Librarse de la cárcel... por los pelos

Librarse de la cárcel... por los pelos

George Perrot, 48 años, raza blanca. Lleva 30 años entre rejas, condenado por violar a una anciana de 78. Ahora está en manos del juez Robert Kane la posibilidad de dejarlo en libertad por pruebas falsas, lo que va a sentar un precedente contra la llamada junk science, la ciencia basura salida del laboratorio forense del FBI.

El Instituto Schuster, una modesta organización del estado norteamericano de Massachusetts dedicada a la investigación periodística, ha hecho historia. Gracias al material aportado por sus reporteros, el juez Robert Kane ha puesto en la calle a George Perrot, un hombre que ha pasado los últimos 30 años en la cárcel por una condena injusta.

Desde que el periodismo de investigación entró en crisis porque las redacciones no tienen presupuesto para Woodwards y Bernsteins, en Estados Unidos han surgido unas 100 ONGs que se dedican a ello. Organizaciones en su mayoría dirigidas por prestigiosos profesionales que provienen de medios como el Wall Street Journal, el Washington Post o el New York Times, financiadas por filántropos que creen en la libertad de prensa. Instituciones tan prestigiosas como el Schuster, con sede en la universidad liberal de Brandeis.

Muchos de ellos se nutren de una iniciativa llamada Innocence Project (Proyecto Inocencia), que ofrece asistencia legal gratuita para este tipo de casos. Los investigadores levantan la liebre y luego se la presentan a la prensa convencional para que le sigan el rastro y la difundan. De este modo, se han denunciado muchas corruptelas. Gracias a este método, se ha sacado de las cárceles a muchos presos injustamente condenados.

¿Alguien cree de verdad que el programa radiofónico Serial o la serie documental de Netflix Making a Murderer son fenómenos aislados? ¿Qué están ahí sólo porque, una mañana, una reportera norteamericana tuvo la feliz idea en un taxi? Bueno, quizás una mañana una reportera tuvo la feliz idea en un taxi, no digo que no; pero déjame asegurarte que, sin el camino abierto por iniciativas tan sólidas como Innocence Project, en la que muchos abogados trabajan pro bono, o sea, gratis, les hubiera resultado imposible.

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Como llevo contando en mi colaboración radiofónica de los viernes en La Cultureta de Onda Cero, Historias del Valle Sin Retorno, el nuevo ejemplo se llama George Perrot. Presta atención al nombre, porque va a hacer mucho ruido. George D. Perrot, 48 años, raza blanca. Ha pasado 30 años entre rejas, condenado por violar a una anciana de 78.

Ahora un juez de la Corte Suprema de Massachusetts, Robert J. Kane, ha decidido hacer historia. Tras haber declarado nulo el juicio el pasado 26 de enero por pruebas incriminatorias falsas, ayer dejó salir a George en libertad.

Sin fianza y sin un GPS ajustado al tobillo, Perrot pudo al fin abrazar a su madre tras 30 años de privación de libertad. El ministerio fiscal tiene ahora un año para solicitar un nuevo juicio pero, en una vista emocionante en la que muchos de los presentes han compartido las lágrimas del liberado, el juez Kane le sugirió que desistiera porque las posibilidades de ganarlo se le antojaban prácticamente nulas.

La libertad de George sienta un precedente contra la llamada junk science, la ciencia basura salida del laboratorio forense del FBI. Y a partir de ahora, ya nunca se podrá detener a nadie por los pelos... sin pruebas de ADN.

La justicia norteamericana ha condenado a 32 personas a la pena de muerte basándose exclusivamente como prueba en un pelo encontrado en la escena del crimen que, supuestamente, correspondía al acusado. De estos seres humanos, nueve han sido ejecutados y cinco han muerto en prisión. Muchos de ellos, como George, han gritado hasta la saciedad su inocencia sin encontrar más respuesta que el eco de su propia desesperación.

Hasta que, en abril de 2015, la unidad de comparación microscópica del laboratorio del FBI reconocía, en una carta enviada a cada uno de los reos condenados por esta causa, que había manipulado en favor del ministerio fiscal las evidencias. En inglés, que habían overstated the science. Para entendernos: el FBI reconocía que no hay manera científica de identificar, si no es con una prueba de ADN, al dueño de un pelo suelto.

Afirmar que un pelo es tuyo o mío, aún bajo la lupa del microscopio, obedece a un criterio puramente subjetivo. Lo que para uno es negro puede parecerle a otro pelirrojo. Lo que a ti se te antoja rizado, a mí me da que es más bien liso. Además, una misma cabellera contiene ejemplos de diferentes tonos y texturas varias.

El escándalo empezó en 2009, cuando la Academia Norteamericana de las Ciencias publicó un informe asegurando que la comparación de dos pelos, basándose en el examen microscópico, no podía considerarse ciencia. En 2012, el FBI decidió revisar todos los casos juzgados con antelación al 2000, año en que las pruebas de ADN se establecieron de forma oficial. A día de hoy, de los juicios revisados en los que un forense del laboratorio criminal aportó una prueba testimonial en contra del acusado, se han encontrado afirmaciones erróneas en el 96% de los casos.

Lo de George Perrot resulta todavía más sangrante. Fue condenado en contra del testimonio de la propia víctima, que testificó en el juicio a su favor, alegando que conocía a George personalmente porque eran vecinos, y que no le cabía ninguna duda de que no había sido Perrot quien la violó. Afirmó, además, que su atacante estaba recién afeitado mientras que el George Perrot que detuvo la policía al poco de cometerse el delito presentaba una barba tupida. Pues la acusación convenció al jurado de que a la pobre señora, tan mayor, se le iba la cabeza.

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Ah, y espera, que hay más. Cuando surgieron las pruebas de ADN, George solicitó que se le practicase una al cabello que le sentó en el banquillo. Pero en el FBI le dijeron que lo sentían mucho pero que la prueba se había perdido. Petición denegada.

Ahora George ha visto de nuevo la luz de la calle y podría ser que el fiscal retirase los cargos para evitarse la vergüenza de reconocer su error en público. Disculparse, ya sabemos, es algo para lo que no está programado el sistema judicial norteamericano. Lo bueno es que George quedará libre, sentando un precedente para el resto de prisioneros injustamente condenados por una justicia cogida por los pelos.

Lo malo es que George saldrá de la cárcel sin contar con ninguna preparación para reintegrarse a la libertad. La cárcel, se supone, está inventada para rehabilitar a los presos; sí, pero a los presos que van a salir algún día. A los condenados a cadena perpetua, al menos en Estados Unidos, no se les suele preparar para nada.