Cuatro mitos sobre cómo actuar contra el cambio climático de forma efectiva

Cuatro mitos sobre cómo actuar contra el cambio climático de forma efectiva

Hasta que no dejemos de entender el crecimiento económico como nuestro único indicador de prosperidad, el mundo no tendrá un plan específico para reducir las emisiones. Crear un indicador diferente que no dependa de un uso oportunista del carbono es ahora el reto más importante. La respuesta no está tanto en las promesas como en el apoyo financiero de los países ricos.

TO GO WITH: Climate-warming-COP21-India-energy-solar, FOCUS by Annie Banerji In this photograph taken on August 23, 2015, an Indian engineer positions solar panels at the under construction Roha Dyechem solar plant at Bhadla some 225 kms north o...MONEY SHARMA via Getty Images

Hace poco el mundo llegó a un nuevo acuerdo sobre el clima, y se escucharon opiniones de todo tipo. Desde el economista Jeffrey Sachs, que calificó la Cumbre de París como "un acto de verdadera cooperación global con un significado histórico", hasta el físico James Hansen, que criticó la falta de un impuesto sobre el carbono y describió el acuerdo como poco más que "palabras inútiles".

Ambos tienen razón. El acuerdo de París se resume básicamente en un conjunto de pactos y promesas no vinculantes. Aun así, el acuerdo supone un importante progreso: por primera vez, los países del mundo reconocen que estamos metidos en un profundo pozo. En cambio, estos países flaquean a la hora de establecer un camino claro que seguir. La lista habitual de expectativas en cuanto a innovación tecnológica y financiera -elementos centrales en las negociaciones climáticas- no constituye ningún plan; no queda claro cómo las novedades en financiación o tecnología podrían resolver el problema. ¿Qué tecnologías se transferirían? ¿Quién recibiría ayuda financiera y cómo se utilizaría?

Por desgracia, hablar sobre soluciones específicas vulneraría muchas de las conjeturas que sustentan las conversaciones del clima. Por tanto, estamos estancados en esperanzas vagas más que en verdaderas políticas; si queremos hacer frente a la amenaza existencial del cambio climático, hay que desmontar estos mitos. Además, estas ideas preconcebidas nos distraen de un problema económico más profundo: nuestra dependencia en el consumo y en el crecimiento ilimitado basado en el carbono.

Se ha gastado mucho tiempo discutiendo sobre si el tope de la subida de temperaturas debía situarse en 2 o 1,5 grados, principalmente para tranquilizar a los pequeños estados insulares. Sin embargo, el clima cuenta con demasiadas variables como para establecer una relación matemática clara entre las emisiones y el calentamiento. Incluso el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) admitió en su informe de 2013 que el presupuesto de carbono marcado en 550 gigatones de CO2 sólo tenía un 50% de posibilidades de limitar a 1,5 grados el aumento de la temperatura.

La promesa de destinar 100.000 millones de dólares al año fue aclamada como un gran paso, pero debemos aclarar en qué va a emplearse ese dinero. Está bien ayudar a los países pobres a adaptarse al cambio climático, pero esto viene justificado por preocupaciones humanitarias y justas, y no por la reducción de emisiones. De hecho, un euro invertido en reformar la economía china, india o estadounidense para que gaste menos energía contribuiría más a reducir las emisiones globales que ese mismo euro invertido en comprar paneles solares para un país pobre.

Los países más grandes -desarrollados y en desarrollo- siguen sumidos en modelos antiguos de lo que los estados necesitan hacer. La promesa de los 100.000 millones de dólares se ve empequeñecida por los 5,3 billones en subsidios energéticos repartidos por el planeta, como calculó el Fondo Monetario Internacional. Tengamos en cuenta el gasto militar: India es el mayor importador de armas del mundo y China es el segundo país del mundo que más gasta en el sector militar. Destinar buena parte de este dinero a la mitigación del cambio climático tendría un efecto social mucho mayor que comprar un nuevo buque acorazado. Al fin y al cabo, la mayor amenaza a la seguridad a largo plazo es la guerra del clima.

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Un ecologista examina las ramas de un árbol muerto en Big Pine Key, Florida. (Joe Raedle/Getty Images)

Pese a la esperanza de muchos, todavía no se sabe qué tiene que ofrecer la tecnología al mundo desarrollado. China e India ya saben construir centrales eléctricas, sistemas de transporte y edificios más eficientes. El reto de Indonesia no consiste tanto en la tecnología como en la mejora de la gestión de sus recursos y sus tierras y en la prevención de incendios forestales. Puede que los países ricos inventen una nueva tecnología que cambie la forma en que usamos la energía, pero esta esperanza no reemplaza una política real como la de un impuesto sobre el carbono.

Por idílico que suene, esto no podrá ocurrir sin un cambio radical de tecnología o energía nuclear (lo cual no suele estar sobre la mesa). ¿Cómo se supone que proporcionaremos electricidad a los miles de millones de personas que todavía carecen del derecho básico de acceso a la energía sin utilizar el carbono? La Agencia Internacional de la Energía predice que más del 75% de la energía del mundo en 2040 seguirá procediendo de los combustibles fósiles. Un giro radical hacia las renovables no resulta factible a corto plazo, dado que la tasa de producción de energía renovable por unidad de superficie es bastante más pequeña que la de los combustibles fósiles.

La única forma segura de descarbonizar de forma realista la economía consiste en establecer políticas que reduzcan directamente las emisiones y eliminen el carbono de la atmósfera. Esto afectará al tipo de crecimiento económico que damos por hecho, y también planteará duras cuestiones políticas: ¿Qué deberían apoyar los gobiernos pese al uso que hacen del carbono y qué consumo debe estar restringido para pagar por ello? ¿Es más importante producir electricidad para millones de pobres o seguir favoreciendo la propiedad privada de coches con gasolina barata?

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Una subestación eléctrica en el mar y aerogeneradores cerca de la isla de Heligoland en el mar del Norte. (TOBIAS SCHWARZ/AFP/Getty Images)

Hasta que no dejemos de entender el crecimiento económico como nuestro único indicador de prosperidad, el mundo no tendrá un plan específico para reducir las emisiones. Crear un indicador diferente -uno que no dependa de un uso oportunista del carbono- es el reto al que se deben enfrentar los países desarrollados. La respuesta no está en las promesas, sino en el apoyo financiero -normalmente escaso- de los países más ricos.

Algunas personas podrán argumentar que el oponerse a estos mitos resulta poco realista, peligroso o injusto. Pero ¿es más realista dejar de usar combustibles fósiles por completo en unas décadas o emplear parte de los 1,8 billones de dólares gastados en armas en la lucha contra el cambio climático? Es cierto que ambas cuestiones son complejas, pero el mundo debe actuar con más audacia si queremos hacer del acuerdo de París un éxito.

La negación no es una opción cuando nos enfrentamos a la amenaza existencial del cambio climático. La pregunta "cuáles deben ser los límites al crecimiento si queremos evitar la catástrofe climática" no puede seguir considerándose intolerable, como se lleva juzgando desde hace demasiado tiempo.

Este post fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Marina Velasco Serrano

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