La seguridad global depende del próximo presidente estadounidense

La seguridad global depende del próximo presidente estadounidense

En un mundo cada vez más atormentado, el liderazgo, y especialmente el liderazgo estadounidense, es más importante que nunca. De ahí que las próximas elecciones presidenciales sean tan relevantes. Y de ahí que casi todo el mundo esté pendiente de cómo avanza la campaña.

AFP

En un mundo cada vez más atormentado, el liderazgo, y especialmente el liderazgo estadounidense, es más importante que nunca. De ahí que las próximas elecciones presidenciales en Estados Unidos sean tan relevantes. Y de ahí que casi todo el mundo esté pendiente de cómo avanza la campaña.

Pero, ¿en qué debería centrarse el próximo presidente para hacer de Estados Unidos y del mundo un lugar mejor?

En primer lugar, cabe recordar que el presidente de Estados Unidos es tanto jefe de Estado como jefe de gobierno. Una vez elegido, su misión es representar a toda la nación, no sólo al partido vencedor. El mandato no sólo consiste en tratar cuestiones a corto plazo, sino en guiar al país hacia un futuro, teniendo en cuenta las consecuencias de las políticas a largo plazo.

Estados Unidos no es una isla. Aunque es un país próspero y poderoso, no puede progresar por sí mismo en un mundo que degenera hacia el caos. El prerrequisito para la paz y la prosperidad es un compromiso activo y constructivo con los demás, aunque sean culturas e ideologías diferentes, con el fin de alcanzar la estabilidad y fomentar el crecimiento.

Aquí tenemos algunas sugerencias prácticas tanto en política interior como exterior:

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La principal prioridad es el empleo del futuro. La tecnología está cambiando nuestras vidas, nuestros hábitos, la familia y el trabajo. Se está avanzando a un nivel exponencial en áreas tan diversas como la biotecnología, las redes digitales o el llamado Internet de las cosas. Sin duda, los beneficios llegarán a todo el mundo si se extiende de forma justa. No obstante, la transición será compleja. Los desequilibrios y la desigualdad se verán exacerbados a corto plazo. El nuevo presidente tendrá que plantearse cómo hacer frente a este reto con una red de seguridad y un trampolín de oportunidades que estén a la altura.

En las cuestiones fiscales, quien ocupe el Despacho Oval debe diseñar un sistema tributario simplificado y más justo que sea progresivo, pero con impuestos más bajos y sin deducciones especiales.

La educación sigue siendo la base del futuro de la nación. Se deben promover unos estándares para alcanzar niveles competitivos a escala global. Debemos respaldar un núcleo común y no dejar que las políticas locales moldeen los contenidos principales de aprendizaje.

El sistema penal no debe limitarse a imponer castigos y debe suprimir la discriminación racial para centrarse más en la prevención y la reinserción.

Se suele decir que la inmigración es lo que construyó América. Yo lo diría de otra manera. Al integrar a los inmigrantes como ciudadanos individuales y proporcionarles los medios de movilidad ascendente, Estados Unidos ha creado un recurso dinámico que impulsa nuestra prosperidad y enriquece nuestra cultura. Esto es lo que nos ha distinguido de Europa. En vez de humillar a los inmigrantes y crear muros del terror, deberíamos renovar los cimientos sobre los que se fundó nuestra cultura de la aspiración.

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La lucha contra el autodenominado Estado Islámico, Al Qaeda u otros grupos terroristas no va a acabar con Estados Unidos. Cuando Occidente reacciona desproporcionadamente ante sus ataques, los yihadistas ganan. Los terroristas han jugado con nosotros muchas veces y han vuelto nuestra propia fuerza contra nosotros haciendo uso de un esfuerzo mínimo y de una capacidad sostenible. Al fin y al cabo, la trágica situación en Oriente Medio acabará cuando los actores locales y regionales se sienten para llegar a un acuerdo. ¿No hemos aprendido después de 15 años de guerra tras el 11-S (y con la llegada de ISIS) que la intervención exterior es contraproducente?

Por primera vez desde la Guerra Fría, las dos principales potencias mundiales con distintas orientaciones políticas y culturales -Estados Unidos y China- luchan por conformar el orden global. China, que salió por sí misma de la pobreza y ascendió a lo más alto de la clasificación de la economía mundial, ha permitido que otros países emergentes crezcan y se ha convertido en un motor indispensable para la prosperidad global en las próximas décadas.

El siglo XXI sólo verá paz y seguridad si Estados Unidos y China trabajan juntos y no se convierten en enemigos. Para evitar este error histórico, hay que construir un respeto y entendimiento mutuos a través de una relación activa entre el próximo presidente de Estados Unidos y el presidente chino Xi Jinping.

Aunque se mantenga firme con los intereses estadounidenses como la ciberdefensa y la oposición a cambiar las fronteras por la fuerza, el próximo presidente estadounidense también debe evitar empujar a China y Rusia hacia una alianza más formal. Rusia, al igual que el propio Estados Unidos, está renovando su arsenal nuclear.

El peor desarrollo geopolítico sería que el mundo se dividiera de nuevo en rígidos bloques fortificados por una nueva carrera armamentística nuclear. Aunque el cálculo ético no sea claro, trabajar con Rusia también es esencial para la seguridad global. En muchos aspectos, el presidente Putin sólo busca respeto. Y el próximo presidente estadounidense debería proporcionar este respeto más o menos como durante los años estables de détente con la Unión Soviética.

Para que Occidente se mantenga fuerte frente a esta nueva competición con Oriente, Estados Unidos necesita una poderosa civilización aliada en Europa. Sin embargo, Europa ya no funciona como socio de confianza. Al contrario: se paraliza con cada crisis a la que se enfrenta -desde la deuda griega hasta los refugiados- y vemos cómo se desintegra ante nuestros ojos.

Como líder occidental de facto, el próximo presidente estadounidense debería presionar por una Europa que, como mínimo, federe políticas fiscales y exteriores, políticas migratorias y energéticas; en otras palabras, por una Europa común que sea el otro pilar en Occidente. Si no, Estados Unidos tendrá que depender de una serie de naciones, demasiado pequeñas como para actuar por sí mismas pero limitadas por la camisa de fuerza que supone el ser parte de una disfuncional Unión Europea.

Ya hay algunos desarrollos positivos en los que se podrá centrar el próximo presidente: los acuerdos del clima de París, el menor precio del petróleo, la oportunidad de traer a Irán de vuelta al mundo, los vientos de cambio en Argentina, Venezuela y Cuba, y la mano que ha tendido el primer ministro indio, Modi, a su homólogo paquistaní, Sharif, en esa volátil región del mundo.

El próximo presidente estadounidense se enfrentará a algunos de los mayores retos que la historia puede ofrecer, pero también a algunas de las mayores oportunidades. Las próximas elecciones no podrían ser más decisivas. Los votantes responsables deberían tomar la decisión apropiada eligiendo a un presidente que se centre en lo apropiado.

Este post fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Marina Velasco Serrano

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