Crónicas de países inexistentes (1). Nagorno Karabaj

Crónicas de países inexistentes (1). Nagorno Karabaj

La República de Nagorno Karabaj es un país literalmente insertado en suelo de Azerbaiyán. Es decir, está rodeado de Azerbaiyán por todas partes menos por una, que linda con Armenia. Azerbaiyán impide entrar. Y, sobre todo, impide salir: los habitantes del Alto Karabaj son enemigos de los azeríes, con quienes estuvieron en guerra entre 1988 y 1994.

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En los mapas se indica que la República de Nagorno Karabaj es un país literalmente insertado en suelo de Azerbaiyán. Es decir, está rodeado de Azerbaiyán por todas partes menos por una: por arriba. Por tanto sólo se puede acceder desde Azerbaiyán, porque no tiene más fronteras ni pasos posibles.

Pero Azerbaiyán prohíbe el paso a Nagorno Karabaj. Impide entrar, pero, sobre todo, impide salir. Porque los habitantes del Alto Karabaj son enemigos de los azeríes, y viceversa. Quienes siendo de otro país se aventuran a entrar en Karabaj se convierten automáticamente en personas non gratas para Azerbaiyán. No en vano, ambas partes libraron una larga y sangrienta guerra que duró desde 1988 hasta 1994 y que aún hoy, 20 años después, sigue activa en forma de escaramuzas militares, fuegos fronterizos y montañas sembradas de minas y rencores.

Pero bueno, como precisamente ayer se celebraba el vigésimo aniversario del teórico fin de la guerra, me propuse entrar en un país que nadie reconoce, en un país que en realidad no existe. Y haciendo averiguaciones descubrí que hay una forma de entrar en Karabaj. Desde Armenia. Entre otras cosas, porque Armenia considera que Nagorno Karabaj es Armenia, como históricamente lo fue hasta que se lo quedó Azerbaiyán, aprovechando las convulsiones fronterizas provocadas por la desintegración de la Unión Soviética.

El caso es que monté en el coche de mi amigo armenio Vahe y salimos de Ereván muy temprano, dispuestos a hacer frente a los 360 kilómetros que hay hasta Stepanokert, la capital del Karabaj.

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La carretera, la única que en realidad existe en Armenia, desciende hacia el sur del Cáucaso y tiene un primer tramo de autopista. Pero bueno, es un decir, porque precisamente por tratarse del único fragmento de autopista del país, tiene un límite de velocidad de 50 kilómetros por hora. De modo que el arranque del viaje es un lento descenso hacia las faldas del majestuoso volcán Ararat, el Monte Ararat, 5.200 metros de sagrada altitud para los armenios, aunque lo cierto es que está en suelo turco.

Luego, la carretera -de un firme relativo- sigue el curso estrecho y zizagueante del río Arpa, con montañas altas y peladas a los lados y sin apenas vegetación. La vegetación sólo aparece en las aldeas dispersas por el valle, que parecen auténticos oasis en medio de las desoladoras lomas. Son pequeños, yo diría que pequeñísimos núcleos habitados de casas bajas que producen las frutas fabulosas que dan el color naranja a la tercera franja de la bandera de Armenia: rojo por la sangre, azul por el cielo y naranja por las frutas carnosas del país.

Ahorro toda la ruta hasta la frontera, aunque realmente vale la pena por las historias de monasterios y observatorios neolíticos, y llegamos directamente a Goris, la última ciudad armenia antes de la frontera con Azerbaiyán. En Goris, una especie de Andorra muy pobre que se extiende sobre la hondonada de un valle, ha caído la noche vertiginosamente.

Desde ahí hacia el Este nace una carretera que a lo largo de diez kilómetros discurre sobre suelo de Azerbaiyán. La carretera es como un fino cordón umbilical que une Armenia con Nagorno Karabaj, el único espacio físico que los comunica. Pero nadie vigila esa carretera. Ni azeríes ni armenios. No hay puestos fronterizos entre ambos países. Son diez delicados kilómetros en los que no hay custodia jurídica para los transeúntes, pero no es tierra de nadie, porque es suelo azerí abandonado a la custodia armenia.

Pasados esos diez kilómetros de curvas de montaña, unos pequeños focos en la noche indican la posición de dos policías de Nagorno Karabaj en una caseta de hormigón, en medio de la carretera. Si por ellos fuera podría pasar quien quisiera, porque no se mueven de sus sillas. Para eso hay un cartel que dice que te pares y te identifiques. Total, el tránsito de gente es mínimo.

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En realidad no es un puesto fronterizo, es un control de acceso. De hecho, me miran el pasaporte con simpatía. Español. No puede pasar, me dicen. Necesito un visado. Y el visado no lo extienden ellos. Para obtenerlo hay que ir a la capital del Nagorno Karabaj, a Stepanokert, solicitarlo en persona y recogerlo. Parece absurdo, pero es así.

¿Y cómo hago? Gracias a la traducción de Vahe me entero de que van a anotar mi nombre en un cuaderno y que a continuación tengo que entrar al país. Y que por la mañana del día siguiente he de presentarme en el Ministerio de Asuntos Exteriores, en Inmigración, registrarme y pedir un visado. Que a la vuelta, cuando tenga que salir del país, ya comprobarán en el cuaderno si lo he pedido o no.

De modo que así se entra en un país inexistente. Primero se entra y luego se pide permiso para entrar. No está mal, nada mal.