Papá no es uno de esos hombres

Papá no es uno de esos hombres

Recuerdo un día que nos paseamos juntos por el centro. Yo tendría 14 años, o quizás 15. Pasó un coche a nuestra altura, el conductor tocó el claxon, me silbó y luego siguió por su camino. Para mí, eso era lo normal. Para papá, ese tío era un gilipollas. Ese conductor maleducado sólo sería el primero de una larga lista.

Father and daughter enjoying outdoors on a sunny autumn day.AzmanL via Getty Images

Hoy papá se ha dado cuenta de que es y será siempre el único que pueda considerarme como su niña pequeña.

Hoy papá se ha dado cuenta de que los demás hombres me ven como una mujer.

Mientras que para otros

Yo no soy gran cosa.

Incluso

Nada más que una cosa.

Hoy papá se siente mal. Porque su pequeña hija ha sido y es alguien a quien le pueden decir cosas no muy bonitas.

Mucho menos bonitas de lo que lo es su pequeña hija.

Para papá yo siempre estoy bonita. Hasta cuando tengo la gripe, o tengo gastroenteritis, o incluso cuando por las mañanas salgo de mi habitación en pijama de chico con los pelos peleándose entre ellos. Papá siempre me ha visto guapa, independientemente de mi vestimenta. Independientemente de si voy de rosa o de negro, de si voy maquillada o no, de que lleve falda o pantalón. Cuando me pinto los labios, soy guapa, cuando me pongo una camiseta con la que se me ve el ombligo, soy guapa, cuando me corté el pelo tanto como mi primo, estaba guapa, cuando sonrío, también, cuando pongo mala cara, también. Papá siempre ha estado orgulloso de enseñar fotos mías a sus amigos, para después contarme que alguien le había dicho lo guapa que era.

Papá me quiere como la niña de sus ojos. Papá me aprecia. Mucho. Y siempre intenta protegerme de todo.

Pero hoy papá se siente impotente frente a ese todo.

Se acuerda de un día en que nos paseamos juntos por el centro, yo tendría 14 años, o quizás 15. Pasó un coche a nuestra altura, el conductor tocó el claxon, me silbó y luego siguió por su camino. Para mí, eso formaba parte de las cosas que pasaban en la vida. Para papá, ese tío era un gilipollas. Pero mi inocencia le parecía más importante que todo.

Cuando era más joven, nunca pensé que me pararían por la calle sin motivo para preguntarme si tenía novio o simplemente para decirme que era guapa, que tenía el culo bonito.

Hoy, él se avergüenza. Pero, después de todo, ¿cómo iba a imaginarse que su niña, el bebé que había tenido en brazos por primera vez y a la que había querido incluso antes de nacer, podría un día ser vista a través de unos ojos tan inmundos, a veces inyectados en sangre, en alcohol, en drogas, en asco?

¿Cómo podría pensar en todo eso él, que me veía como su bebé?

¿Cómo podía pensar que el día que me corté el pelo dos idiotas me reprocharían el querer parecer un chico?

¿Cómo podía pensar, el día que me deseó toda la felicidad del mundo con mi novia de aquel entonces, que otras niñas se negarían a mantener cualquier tipo de contacto conmigo por miedo a que yo quisiera ligar con ellas? ¿Y cómo podría pensar que otros chicos se imaginarían llevando a cabo una de sus fantasías conmigo?

¿Cómo podría pensar, el día que empecé a crecer y a parecer una mujer, que un cocinero de su edad me preguntaría la receta de mi bistec mirándome los pechos?

¿Cómo un padre, que sólo ve a su hija como a su niña, de forma ingenua e inocente, podía imaginarse que un día ella se vería obligada a aguantar situaciones vergonzosas e incómodas?

Hoy papá se avergüenza. Pero hoy soy yo quien se disculpa. Lo siento, papá, por esas personas. Porque hay que sentirlo. Porque hay que sentir mucha pena por ellos. Tú te preguntas cómo pueden ser tan monstruosos con una mujer, cuando tienen madres, quizá también hermanas e incluso hijas. Lo que yo pienso, papá, es que son muy diferentes a ti, y que hay algo que debemos reprocharnos todos: siempre pensamos que no nos ocurrirá una cosa así.

Sé que tú eres bueno, papá. Sé que no haces distinción entre hombres y mujeres. Y por eso te respeto infinitamente y te lo agradezco. Pero no todo el mundo reacciona como tú.

Cuando era más joven, nunca pensé que me pararían por la calle sin motivo para preguntarme si tenía novio o simplemente para decirme que era guapa, que tenía el culo bonito. No pensé que me mirarían a través de mi cuerpo y no a través de lo que soy. No pensé que soportaría un "guarra", un "puta", un "voy a follarte" dependiendo de mi ropa o de mi forma de ser. No pensaba, cuando tenía 14 años e iba contigo por la calle, que ese conductor maleducado sólo sería el primero de una larga lista.

No pensaba que los hombres eran lo bastante inhumanos y bestias como para aprovecharse de mis debilidades, de mi vulnerabilidad, de mi ingenuidad, de mi amabilidad que tú tanto alababas. "Es lo que te convierte en la bella persona que eres", me decías.

Yo también lo apreciaba, papá. Me gustaba mi inocencia tanto como a ti. Pero ya no tengo derecho a serlo. Porque otros hombres, mucho más malos que tú, mucho menos valientes que tú, han decidido que yo no iba a ser más que un objeto si ellos lo deseaban.

No digo que haya que vivir con ello, contentarse e intentar evitarlo. Al contrario.

Yo sólo digo que el mundo es tal y como mamá lo describe.

Nunca dejes de verme como tu pequeña niña, papá. Pero, al igual que la mujer que quieres hasta el punto de hacer de ella la más respetable y fuerte a tus ojos, ayúdame a convertirme en alguien a quien los cocodrilos no puedan alcanzar. Yo te ayudaré a abrir los ojos sin tener miedo.

Papá, somos muchas personas en mi situación.

Somos la mitad de la humanidad.

Todas somos las hijitas de alguien.

Y todas seremos las potenciales cosas de otro alguien.

Pero las cosas cambian. Y tú formas parte de esta evolución, papá.

Este artículo también se publicó en el blog Le chat au curry.

El post fue publicado con anterioridad en la edición francesa de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del francés por Marina Velasco Serrano