La opinión es opinable

La opinión es opinable

Los políticos siguen sin pensar en las consecuencias que tendrán sus decisiones en la práctica. Estamos a finales de julio, y los que empiezan curso impar en secundaria o bachillerato aún no saben qué libros comprar. Fito lo tenía claro: "Si es por esos libros nunca aprendo"; pero ése es otro tema.

Pienso en la situación de la comunidad educativa este verano, con la Lomce jugando al escondite, y, sin poderlo evitar, me vienen a la cabeza algunas frases de canciones. Lo tomaremos con música, que hace que todo se lleve mejor.

Por ejemplo, podríamos empezar con Keane y su Everybody's changing. Como ellos, intento entender por qué hago algún movimiento para seguir en el juego, veo que todos cambian pero no siento lo mismo. (Entiéndase por "todos" a los nuevos gobiernos que han llegado al poder). Y es que, con los resultados de las elecciones municipales encima de la mesa, muchos pensamos que se acercaban nuevas posibilidades.

Tras demasiados años bajo el mismo color político, aire fresco y renovado se acercaba a nuestras orillas. Buenas impresiones en el momento que, con el paso de los días, se van quedando diluidas. Hemos pasado de la atracción fatal de cuyas garras no podía escapar Pink Floyd en Learning to fly a la necesidad de tener que darnos otra oportunidad, como proponía Freddie Mercury en Under Preassure.

Y es que los políticos siguen sin pensar en las consecuencias que tendrán sus decisiones en la práctica. Estamos a finales de julio, y los agraciados que empiezan curso impar en secundaria o bachillerato aún no saben qué libros comprar. Es cierto que algunos centros han decidido mantener los del año anterior, pero hay asignaturas cuyo contenido varía, y muchos docentes no saben si arriesgarse y repetir lo que ya conocen o lanzarse al proceloso mar de las editoriales que ofrece la tierra prometida en formato papel y digital. Fito lo tenía claro: "Si es por esos libros nunca aprendo"; pero ése es otro tema.

Pasamos los días pendientes de los medios de comunicación, y la situación nos deja ante unas renovadas cuestiones existenciales: ¿qué hacemos? ¿Preparamos nuevas asignaturas, elaboramos programaciones, o seguimos esperando a que se decidan? Shakespeare permanece.

Como a la mayoría de profesores, no me gusta la nueva ley. Creo que nace muerta. Los efectos de su aplicación en primaria no han sido muy alentadores en principio.

Algunas asignaturas han endurecido su contenido, y no he apreciado ninguna mejora en la motivación de los niños. La presión que supone la reválida no anima a nadie. En secundaria y bachillerato, por otro lado, entraría ya debilitada por las próximas elecciones de noviembre. Y, mientras tanto, el exministro, encajando perfectamente con la canción de Gotye Somebody that I used to know, retirado por asuntos personales...

Y hay más. El calendario nos come. Los centros deberían estar ya organizados para empezar en septiembre. Cuando parecía que el decreto aprobado in extremis el 10 de junio por el PP (estando en funciones) sobre el currículum y la organización de secundaria y bachillerato en la Comunidad Valenciana seguía adelante, el pasado 18 de julio nos sorprendió la petición de algunas CC.AA. gobernadas por el PSOE de un retraso en la aplicación de la LOMCE.

No conozco a ningún profesor en activo que le guste la nueva ley, pero de ahí a seguir manteniendo en vilo a toda la comunidad educativa hay un paso muy grande.

¿Qué optativas ofrecerá el centro? ¿Quién las impartirá? ¿Quién perderá horas? ¿Se podrán recuperar con otras asignaturas? ¿Cómo montamos los horarios? ¿Seguiremos con la LOE? ¿Quién ganará la partida: los nuevos gobiernos o el lobby editorial? Y la pregunta clave: ¿saldrán perdiendo, como siempre, los alumnos?

Para acabar con música, Bunbury lo expresaría mejor que yo: "Sácame de aquí, no me dejes solo. No entiendo qué nos pasa a todos, hemos perdido la razón. Nos hemos equivocado teniendo toda la razón".