¿Qué fue de Angela Merkel?

¿Qué fue de Angela Merkel?

La excanciller alemana ha sido echada de menos como mediadora ante la guerra de Ucrania, pero no tiene intención de regresar. Leer, dormir y poco más. 

Angela Merkel, durante una rueda de prensa en Berlín, en 2016.Fabrizio Bensch / REUTERS

Angela Merkel fue, durante 16 años, la canciller de Alemania. La primera mujer en el timón (de 2005 a 2021), conservadora de la CDU convencida, pragmática y prudente, contundente con la ortodoxia económica, repetía mandato tras mandato, aunque fuera a lomos de coaliciones de Gobierno impensables en España. En el otoño de 2021, tras prorrogar su marcha por complicaciones en el liderazgo de su partido, dijo adiós, definitivamente, dejando atrás los peores resultados de su formación -aún trata de recuperar el liderazgo y la credibilidad- y con el socialdemócrata Olaf Scholz al mando, comandando una alianza a tres con verdes y liberales. 

Merkel (nacida en Hamburgo, Alemania Occidental, el 17 de julio de 1954 y con apellido Kasner de soltera, que cambió tras su primer matrimonio con Ulrich Merkel), llegó a la política desde su formación de científica, de física, y pasó de ser la "niña", como la llamaba el entonces canciller Helmut Kohl, a la mandataria más poderosa del planeta. Sin embargo, cuando decidió que abandonaba la presidencia, también dejó claro que el suyo era un adiós sin retorno. Se iba y se iba. "Me dedicaré a leer y a dormir", dijo a la prensa en los días previos a su traspaso de poderes. ¿Lo ha cumplido? ¿Qué está haciendo ahora Merkel?

Según informa la prensa germana, sí, hace lo que dijo que haría y que dio hasta para campañas de Ikea: duerme (cuanto estaba en el cargo no pasaba de cuatro horas al día), lee (algo más que informes) y descansa (que también tiene ya 68 años). Según informa el medio DW, financiado por el Ejecutivo alemán, a la exlíder democristiana se la ha visto poco en público desde que dejó la política, sobre todo haciendo compras o en el teatro. 

Diarios como Bild también añaden que sus planes fueron y son los de ir a la ópera -es una tremenda aficionada-, cocinar y acompañar a su esposo, Joachim Sauer, químico y catedrático de Fisicoquímica en la Universidad Humboldt de Berlín, a quien veía poquísimo por su actividad y a quien tampoco llevaba demasiado a los eventos que permitían la presencia de primeras damas y primeros caballeros. Sauer ha sido invitado como profesor a la Universidad italiana de Turín, hasta donde ocasionalmente ha ido la excanciller para acompañarlo. 

No obstante, Merkel tiene también actividad de despacho en ese tiempo nuevo. Como exmandataria, le corresponde una oficina y un equipo. Ocupa el espacio de su mentor, Kohl, en el edificio donde están los despachos de los parlamentarios, y tiene a nueve personas a su cargo, aunque la prensa alemana ha publicado que ella misma se arregla bien con su rebajada agenda. Va "regularmente" a estas instalaciones, indica DW. En los primeros tiempos, tras su retirada, dedicó buenas horas a decorar el lugar, añade. 

Es en esta oficina donde trabaja con una de sus colaboradoras esenciales, Beate Baumann, que fue su jefa de gabinete y con quien estaría escribiendo sus memorias. No hay fecha de publicación a la vista, aunque nadie duda de que serán un éxito, al nivel de las de Barack Obama. 

El salario mensual de Merkel, que suma la pensión de excanciller y de exministra de Medio Ambiente y Familia, supera los 15.000 euros. 

Gracias, pero no

En este año largo que hace que Merkel se marchó, a la conservadora le han llegado varias ofertas de trabajo, que hayan trascendido. La primera, directamente, fue la petición del partido La Izquierda -lo más parecido a Unidas Podemos que hay en Alemania- para que regresara a la primera línea como mediadora en la guerra entre Ucrania y Rusia. "Ella tiene la autoridad necesaria ante ambas partes en conflicto para calmar la situación", señalo el parlamentario izquierdista Dietmar Bartsch

Merkel fue quien participó en los Acuerdos de Minsk en 2015, que sentaron las bases para la tregua en el este de Ucrania y que han quedado en papel mojado con esta nueva invasión rusa. Por eso, esta formación cree que ella está más legitimada que Scholz y sus actuales aliados. Merkel, además, habla ruso y mantuvo un estrecho trato con Vladimir Putin, con quien le tocó hacer muy buenos negocios, sobre todo en materia de gas; Alemania, hasta esta crisis, dependía en un 55% del gas que le mandaba Moscú. 

La idea de que mediara entre los dos países en guerra también vino, en las primeras jornadas de la contienda, desde Italia. El exprimer ministro Matteo Renzi planteó que la OTAN y la UE pidieran a la excanciller que volviera para resolver las hostilidades. “Es la única que puede hablar en Moscú, Washington y las demás capitales y que se la escuche”, dijo. Hasta ese momento sólo Turquía e Israel habían hecho tibios ofrecimientos. 

Merkel ha terminado, con los meses, hablando de la guerra. En junio, señaló que no se hace reproches sobre sus negocios con Moscú, aunque se pregunta a menudo si “se podría haber evitado la tragedia”. Le da una cierta “tranquilidad” saber que se esforzó al máximo para evitar la situación actual, señaló en un acto en Berlín, aunque ella sabía que Putin “quería destruir Europa”; era necesario, no obstante, “intentarlo todo diplomáticamente”. Y también tuvo que salir al paso de su decisión -de 2008- de no apoyar la entrada de Ucrania en la OTAN, tras ser criticada por el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski. De mediación o interlocución, nada. 

La verdadera oferta de trabajo en firme que se ha sabido en estos meses le llegó de la ONU: un puesto de asesoría en la sede central de Nueva York que le había sido ofrecido por el secretario general del organismo, el portugués Antonio Guterres. Quería que encabezara un organismo asesor formado por antiguos jefes de Estado con el objetivo de “identificar bienes públicos globales y otras áreas de interés común donde son más necesarias mejoras de gobernanza y proponer opciones sobre cómo esto podría lograrse”, informó la agencia alemana DPA. Merkel dijo no. Vivir en Estados Unidos y lejos de su esposo y su nueva rutina hubiera supuesto desdecirse sobre sus planes iniciales y en una mujer poco rupturista, una sorpresa. 

Aunque no ha ido de jarrón chino, molestando a sus sucesores, Merkel sí que ha estado en algunos eventos políticos en este tiempo. Algunos, actos de su formación o de sus antiguos colaboradores, y otros, en respuesta al cariño de entidades que han reconocido su labor, aunque siempre se ha tratado de actos con perfil bajo, humildes. Sólo en uno de ellos dio un puñetazo sobre la mesa: fue en octubre pasado, cuando recibió el máximo galardón de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), el Premio Nansen, en una ceremonia donde defendió la política de acogida de refugiados que abanderó en 2015 y 2016 frente al “egoísmo de querer una Alemania solo para los alemanes”. Las palabras de Merkel, en un contexto en el que la ultraderecha asciende incluso a los Gobiernos, en el que las políticas migratorias siguen siendo esencialmente policiales, sacaron los colores a los líderes mundiales del momento.

“Otros, sin embargo, pensamos entonces que lo importante de cara al futuro era ser un país con autoconfianza, abierto a otros seres humanos”, subrayó en un discurso donde afirmó que “ningún refugiado debería ser devuelto a la fuerza a países donde sufren persecución”. 

"Creo que me gustará lo que viene",  decía Merkel ante la insistencia de la prensa por lo que haría jubilada. Por ahora, no parece arrepentirse.