Un paseo por la literatura infantil rusa

Un paseo por la literatura infantil rusa

Los mejores autores infantiles no pretenden dar lecciones ni moralejas, dejan que la vida palpite en los libros, trasmitiendo sensaciones de dulce tristeza o alegría desbordante, tratando los temas esenciales de forma clara y comprensible para el pequeño lector.

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No sería una exageración decir que nombres como Tolstoy y Dostoyevski resultan familiares a todo el mundo. Sería tal vez lógico suponer que si había y hay genios de literatura para adultos tendrían que aparecer obras de gran talento para pequeños también. Sin embargo, esta faceta de la literatura rusa se desconoce casi por completo en España.

En su desarrollo, la literatura infantil ha pasado por un tortuoso camino, desde considerar en el Medievo al niño como un adulto deficiente -y por tanto contribuir a intentar hacerle mayor cuanto antes, metiendo en su vida intereses de los adultos-, hasta trasmitir el amor y respeto por la infancia. En el siglo XI, el libro servía solo para dar sermones y moralejas. Sin ningún pudor se cantaban las virtudes de los azotes y varas como medios que agudizaban la mente, fortalecían la memoria y convertían la maldad en bondad. Por el contrario, el siglo XIX regaló a la literatura infantil rusa casi todo lo que tenemos y amamos hasta ahora.

Pushkin, Pogorelskiy, Aksakov crearon unos encantadores cuentos con los que incluso en el día de hoy se inicia la lectura comprensiva en las escuelas. Los mejores autores infantiles posteriores, siguiendo la estela de los grandes escritores, no pretenden dar lecciones ni moralejas, dejan que la vida palpite en los libros, trasmitiendo sensaciones de dulce tristeza o alegría desbordante, tratando los temas esenciales de forma clara y comprensible para el pequeño lector.

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En nuestra editorial, aparte de acercarle al lector español libros de los mejores autores rusos y eslavos de literatura infantil, pretendemos difundir también un género literario más ingenuo y genuino -cuentos populares. Llegaron a nuestros días gracias a que en los años 50 del siglo XIX el folklorista, filólogo e historiador ruso Alexandr N. Afanasiev recorrió provincias, pueblos y aldeas, lugares recónditos de la extensa Rusia, recopilando cuentos eslavos que eran exclusivamente de tradición oral.

En total, el científico recopiló 640 cuentos que separó en dos partes: cuentos para niños y cuentos para adultos.

La recopilación de cuentos para adultos incluía dos colecciones: Leyendas populares rusas y Cuentos prohibidos. La publicación de la primera tuvo un éxito clamoroso, pues resultó que esas leyendas, que incluían a personajes del Antiguo y Nuevo Testamento, no expresaban los sentimientos piadosos del pueblo fiel a la doctrina de la Iglesia, como podía esperarse, sino una actitud negativa, y en ocasiones burlona, hacia la moral eclesiástica. La censura consideró sacrílegas las leyendas. La publicación fue secuestrada de las librerías y prohibida. Si la primera colección tuvo problemas, fue impensable publicar la segunda, que incluía textos con tintes eróticos dirigidos esencialmente contra el clero, grandes señores y terratenientes. Enviada clandestinamente a Suiza, fue publicada en 1872, un año después de la muerte de Afanasiev, quien por su constante dedicación al estudio de la creación popular y las creencias idólatras del pueblo, pasó a ser considerado un personaje peligroso y non grato para los poderes civiles y religiosos.

En los cuentos para niños, el mayor espacio está dedicado a los cuentos maravillosos (de hadas). Esos cuentos conservan vestigios de algunos usos idólatras muy antiguos, como la creencia de que existen espíritus dueños de los bosques, de los mares, de las montañas, de los elementos, el culto a los antepasados, la creencia en la hechicería... Sin embargo, no es esto lo que determina el valor y la vitalidad del cuento maravilloso. Hace tiempo que se han perdido esas creencias, y el cuento no es presentado nunca como realidad. Pese a todo su carácter fantástico, el mayor valor del cuento consiste en su capacidad de interpretar los elevados ideales vitales del pueblo.

El héroe a menudo es el hijo menor del zar o del campesino ,al que sus hermanos tienen por tonto. Pero cuando la vida exige acciones resueltas, el que era considerado tonto demuestra que posee unas cualidades morales excepcionales y gran fuerza de espíritu.

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Así es el príncipe Iván del cuento La princesa rana. El hijo menor del zar parece el más frágil y débil de la familia; es obediente, hasta tal punto de que se casa con una rana por decisión paterna. Sin embargo, tiene buen corazón y una mente aguda, lo que le permite ver la belleza que se esconde detrás de la apariencia del animal.

A pesar de que en un arrebato de vanidad e impaciencia le quema la piel a la rana, matando a su esposa, tiene el suficiente valor como para emprender su búsqueda al mundo de los muertos, sabiendo que este viaje puede llevarle a la perdición. Sin embargo, demuestra el coraje que se necesita para cruzar la frontera que separa el mundo de los vivos del de los muertos con el objetivo de rescatar a su amor de las garras de la muerte.

Este es el primer cuento publicado por nuestra editorial, que seguramente va a encantar tanto a los niños como a los adultos, y puede ser que añada un pequeño hilito más a los lazos que unen a padres e hijos.