Niños y elefantes, sin derecho a la vida ni a la libertad

Niños y elefantes, sin derecho a la vida ni a la libertad

Ya es hora de que se prohíba para siempre el comercio con la muerte y ya es hora de que la Humanidad cumpla el compromiso moral de acabar con sanguinarios que convierten la vida de los críos en tragedias.

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Cuando hace unas semanas vi a Luis Arranz en Documentos TV, recordé la última vez que nos vimos, en la primavera pasada, durante una visita a Madrid. Luis, biólogo, es el director del Parque Nacional de Garamba, en República Democrática del Congo, el único español con tan grande responsabilidad en el continente africano. Viajaba camino de Bruselas cuando se acercó a traerme unas impactantes fotos de elefantes masacrados al que entonces era mi puesto de trabajo. Imágenes de unos pocos de los 25.000 que se calcula que son abatidos cada año en África para comerciar con su marfil, según los datos de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies en Peligro, Fauna Salvaje y Flora (CITES) que el 3 de marzo comenzó en Bangkok.

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Tres crías de elefantes, masacradas por el marfil en Congo. Foto: Pablo Schapira.

Pero en el medio donde trabajaba entonces no interesaron. Con el elefante de Juan Carlos de Borbón tenían bastante... Tampoco mostraron interés en las fotos de niños malheridos por el salvaje guerrillero Kony, del Ejército de Resistencia del Señor, que acompañaban a los paquidermos. Criaturas con la espalda rasgada a latigazos que el biólogo encontró deambulando entre las fieras de Garamba, en una huida sin rumbo de las manos de quien hizo de ellos niños-soldado o niñas-esclavas.

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Uno de los niños huidos de Kony en Congo, rescatado en Garamba. Foto: Nuria Ortega.

Hoy las he vuelto a recuperar cuando ya las creía perdidas. Y con ellas, el trabajo de Arranz, al que conocí cuando le dieron el Premio de la Sociedad Geográfica Española, en 2000 y tuve ocasión de hacerle una entrevista.

En la última visita, Luis Arranz me contó que ya estaba funcionando el lodge turístico que ha construido en el Parque y que los accesos, desde Uganda, no eran complicados, pero que aún no llegaban suficientes turistas (pese a la espectacularidad del lugar). Por ello, andaba de aquí para allá buscando financiación para mantener Garamba, para pagar una prima a sus 400 rangers(porque el sueldo congolés es demasiado bajo), para poner en marcha proyectos en la zona que permitan a sus vecinos entender que proteger es más rentable que asesinar.

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Una de las crías, asesinada junto a su madre. Foto: Pablo Schapira.

En Garamba hay ahora, según sus datos, 2.900 hipopótamos, 6.000 búfalos, un centenar de jirafas y unos 2.500 elefantes donde había 70.000 hace sólo medio siglo. Para Arranz, son un tesoro que puede multiplicase... o desaparecer y por ello la vigilancia debe ser constante. Para tener controlados a sus gigantes de grandes colmillos, les coloca collares de transmisión. "En invierno se van al sur a por una especie de mangos que les gustan, pero si llueve prefieren el bosque y allí es más difícil controlarlos. La demanda de marfil no deja de aumentar, sobre todo en Asia, y encima hace unos años se permitió la caza mayor. ¿Cómo explicas a los de la aldea que un hombre blanco y rico puede matarlos y ellos no? La caza de elefantes autorizada hace mucho daño, aumenta el furtivismo", reconocía Arranz entonces, con argumentos similares a los que estos días se escuchan en Tailandia.

Y es que cazar ilegalmente paquidermos en Garamba no es difícil. Es imposible vigilar continuamente todo el territorio, pero si se puede trabajar para que los animales adquieran valor con otras fórmulas alternativas. "Nosotros tenemos programas educativos en las escuelas del entorno, llevamos a los niños documentales para que vean lo que hacen las crías, les invitamos al parque, y por ello no pueden ver a un blanco llevarse un colmillo", argumentaba.

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Foto: Nuria Ortega.

Luis Arranz no sólo conserva y protege, también investiga. Y con él, tres españoles y 12 congoleses que están haciendo una base de datos de los movimientos de los cocodrilos, antílopes, búfalos... "Pero ahora la principal tarea es que los furtivos no entren y, así, si los elefantes se reproducen podrán llegar a 15.000, y también queremos reintroducir el rinoceronte blanco. El último en libertad murió en 2006″, adelantaba.

Según sus datos, por el marfil de cada elefante muerto el furtivo gana unos 500 dólares (400 euros), dinero por el que se juegan la vida sin dudarlo. "CITES abrió el comercio y la demanda en China e India es tremenda. Pero ¿para qué se necesita? Pues para nada, sólo es un adorno. Y ¿cómo se puede creer que el cuerno de rinoceronte es curativo?"

Mientras me hablaba de la base de datos me iba enseñando las fotos. Ahora, al verlas de nuevo, me vienen a la cabeza las palabras reciente de un diputado llamado Tony Cantó, de UPyD, para quien "ni los toros ni el resto de los animales tienen dos derechos fundamentales: el de la libertad y el de la vida". Y pienso que los furtivos que mataron a esas crías de elefante debían pensar lo mismo.

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Elefantes en el Parque Nacional Garamba. Foto: Nuria Ortega.

Pero mis ojos también se iban a otras fotos. Las de unas espaldas marcadas de cicatrices, espaldas frágiles, que son el reverso de caras casi infantiles. Son las de algunos niños con los que se toparon los rangers de Luis Arranz, criaturas huidas de la esclavitud sexual y de la esclavitud de la sangre que se encontraron vagando por el Parque Nacional, con más miedo al sanguinario Kony que a los leones. "Cuando los encontramos, los llevamos con su familia de vuelta", señalaba Luis, sabiendo que ese es un retorno muy difícil, no siempre bien acogido.

Y Luis, durante largo rato, continuó describiéndome una situación extrema. Su batalla para conseguir que los elefantes vuelvan a ser los reyes de Garamba, para reintroducir el rinoceronte blanco, para recaudar fondos de aquí y de allá que permitan que la resurrrección de ese parque culmine con éxito para que un día sea sostenible, como lo es Serenguetti en Tanzania o Etosha en Namibia.

"Tengo a mi cargo 400 personas y casi 2.000 familias en el límite del parque. Cada año, los furtivos me matan a algún guarda. Y ahora, paso más tiempo haciendo informes que paseando entre la fauna salvaje. Pero de cuando en cuando cojo mi avioneta y desde el aire veo la naturaleza en todo su esplendor".

Hace meses que no sé nada de Luis ni de Nuria, su compañera. Pero en su batalla no pueden estar solos. Ya es hora de que se prohíba para siempre el comercio con la muerte y ya es hora de que la Humanidad cumpla el compromiso moral de acabar con sanguinarios que convierten la vida de los críos en tragedias.

Este artículo fue publicado originalmente en el blog de la autora: Laboratorio para Sapiens.