Gonzalo García Pelayo, de lo que no hay

Gonzalo García Pelayo, de lo que no hay

Siempre había querido conocer a Gonzalo García Pelayo. Desde los años de la Transición se destacó como una de las figuras menos anodinas y clasificables de la vida española. Era iconoclasta, visionario, transgresor, travieso y muy audaz. Este fenómeno, que es cineasta, productor musical, apoderado de toreros, periodista y jugador profesional, fue el que acudió el otro día a la Filmoteca de Zaragoza con Vanessa, su delicia de hija y pieza clave del clan.

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En la Filmoteca de Zaragoza he vivido días de bandera. En los años 80, el cine Arlequín fue una de las sedes de mi educación cinéfila y sentimental. Allí fui testigo de momentos muy particulares: la mañana de domingo en la que Santiago Carrillo acompañó a Juan Antonio Bardem en la presentación de La advertencia o la noche en la que José Luis Borau se colocó de pie al fondo de la sala, cogió el micrófono y, durante la proyección de Río abajo dobló a todos los actores: la copia había llegado en inglés sin subtítulos. La otra tarde, el viernes 29 de mayo, en el Palacio de los Morlanes, se produjo otro acontecimiento, la presencia de Gonzalo García Pelayo, cineasta, productor musical, apoderado de toreros, periodista y jugador profesional. José Luis Cortés, Panoja, el alma del Festival Flamenco en Zaragoza, tuvo la feliz idea de, con la complicidad de Leandro Martínez y Toña Estévez -anfitriones de la Filmoteca- invitarle a estrenar en la ciudad sus dos últimas películas, Amo que te amen y Copla.

Siempre había querido conocer a Gonzalo García Pelayo. Desde los años de la Transición se destacó como una de las figuras menos anodinas y clasificables de la vida española. Era iconoclasta, visionario, transgresor, travieso y muy audaz. Su gran adicción era la cultura popular, especialmente la que hundía sus raíces en las tripas de Andalucía. Pero se mostraba abierto a todo. Como cineasta ofreció películas como Manuela, -con Charo López- Vivir en Sevilla, Intercambio de parejas frente al mar o Corridas de alegría, un título, ya se puede leer, de lo más zumbón; como periodista animó espacios de radio -Para vosotros, jóvenes- y como productor musical, arropó en sus inicios la carrera de talentos muy genuinos. En 1975 Gong, su sello discográfico, dio en el clavo tres veces: con Nuevo día, de Lole y Manuel, El patio de Triana y Tiempo de espera, de Labordeta. Gonzalo tenía 27 años y, gracias al periodista musical Antonio Gómez, había descubierto Cantar y callar, el debut del Abuelo. Ese discazo le cautivó y se postuló como productor de Labordeta, con la decisiva aportación de Plácido Serrano. Una de las canciones de Tiempo de espera era el "Canto a la libertad". Se cumple ahora el 40º aniversario del tema que la mayoría de los aragoneses siente como su himno y que todos los españoles identifican con la esperanza. Gonzalo fue uno de los responsables de que esa canción echara a volar. Y José Antonio y Plácido fueron, precisamente, los que me pusieron la cabeza como un bombo con Gonzalo y me contagiaron su entusiasmo por ese ser tan lejos de lo normal.

En los años 90 Gonzalo conoció una clase de celebridad realmente excéntrica. Él era jugador de póker y de ruleta y estaba fascinado por las leyes secretas del azar. Un día se hizo una reflexión cargada de sentido común pero que solo se le podía ocurrir a él: igual que la probabilidad de que al lanzar una moneda salga cara nunca es exactamente del 50% -porque los dos lados de la moneda son diferentes, aunque sea imperceptible-, igual que varios relojes distintos nunca dan la misma hora, era lógico concluir que las inapreciables imperfecciones de la maquinaria de la ruleta también provocarían que unos números salieran con más frecuencia que otros. Después de una minuciosa investigación Gonzalo, con la ayuda de su familia, acertó la manera de averiguar cuáles eran los números que contaban con más posibilidades de salir en una ruleta. A continuación, los Pelayo hicieron una gira por los casinos de España, Europa y Las Vegas. Gonzalo había cumplido el sueño de cualquier jugador y la pesadilla de cualquier casino. Pese a que su argucia no era ilegal, los casinos les acabaron prohibiendo la entrada y, aterrorizados, se llamaban unos a otros para advertirse sobre una familia tan peligrosa. Pero a los Pelayo aún les dio tiempo de acumular una fortuna de 250 millones de pesetas, de mediados de los 90. Francamente, de chapó. Gonzalo reflejó esa aventura en un libro escrito con su hijo Iván, La fabulosa historia de los Pelayo, y en 2012 Eduard Cortés dirigió un largometraje, The Pelayos. En 2004, por cierto, el Tribunal Supremo le concedió la razón a Gonzalo cuando él reclamó su derecho a entrar en los casinos españoles. Gonzalo dice que aún no le ha dado tiempo a demandar a los casinos franceses, que tampoco le dejan entrar.

Este fenómeno fue el que acudió a la Filmoteca de Zaragoza con Vanessa, su delicia de hija y pieza clave del clan. Gonzalo se había retirado del cine en 1982, después de Rocío y José, pero, animado por el redescubrimiento de sus películas en algunos ambientes, hace dos años, con Alegrías de Cádiz volvió a brindar estupendas señales. Amo que te amen y Copla, que presentó en Zaragoza, son de lo que no hay: uno no se hace a la idea si no las ve. Fue reconfortante comprobar cómo Gonzalo mantiene muy vivo su espíritu surrealista, revoltoso y rompedor, consagrado, en este caso, a desacralizar el mundo de la copla pero sin dejar de respetar su esencia. Tras cada proyección mantuvo un coloquio con los espectadores que casi llenaban la sala de la Filmoteca. Y Gonzalo, cómo no, dejó su huella en el Palacio de los Morlanes: provocó a Rocío Durán, la protagonista de Copla, sentada entre el público, para que subiera al escenario y se arrancara con una canción. Rocío bordó su versión de Dime que me quieres, sin que le distrajeran los divertidos comentarios sobre la letra que, mientras su actuación, dejaba caer Gonzalo, reconvertido en ese instante en el locutor de radio que fue.

Gonzalo había comido con Plácido Serrano en Casa Emilio y, por la noche, en El Pozal, en el barrio de La Magdalena, él y Vanessa hicieron un hallazgo trascendental: la trenza de Almudévar. Gonzalo y el excelente Panoja, al que le hacía tanta ilusión como a mí conocerle, evocaron durante la cena a Silvio, una leyenda del rock sevillano. Y Gonzalo recordó su voracidad cinéfila en París, cuando en 1965, a sus 17 años, vio más de 450 películas en menos de doce meses y, de vez en cuando, en los asientos de al lado, se encontraba a François Truffaut.

Gonzalo y Vanessa nos hablaron de su última criatura, Los Pelayos Club, una peña con la que gestionan apuestas on line. Ya cuentan con más de 5.000 afiliados: muchos confían en los Pelayo para que les maneje el dinero en unos juegos de azar que, si Gonzalo anda por medio, son menos de azar.

Este artículo fue publicado inicialmente en Heraldo de Aragón