Hora de volar

Hora de volar

La oferta de servicios de información y entretenimiento en los aviones ha venido evolucionando razonablemente en los últimos 10 o 15 años, pero si la miramos con cuidado podemos percibir que hay algo trabado en ella. El tiempo se le ha ido escapando, como a la escuela.

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Foto: Getty Images.

La oferta de servicios de información y entretenimiento en los aviones ha venido evolucionando razonablemente en los últimos 10 o 15 años, pero si la miramos con cuidado podemos percibir que hay algo trabado en ella. El tiempo se le ha ido escapando, como a la escuela. No parece tener la aceleración propia de la tecnología, ni parece haber registrado ninguno de los giros de valor que las industrias de la información, la música y el entretenimiento registran en su historia reciente. (Recordemos que se trata de tres de las industrias más transformadas en los últimos 10 años). En eso, los aviones se parecen a los laboratorios de computación de las escuelas.

Viene habiendo grandes esfuerzos en evolucionar la infraestructura de hardware que da la base a esa oferta aeronáutica; esfuerzos caros, además. Los aviones se han replanteado ya varias veces en su historia reciente dónde poner sus pantallas, qué tamaños tienen ellas que tener, si deben ser individuales o zonales, si fijas o desplegables, qué tipo de auriculares recibe el pasajero, quién los entrega y quién los retira, cuándo, qué tecnología se usa, si se entregan o no dispositivos adicionales para utilizar tecnologías especiales (video-juegos, por ejemplo), etc.

Ha habido mucho más trabajo en esa agenda que en la de la oferta de contenidos, que esta se nos presenta más fija, rutinaria, escasa, rígida, antigua y nada esmerada. Insisten en dejarnos la gruesa revista de papel en el sobre del respaldo del asiento de delante, mientras no vemos novedades de relevancia en la estructura de la oferta digital, ni en la composición ni dimensión del catalogo. A veces siento que hasta los niños se aburren de ella. También, como en la educación y la escuela.

En medio de esa monotonía, hace poco tiempo me encontré con un movimiento que llamó mi atención. Creo que la llamó porque estoy trabajando intensamente en eso mismo, solo que en el campo educativo. LATAM Airlines (la fusión de TAM con LAN) comenzó a pedir reiteradamente desde hace pocos meses a sus pasajeros en todos sus vuelos que descarguen en su propio teléfono celular la aplicación LATAMEntertainment con el que podrán "disfrutar de toda la propuesta LATAM de información & entretenimiento a bordo". Y veo sin asombro (sin asombro -insisto- porque sigo el fenómeno bien de cerca) que los pasajeros han acogido la propuesta con alegría, gran disposición y en escala. Mis hijos mucho antes que yo, por supuesto.

Llama la atención ver cómo el pasaje va ignorando progresivamente las pantallas del avión y recogiéndose cada quien en su smartphone. (Cuando vas para el baño en vuelo y atraviesas medio avión por el pasillo central notas que algo esencial de esa escena histórica se ha modificado; lo notas en las posturas y en una "desestandarización" general de la experiencia de consumo de la oferta de información & entretenimiento.)

Eso aún no ha pasado en el paisaje escolar, que sigue como entonces. Vista desde su sempiterno pasillo central, la escuela luce como antaño. No logramos que cada quien mire un poco para su lado. Nada significativo se ha movido allí.

En la aerolínea LATAM, algún iluminado vio la oportunidad de apoyar toda su oferta de información y entretenimiento en una "infraestructura" ya instalada, gratuita y adaptada al perfil del pasaje: el smartphone de cada pasajero. Exactamente lo mismo que deberíamos hacer en las escuela.

¿Qué es lo que ha pasado realmente? ¿Cómo podemos analizar este giro simple? ¿Qué hizo LATAM al fin de cuentas (y si hubo alguna otra que lo hizo antes de LATAM, que desconozco, pues la que fuera)?

Es frecuente que la proyección más significativa de una línea de progreso no la encontremos sobre sus rieles clásicos, sino que nos aguarde tras algún giro inesperado, aunque luego nos acabe pareciendo obvio. No era fácil "ver" que las mejores pantallas de los aviones no estarían en los aviones sino en los celulares de los pasajeros. (Recuerda al sagaz Ministro del sagaz cuento del sagaz Poe que para esconder mejor la carta que lo hacía fuerte resolvió "esconderla a la vista").

Esos celulares sí llevan la aceleración propia de la tecnología que la infraestructura de los aviones ha perdido. La calidad de la imagen de la mayoría de los celulares de los pasajeros es muy superior a la media de la calidad de las pantallas de los aviones. Hay no menos de 5 años de distancia tecnológica entre unas y las otras, y ya sabemos qué quieren decir cinco años en tecnología hoy. (En las escuela, por cierto, esa distancia debe ser del orden de los 10 años). Prácticamente todos los pasajeros tienen su propio smartphone en los cientos de miles de aviones que vuelan hoy y no hay ni uno que se lo haya olvidado; casi ninguno lo tiene descargado y todos disponen de cargador a la mano. Todos -además- llevan sus audífonos, también muy adelante en términos de calidad de los que las aerolíneas nos ofrecen habitualmente.

¿Por que, entonces -se preguntó algún iluminado en LATAM- no pasamos a apoyar toda nuestra oferta en esa "infraestructura" ostensiblemente mejor que la nuestra, instalada, gratuita para nosotros, muy bien adaptada a cada perfil de pasajero (marca, modelo, tamaño de la pantalla, definición, soporte y protección, tipo de audífono, etc.) y totalmente disponible en todos nuestros vuelos? Y no encontraron ninguna razón para no hacerlo, aunque me imagino las mil reuniones que habrá tenido que sortear el equipo propositor. Exactamente lo mismo que deberíamos hacer en las escuela.

Pero hay más. Si LATAM es una compañía honesta (y no lo sé), entonces lo que hará será desplazar de ahora en adelante su desafío hacia la evolución significativa de su oferta; pasar todo el foco que otrora tenía en la infraestructura al software y al contenido; invertir fuerte en esa dimensión "relegada" para sorprender a sus pasajeros con una verdadera experiencia de valor. El dinero del hardware vale mucho más aún aplicado al campo del software y de los contenidos. La misma apelación que nos vendrá en la educación el día que hagamos el mismo movimiento que todavía no hacemos.

Todo se movió a partir de ese giro aparentemente trivial de irse "fuera" de los límites perceptibles de la infraestructura digital de un vuelo. El proceso de digitalización y oferta digital en el aire acaba de ser refundado, con horizontes renovados e insospechados. Sin aspavientos, como si fuera natural, LATAM rompió los limites y refundó el problema; ahora habrá que asistir a la refundación general del ambiente digital en las cabinas de los aviones y sus nuevas y ambiciosas aspiraciones. (Qué ganas de poder decir las mismas cosas de la vida digital de nuestros hijos en sus escuelas, ¿verdad?)

Y por cierto, ni un cliente se ha sentido "abusado" porque la aerolínea haya decidido "usar" su celular y "ahorrarse" un coste relevante (como habrá debido argumentar sin duda algún gerente, que nunca falta, recogiendo consensos y venias de las jerarquías en alguna reunión previa en LATAM, tratando de disuadir a su empresa de esa acción "temeraria"). Al contrario, parece que lo agradecen; y tienen razón. Todo evolucionará. El ecosistema levanta vuelo.

¿Qué pasaría si los mapas, infografías, láminas o ejercicios que utiliza el profesor en su clase aparecieran en los teléfonos móviles de los alumnos cuando lo necesitan? ¿Por qué no lo hacemos? Por las mismas razones por las que las aerolíneas no hacen lo que LATAM ha decidido hacer.

Nuestros pasajeros (que los llamamos alumnos) también tienen sus aparatos listos; y como los que vuelan, no los olvidan jamás y no se les descargan nunca. No creo que fueran a molestarse si los invitáramos a usarlos y a pasar la vida digital de la escuela por sus dispositivos. Como en el aire, también diría que mas bien al contrario, que lo agradecerían.

Voy a dar un ejemplo, y es solo un ejemplo, para que no queden las cosas en abstracto y veamos qué fácil y a la mano está todo esto en lo concreto, aunque trace un sisma en lo simbólico, cultural e intelectual. Las aulas escolares también han ido evolucionando -como las cabinas de los aviones, igualito- en materia de infraestructura tecnológica; las hemos vistos progresar desde los primeros cd-players a los smartboard, para seguir hacia los proyectores, más horizontales primero y hasta los verticales de hoy; hemos visto llegar las laptops, después de las desktops, e incluso arribar hace menos los tablets para dar un salto de calidad; hemos visto instalar equipos de sonido y nos hemos cansado de ver dudosos modelos de oscurecimiento para mejorar las proyecciones. También los hemos ido viendo deteriorarse, por mal uso o desuso.

Como en los aviones, también hemos estado sintiendo que no es por ahí, que ésa no es la aceleración adecuada ni la atmósfera de trabajo que se necesita, y que todo eso más que acompañar la curva de desarrollo de las tecnologías, le ha ido perdiendo inexorablemente el paso, por mas y mejores esfuerzos políticos y financieros que hagan gobiernos, propietarios, etc. Los fabricantes de hardware no han sido ingenuos en esto y han contribuido activamente a nuestra confusión festejando sus fiestas de venta masivas y ciegas de hardware.

¿Qué pasaría -preguntémonos- si en lugar de tanta parafernalia decidiéramos que la proyección del profesor (imaginemos: mapas, infografías, poemas, ejercicios, cuadros, fotos, videos... ) que hoy aparece digitalmente en el frente, o las laminas a la vieja usanza, apareciera en los celulares de los alumnos en el momento en que lo necesitan, y todos y cada uno de ellos pudieran acompañar su explicación por ahí?

¿Por qué no lo hacemos? Por las mismitas razones por las que las aerolíneas no hacen lo que LATAM ha decidido hacer. Por barreras simbólicas; por prejuicios de todo tipo; por intereses creados. En esto tal vez más que en todo lo demás, las condiciones de cambio están dadas. Y sus reverberaciones y sus horizontes de desarrollo me parecen inconmensurables, en todas las direcciones; se abre un mundo nuevo. Hace falta visión y voluntad política para dar el giro.

Como dije antes, estoy trabajando intensamente en esto.