Jesús Martínez Álvarez: El termómetro maldito y la madre que lo parió

Jesús Martínez Álvarez: El termómetro maldito y la madre que lo parió

El organismo sube su temperatura, para curar al niño y defenderle del ataque vírico o bacteriano. Si nosotros nos empeñamos en bajar la temperatura estamos del lado enemigo. Se supone que queremos ayudar a nuestro hijo, no perjudicarle con bajadas de temperaturas intempestivas o con exceso de medicación que puede ser perjudicial. El paracetamol sí mata, no la fiebre.

Hace muchos años alguien, al que Dios confunda, tuvo a bien inventar un aparato diabólico que determinó en llamar "Termómetro". El científico en cuestión, ignorante del error cometido, publicitó su invento y sus colegas venideros vieron en él la solución a muchos de sus problemas. Conseguían medir la temperatura a todo, como si de una aplicación para el iPhone se tratara. Podían hacer múltiples cosas, pero algunas de ellas inútiles. Llegaron a medir la temperatura del sol, y a mí que más me da, millón de grados arriba o abajo.

Os preguntaréis el por qué de esta rabieta anticientífica, con la de modelos que existen, bonitos o feos, de mercurio o alcohol, analógicos o digitales, con ramitas de plantas o con tecnología laser, ultrasonídos o microondas o yo que sé cuanta tecnología desperdiciada en medir la temperatura.

No digo que para ver si el pollo o el pastel están en su punto, se pueda medir la temperatura introduciendo una sonda térmica que nos afine hasta la centésima de grado, pero eso toda buena cocinera lo sabe hacer a ojo.

Igual ocurre en pediatría. Podemos meterle el termómetro por el culo al niño, ponérselo en el sobaco o las ingles, pegado en la frente o a través de las orejas, algunos nos darán una precisión de dos cifras decimales "mi niño tiene 39,86 grados Centigrados o lo que es lo mismo 103,75 grados Fahrenheit" pero ¿Qué utilidad tiene? Si tocando al niño ya nos damos cuenta de que quema. Viene a cuento de la obsesión por la medición que nos ha llevado a padres y profesionales a una miedo patológico por la fiebre y no es raro que la primera pregunta en urgencias o en consulta sea ¿ha tenido fiebre? aunque le haya atropellado un coche.

Nos enseñaron en la facultad que la primera pregunta a hacer es:

D.- ¿Qué le pasa?

P.- Que tiene fiebre, doctor.

D.- No, si no le pregunto eso, le pregunto: ¿qué le pasa? ¿qué síntomas tiene?

P.- No, ninguno, que tiene 37,86.

Hemos desarrollado un pánico a la temperatura elevada, como si la fiebre matara o algo parecido. La fiebre es nuestro mecanismo de defensa, la fiebre mata gérmenes; a ellos igual que a nosotros nos es más difícil reproducirnos cuando hace calor y sino pensar en reproduciros con 40º a la sombra. Por esta razón el organismo sube su temperatura, para curar al niño y defenderle del ataque vírico o bacteriano. Si nosotros nos empeñamos en bajar la temperatura estamos del lado enemigo. Se supone que queremos ayudar a nuestro hijo, no perjudicarle con bajadas de temperaturas intempestivas o con exceso de medicación que puede ser perjudicial. El paracetamol sí mata, no la fiebre. Si el peque esta molesto, le duele algo, está llorón o quejoso tendremos que ayudar con alguna medicación en su justa dosis, pero no por una cifra termométrica sin sentido.

"Mirad al niño y no al termómetro".