Carcajadas principales

Carcajadas principales

El otro día asistí a un espectáculo de humor inmenso. Siempre he dicho a los Especialistas Secundarios que ellos no eran los mejores humoristas de España porque yo existía, pero después de haberlos visto actuar ya no tengo tan claro haberles quitado el primer puesto.

Durante un tiempo, inexplicablemente, estuvo muy de moda decir que el humor más elevado no provocaba carcajadas; que lo que hacía era generar sonrisas. Algo parecido pasó con la pornografía. Quedaba más guay manifestarse en contra de ella, prefiriendo el erotismo, lanzando frases como: "Lo mejor es insinuar, no enseñar", y otros tópicos similares.

Respecto a éste último asunto, lo cierto es que me da exactamente igual lo que se diga, pero en lo relativo al humor esas sutilezas me cabrean bastante. Afirmar que la sonrisa es superior a la risa implica un odio velado al humor, y eso es algo que no me hace especial ilusión. En ocasiones, incluso algunos humoristas profesionales han apoyado esa idea, y siempre he sospechado que se trataba de un modo de justificar intelectualmente el hecho innegable de que ellos no eran capaces de provocar jamás una carcajada. Ante esa evidencia, lo mejor era afirmar que partirse el pecho era algo relacionado con humoristas menores.

El otro día asistí a un espectáculo de humor inmenso. Los responsables eran los Especialistas Secundarios. Muchos lectores tal vez los conozcan por sus intervenciones en La Ventana, de la Cadena SER, y los que vivan en Barcelona pueden disfrutarlos de lunes a viernes, a la una y media de la tarde, en la misma emisora, a nivel local.

Estos tipos (Armand, Iñigo y Naneh) realizaron cara al público desde el mítico estudio Toresky de Radio Barcelona, dos programas absolutamente redondos. La gente reía de un modo que yo no había visto jamás. Fue una hora entera de carcajadas tremendas, colosales, risas de doce metros de altura, como esas olas que siempre comentan en los telediarios, y, curiosamente, el humor que las generaba era rematadamente sutil, una contradicción que no estarían dispuestos a asumir los poéticos defensores de la sonrisa como símbolo de lo cómico.

Yo también me reía mucho, por supuesto, pero dentro tenía una sensación incómoda. En el fondo me daba rabia todo aquello, porque me entristecía que ese espectáculo no estuviera siendo disfrutado por todo el mundo. Me cabreaba que los Especialistas Secundarios no fueran más famosos. Unos tíos capaces de hacer reír de ese modo no pueden tener solamente una sección en La Ventana y un cortísimo programa en una emisora local. Deberían ser más conocidos. Merecerían que las radios y las teles se rompieran la cara y se pelearan por ellos, destinándoles algunas de las partidas presupuestarias que van dirigidas a esos tertulianos aburridos que llegan siempre sin prepararse nada.

Los lectores que lo deseen, pueden ver sus cosas en Youtube, porque también han hecho televisión. Hombres enamorados de cajas y tipos que encuentran misticismo en los cortes de mangas. Y cualquier otra cosa que se les ocurra.

Ya sé que ser solidario con compañeros de profesión no es algo que esté demasiado bien visto últimamente, porque ahora solo quedas bien y das la impresión de ser enrollado si tu solidaridad va dirigida hacia lo social, pero qué le vamos a hacer. Debo ser un tipo insensible.

Siempre he dicho a los Especialistas Secundarios que ellos no eran los mejores humoristas de España porque yo existía, pero después de haberlos visto actuar el otro día ya no tengo tan claro haberles quitado el primer puesto.