Mtoto, hay otros Manolos

Mtoto, hay otros Manolos

Tengo dos años y el susto al levantarme ha sido mayúsculo. Soy más negro que un cuervo, y flaco como un árbol seco. Mi primera reacción hubiera sido de sobresalto y de salir corriendo, pero no puedo apenas ni levantarme, estoy muy cansado.

Yo soy Manolo y para los que alguna vez habéis leído una de mis historias, no os será extraño que cuente que amanezco cada mañana con una edad diferente, como si viajara en el tiempo adelante y atrás. Me suceden anécdotas o soy testigo de descubrimientos cotidianos y habituales para la edad que me toca vivir y que me esmero en contaros en estos breves relatos.

Lo de esta mañana ha sido realmente raro, una vuelta de tuerca, hasta para los que me seguís, ha sucedido algo que es nuevo para mí. He viajado también en el espacio y he despertado en un lugar diferente. Tengo dos años y el susto al levantarme ha sido mayúsculo. Soy más negro que un cuervo, y flaco como un árbol seco. Mi primera reacción hubiera sido de sobresalto y de salir corriendo, pero no puedo apenas ni levantarme, estoy muy cansado. He averiguado que soy de Xabaalo Barbar una aldea al sur de Somalia, de donde salimos caminando hace ya 3 semanas a través del desierto, a veces, las mejores, caminos de tierra seca, ni una brizna de verde en todo el recorrido, polvo y tortura para los pies cansados.

Papá se fue a la guerra antes de que yo naciera. Tenía 5 hermanos mayores, Omar que tenía 7 años se fue como papá, aunque mamá dice que se lo llevaron unos ladrones. Dos hermanos más murieron hace un año durante un asalto a la aldea y luego nueve meses después nació mi hermana: ella va siempre atada a mamá.

Mamá ¡que guapa es!, oscura y delgada, con cara triste pero fuerte como una leona, lleva un traje de muchos colores que sacude de vez en cuando para quitarse el polvo del camino, se atusa el pelo para disimular las penurias; yo diría que es coquetería para mostrarse siempre altiva y orgullosa, jamas derrotada. Vamos a llegar al campamento de refugiados de Dadaad en Kenia en unos pocos días y tiene que estar presentable, que no piensen que es una cualquiera. Es Radhiya de la tribu de los Afar, grandes desde siempre.

Hoy no puedo caminar, no tengo fuerzas. Antes tenía mucha hambre pero hace ya tres días que sin comer he perdido el apetito. Mamá me ofrece un poco de agua que nos queda, apenas unas gotas que hace que se acerquen un montón de moscas a mis labios para quitarme lo poco húmedo que tengo. Quiero volver a dormir, pero tenemos que llegar, apenas son tres días y habrá agua y un poco de comida.

Mamá me coge en brazos a mí también, peso poco y ella es tenaz. Siento su brazo fuerte que me sujeta, levanto mi cara con esfuerzo y miro la suya para darle las gracias. La veo resplandeciente con una luz a su alrededor que la ilumina y la embellece hasta parecer una de esas fotos de vírgenes que traían los padres blancos cuando iban a la aldea. Un temblor recorre mi cuerpo y con una relajación de felicidad absoluta, reposo la cabeza sobre su hombro. Entonces, la oscuridad.