¿Pero existe el 'fair play' en política?

¿Pero existe el 'fair play' en política?

¿Somos en España especialmente cainitas a la hora de asegurarnos espacios de poder dentro de un mismo partido o Thatcher - por poner el ejemplo más desagradable que me ha venido a la mente- se sirvió contra su rival tory, Michael Heseltine, de las mismas zancadillas y bajezas morales que está empleando Susana Díaz contra Pedro Sánchez, ahora que éste tiene la yugular al descubierto?

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Foto: EFE

El mero hecho de que usemos a menudo la expresión anglosajona fair play implica de, algún modo, que en España, la noción de juego limpio nos suena a tan importada de fuera como Halloween o Black Friday. In other words -que decía Frank Sinatra en Fly me to the moon- en política (y en Gran Hermano), si puedes meterle la zancadilla al contrario, hazlo sin pestañear, porque nadie valorará tu caballeroso respeto a reglas de juego no escritas. En cambio, si pierdes el partido (o la pelea fratricida) todos se reirán de ti y pensarán que eres tan tonto, al menos, como la del anuncio de Media Markt.

Valga esta reflexión inicial -discutible, pero útil, a efectos de provocar un poco al lector -para plantear una pregunta que me intriga desde que conocimos el resultado de las Elecciones Generales y las reacciones subsiguientes de los líderes políticos. El espectáculo indecente, de lucha por el poder a cualquier precio, que están dando Susanita y sus ratones, ¿es un fenómeno intrínsecamente español o está en la naturaleza misma de cualquier confrontación política, independientemente de la nacionalidad, etnia o religión de los contendientes en liza? ¿Somos en España especialmente cainitas a la hora de asegurarnos espacios de poder dentro de un mismo partido o Thatcher - por poner el ejemplo más desagradable que me ha venido a la mente- se sirvió contra su rival tory, Michael Heseltine, de las mismas zancadillas y bajezas morales que está empleando Susana Díaz contra Pedro Sánchez, ahora que éste tiene la yugular al descubierto?

El corresponsal parlamentario de El País, Fernando Garea, se vale en estos días de un símil muy cinematográfico para describir el tipo de hostigamiento al que Susanita y sus ratones están sometiendo al secretario general-: «Es como si un Jefe Tedax se hallara frente a la bomba de los pactos electorales, tratando de dilucidar qué cable corta, y sus compañeros de unidad estuvieran dándole collejas por detrás, para que se ponga nervioso, corte el cable equivocado y volemos todos por los aires». Garea subraya que el comportamiento de Susanita y sus ratones resulta doblemente inaceptable si tenemos en cuenta que muchos de los roedores que ahora vilipendian a Sánchez por su propuesta de pacto podemita están gobernando en Comunidades Autónomas gracias al apoyo del partido de Pablo Iglesias.

Salvo raras excepciones, nuestros políticos consideran que el único Código de Convivencia que respetar en nuestro país es el Código Penal. Algunos, ni eso, como se han encargado de demostrar personajes de la catadura moral de Rodrigo Rato o Moral Santín. El hoy ya cadáver político Martínez Pujalte lo expresó de otro modo en Hoy por Hoy-: «No es moral, pero es legal.»

Susana Díaz gobierna en Andalucía gracias al apoyo de un partido de centro-derecha como Ciudadanos. Durante las negociaciones, que fueron agónicas y estuvieron a punto de desembocar en nuevas elecciones, ¿alguien escuchó a Pedro Sánchez decir cosas como 'No podemos pactar con los que quieren perpetuar al PP?'

De la misma manera que existen profesionales -como los médicos o los abogados- que se rigen en su práctica diaria por Códigos Deontológicos escritos, una de las grandes medidas de regeneración de la nueva legislatura debería ser la promulgación de un Código de Obligaciones Políticas, que independientemente de si un acto es o no jurídicamente reprochable, señale a nuestros cargos públicos los imperativos profesionales de su noble oficio. Este nuevo Código situaría sin duda a Susanita y sus ratones fuera de la normativa aceptable, y los haría aparecer como proscritos indecentes del tablero político, a la altura moral de un Rajoy y su «Luis, hacemos lo que podemos » o de un Felipe González y su «Mariano Rubio es una persona perfectamente honorable».

Veamos por qué.

Susana Díaz gobierna en Andalucía gracias al apoyo de un partido de centro-derecha como Ciudadanos. Durante las negociaciones, que fueron agónicas y estuvieron a punto de desembocar en nuevas elecciones, ¿alguien escuchó a Pedro Sánchez decir cosas como "No podemos pactar con los que quieren perpetuar al PP" o "Ciudadanos es el partido que quiere retirar a la mujer la protección que le otorga" la Ley de Violencia de Género? Díaz se benefició, cuando menos, del silencio respetuoso de Sánchez. Es cierto que no lo pidió, pero se benefició claramente de ello.

Ahora imaginemos dos viajeros del AVE que salen a hablar por teléfono a la plataforma entre vagones. Si hablan los dos al tiempo, sus conversaciones se solaparán y la plataforma se convertirá en un infierno. Si uno tiene un gesto con el otro y le permite que hable primero, aunque éste no lo haya solicitado, se genera la obligación política de ser breve. Resultaría un abuso intolerable que, amparándose en la coartada de "yo no te pedí que me dieras la vez", el primero se explayara durante diez minutos, haciendo esperar al segundo. Lo mismo cabría decir si uno de los viajeros, al ver la dificultad para entenderse si hablan los dos a un volumen normal, decidiera, por respeto al otro, hablar susurrando. ¿Qué pensaríamos del que, aprovechándose de semejante cortesía, siguiera cotorreando en un tono de voz tan elevado, como para hacer imposible la conversación de su compañero de plataforma?

Esto es el fair play en política: la obligación de sentirse obligado por la conducta del otro, cuando esta nos beneficia, aunque nosotros no se la hayamos exigido en ningún momento. Igualmente caballerosa resulta la respuesta contraria: no cometer una bajeza con el adversario, incluso a pesar de que éste nos haya obsequiado con una puñalada trapera el día anterior. Alguien se lo debería recordar a Rajoy: la actitud correcta (el juego limpio) cuando en un debate te dicen que no eres una persona decente no consiste en responder con «ruiz, mezquino y miserable», sino en (por ejemplo) preguntar al adversario si le está acusando de algún delito.

A Julio César le aconsejó el adivino que se guardara de los Idus de Marzo y no se acercara a la estatua de Pompeyo. A Pedro habría que recomendarle que se guarde de Susanita: no solo porque, a diferencia de la canción, no tiene un solo ratón, sino varios, sino es que encima estos no son chiquitines, sino descomunales, como ratas de cloaca. La dentellada de uno solo de ellos podría dejar reducido a Pedro el Guapo en un adefesio. Y para feos, en el PSOE, ya tenemos suficiente con Ximo Puig.