La historia del preso 3.447 de Mauthausen que tenía que ser contada

La historia del preso 3.447 de Mauthausen que tenía que ser contada

TO GO WITH AFP STORY BY NINA LAMPARSKI A barbed wire fence is pictured at the former Nazi concentration camp Mauthausen, northern Austria on April 28, 2015. AFP PHOTO / JOE KLAMAR (Photo credit should read JOE KLAMAR/AFP/Getty Images)JOE KLAMAR via Getty Images

Alfonso Maeso se alistó con apenas 17 años en el bando republicano para luchar contra el alzamiento fascista. Lo hizo a escondidas, de noche y convencido de que hacía lo correcto. Atrás dejaba a una familia de izquierdas y liberal en la que, más por pragmatismo que por convencimiento, se respiraba conservadurismo. Al abandonar su hogar, Maeso jamás imaginó que emprendía una camino que comenzaría en España, le haría atravesar Francia y le llevaría hasta el austriaco campo de concentración de Mauthausen. Entre el 1 de enero de 1941 y el 5 de mayo de 1945 sería el preso 3.447.

Hay algo peor que vivir el horror: olvidarlo. Más aún cuando eres uno de los pocos supervivientes del genocidio nazi; cuando eres uno de los escasos testigos de la inimaginable “capacidad exterminadora de los seres humanos”. Alfonso Maeso sufrió el horror de Mauthausen, pero quiso y pudo contar cómo fueron esas jornadas que siempre concluían con la misma duda: “He sobrevivido un día más, ¿lo conseguiré mañana?”.

Mauthausen, la terrible historia por la supervivencia de Alfonso Maeso, la escribió su sobrino nieto, Ignacio Mata. Publicada en 2007, ahora ha sido reeditada por la editorial Crítica. Es un relato con los adjetivos justos, nada propenso a caer en el sentimentalismo y repleto de frases tan secas y duras como los 186 escalones que Maeso tuvo subir, durante varias veces todos los días, acarreando piedras de 20 kilos.

“Me gusta pensar que es una historia que siempre ha querido ser contada y yo he sido un peón en este juego”, reconoce Ignacio Mata, que ha puesto letra a la voz de su tío abuelo. Fueron años escuchando sus historias, anécdotas y relatos que se perdían una vez terminaba la conversación. Hasta que un día Mata se dio cuenta de que había material suficiente como para publicar una edición familiar: “Un día le llevé a mi tío abuelo una grabadora y le expliqué que todo eso que contaba, y que a mí me interesaba tanto, debería quedar impreso. Pasaron los meses y me confesó que no se había hecho a la máquina, pero sí había escrito unas páginas contando sus vivencias”. Era apenas 40 folios y ya había una editorial interesada en que esa potencial ‘edición familiar’ formase parte de la conciencia social.

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Se inició entonces una dura labor de rebañar en la memoria, de sacar todo aquello que Alfonso Maeso sólo se contaba a sí mismo. Así hasta lograr cien páginas más. “Me reuní con él durante un año y medio en Barcelona, y es ahí donde tuvo que hacer un esfuerzo importante de memoria. No le costaban los detalles, sino los sentimientos. Fue un proceso muy duro para él. Teníamos que parar constantemente porque revivía el horror en cada página”. Al final salió el relato completo, un esfuerzo tenaz con el único fin de que su historia fuera pública.

En el prólogo del libro, el propio Alfonso Maeso destierra cualquier idea de heroísmo. Las 126 páginas de Mauthausen son, según reconoce, “el cumplimiento de un deber que me impuso el destino y de una promesa vital. Más aún, fueron la razón principal que me mantuvo vivo los cinco largos años en los que el III Reich decidió pisotear mi existencia” . Y sólo ondea una bandera: la de la honestidad. “Espero que ninguna de las personas que lean estas páginas ponga en duda una sola de mis palabras”, escribe.

LA CONSTRUCCIÓN DEL HORROR

Mauthausen es el relato del horror. La historia de un campo de extermino en el que “olía a muerto” y en el que los alemanes pensaban matar a los presos “de hambre, penurias y trabajo”. Maeso llegó a pesar 45 kilos pese a que, como él mismo reconoce, gozó de relativa suerte en los destinos que le encomendaron dentro del campo. El primero, la construcción del edificio que acogía el crematorio y la cámara de gas. Entonces no sabía que estaba ayudando a levantar dos de los símbolos universales del horror nazi.

Entre evocaciones del día a día, del hambre y las torturas, Maeso matiza ideas como que los españoles eran objetivo prioritario de exterminio. No: fueron los judíos, cuya esperanza de vida en el campo no llegaba a los tres meses. Sobre ellos se aplicó un trato “bestial y sanguinario”, mientras que el recibido por los españoles fue “violento, cruel y sañudo”.

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En Mauthausen ingresaron diez mil españoles. Sobrevivieron 2.500. Porque el verdadero cementerio para los españoles, el matadero, estaba a escasos cinco kilómetros: Gusen.

Páginas que duelen pero que, al mismo tiempo, tienen la capacidad de sacar lo mejor del ser humano, de que emerja la solidaridad en el horror. Lo cuenta Ignacio Mata según palabras de su tío abuelo: “En Mauthausen descubrí hasta dónde puede llegar un hombre cuando odia sin límites, pero también supe de su capacidad para hacer el bien y, créanme, es mucha. En Mauthausen entramos un grupo de huérfanos. Cuando salimos éramos una familia”.

Presos que se convirtieron en héroes —a los que España aún no les ha debido el merecido reconocimiento— porque o eran eso o eran víctimas. Testigos del horror a los que los nazis destrozaron la existencia pero no liquidaron su memoria. Que se empeñaron en vivir para contar. Lo dice Maeso: “Mientras nosotros contemos a la humanidad lo que allí pasó nunca serán olvidados del todo”.

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