Ni criticarlo todo, ni solo criticar, ni no criticar nada

Ni criticarlo todo, ni solo criticar, ni no criticar nada

Getty Images/iStockphoto

Hay millones de ciudadanos españoles que se sienten huérfanos políticos: bien porque se sienten decepcionados por sus experiencias partidarias, bien porque no encuentran respuesta a sus aspiraciones ideológicas o programáticas (o más prosaicas), o bien porque no ven que sus ideas se encuentren representadas en las distintas instituciones o que éstas tengan el peso suficiente como para sentirse satisfechos, o al menos esperanzados en que cambien a mejor las cosas, y sus deseos se hagan realidad algún día.

Hay millones de ciudadanos hartos e indignados por el devenir de los acontecimientos y porque sus problemas o los de la sociedad en su conjunto se amontonan... o por el cinismo de tantos que brota hasta de debajo de las piedras y que indigna incluso al más neutral, ese al que todo le resbalaba. Siempre hubo huérfanos políticos y es posible que ahora sean más y los que hoy son (y somos) se sientan (y nos sintamos) todavía más decepcionados que como se sentían los huérfanos de hace no demasiado. Porque cuando se truncan las expectativas, llega el desasosiego y la desesperanza.

Pero la solución no es bajar los brazos ni darlo todo por perdido sino sacar fuerzas de flaqueza y recordar que la vida sigue, y que el compromiso público sigue siendo condición necesaria (¡e incluso suficiente!) para sentirnos satisfechos con nosotros mismos e instrumento indispensable para mantener viva la lucha y, por lo tanto, la esperanza. Porque, además, Zamora no se hizo en una hora.

Es indispensable, y éticamente muy sano, recordar qué y a quiénes rechazamos: los recortadores sociales, los corruptos, los falsos regeneradores, los populistas o los nacionalistas que quieren romper España.

Sentirse indignado es cosa buena: nos indignamos ante las injusticias, luego existimos. Pero la indignación y el hartazgo más que comprensibles pueden ser armas de doble filo si no los sabemos encauzar hacia el activismo activo y proactivo. La cuestión no es qué no hacen aquellos que nos gustaría que lo hicieran (y cada cual tendrá sus propios objetivos y metas) sino qué podemos hacer cada uno de nosotros, cada cual según sus deseos, aptitudes y posibilidades. Las fuerzas son limitadas así que es mejor destinar las energía,s no tanto a censurar a quienes nos han decepcionado, como a abrir nuevas sendas y caminos que nos permitan ser parte activa en la resolución de los problemas. Porque además la experiencia es un grado y nos permitirá tomar las decisiones apropiadas. Si malgastamos energías solo en recordar lo mucho que algunos han fallado, nos quedaremos sin fuerzas para hacer lo que se supone que debe hacerse.

Uno atiende los debates y los programas y las enésimas polémicas sobre las que volvemos reiteradamente y casi con masoquismo; y los foros y los chats donde se censura lo que otros hacen, hicieron o harán sin duda alguna; y las redes sociales donde triunfan los mensajes más insultantes y agresivos, con sabor a tierra quemada. Hay quienes están hartos y surgirán sin duda los hartos de quienes están hartos. Hay profesionales del odio que dibujan un panorama catastrófico como de guerra nuclear, como si eso fuera España o como si los adversarios políticos fueran siempre el demonio. Y tampoco es eso. Tuits, mensajes, frases lapidarias... Profesionales a la búsqueda del exabrupto más retuiteado, mientras se mantiene en el fondo de brazos cruzados. Todo vale contra cualquiera.

Es indispensable, y éticamente muy sano, recordar qué y a quiénes rechazamos: los recortadores sociales, los corruptos, los falsos regeneradores, los populistas o los nacionalistas que quieren romper España. Y oponernos a esas sus políticas o modos de actuar es una necesidad imperiosa. Pero para poder corregir tantas injusticias que observamos a diario es ineludible no preocuparnos tanto de lo que hacen o no hacen otros y centrarnos en lo que queremos y podemos hacer juntos los que compartimos ideas y propuestas, conociendo y reconociendo nuestras limitaciones y sin olvidar que además no todo es blanco o negro en política. Y desde luego, que fuera de nuestras fronteras partidarias u organizativas también hay gente extraordinaria. E incluso partidos políticos u organizaciones, que no son las nuestras, que a veces aciertan.

En fin, que ni criticarlo todo ni solo criticar ni no criticar nada.