. Ahora nos toca a cada uno decidir si nos va el estilo del jardinero o seguiremos siendo cazadores.