La Copa del pueblo

La Copa del pueblo

Las cámaras se vuelcan siempre hacia los palcos y las corbatas, pero la realidad está siempre abajo, en la gente que se abraza celebrando o consolándose, en la gente que es feliz de una forma natural, sin imposturas y que no aprovecha el descanso para firmar una operación urbanística, sino para comerse el bocata o simplemente las uñas de tantos nervios.

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Hace dos años, en la final de Lisboa, hubo un momento, uno sólo, desagradable. En algún gol del Madrid, el realizador de televisión enfocó al palco en el que Florentino Pérez hacía una contorsión para felicitarse con José María Aznar. En el resto del estadio, miles de personas anónimas saltaban de alegría, otros tantos miles callaban desmoralizados y en nuestras casas millones hacíamos una cosa o la otra. Las cámaras se vuelcan siempre hacia los palcos y las corbatas, pero la realidad está siempre abajo, en la gente que se abraza celebrando o consolándose, en la gente que es feliz de una forma natural, sin imposturas y que no aprovecha el descanso para firmar una operación urbanística, sino para comerse el bocata o simplemente las uñas de tantos nervios.

El fútbol es del pueblo y uno se empapa de fútbol porque su padre, su hermana, su amigo del cole era de un equipo del que ya serás toda la vida. Yo soy del Madrid porque mi padre me llevaba al Bernabéu desde que tengo memoria. Entonces, a las entradas no había tornos, los abonos eran un cartón con una serie de cupones que iban cortando en cada partido. Mi padre me colaba hasta que a los seis años alguien le diría que ya no podía ser y me hizo socio.

Durante muchos años nos contaban que el Madrid era un equipo que ganaba Copas de Europa pero venía a ser como si nos contaran que España tenía una Armada Invencible. Nuestra experiencia real era que teníamos el maravilloso equipo de la Quinta del Buitre, que ganaba cinco ligas seguidas y eliminaba en una misma Copa de Europa al Nápoles de Maradona, al Oporto de Futre, al Bayern de Múnich... y caía en unas semifinales injustas contra el PSV Eindhoven.

La mitología del Madrid no se compadecía con lo que veíamos año a año. Pero eso nunca vencería a esa mitología: el Madrid era un equipo que ganaba Copas de Europa, aunque año tras año las perdiera.

Cuando marque el Madrid, las cámaras podrán enfocar a quien quieran, pero todos sabremos que el fútbol es del pueblo, de quienes nos abrazamos a nuestro padre en su salón, a nuestra amiga en el bar, a nuestra pareja en el estadio.

En 1998 pasó algo. El Madrid fue ganando eliminatorias y se plantó en la final de la Copa de Europa contra la Juventus de Zidane. El Madrid era peor equipo, había perdido la Liga en una mala temporada, la Juve se había instalado casi rutinariamente en las finales..., pero los madridistas, muchos de los cuales no habíamos vivido una victoria en Copa de Europa en nuestra vida, sabíamos que nuestro equipo era un equipo que gana Copas de Europa. Roberto Carlos tiró un disparo absurdo, rebotó en un defensa y cayó en Mijatovic, a quien le dio tan igual como al resto del universo que estuviera en fuera de juego, se dio la vuelta y colocó la pelota en un hueco que conducía a la portería.

El mito se hizo real de nuevo y desde entonces no nos hemos bajado de él. Fue la séptima Copa de Europa, y el Madrid ganó después una octava, una novena, una décima y disputará la undécima siempre en años en los que hace una temporada bastante floja, en los que no gana la Liga a veces de forma estrepitosa.

El fútbol es del pueblo, y al Madrid le pasa lo que al pueblo. Cuando se sabe capaz, es imparable. El Madrid ha vuelto a hacer de su mito realidad: primero supo que era un equipo que gana Copas de Europa y después se puso de nuevo a ganarlas.

Este sábado vuelve el Madrid a una final, allí donde se siente cómodo. En las finales de Copa de Europa, todos los equipos saben que es muy difícil. El Madrid es el equipo que sabe que sí, que se puede. Y cuando se sabe que se puede, el campo se pone cuesta abajo hacia la portería rival. Cuando marque el Madrid, las cámaras podrán enfocar a quien quieran, pero todos sabremos que el fútbol es del pueblo, de quienes nos abrazamos a nuestro padre en su salón, a nuestra amiga en el bar, a nuestra pareja en el estadio. El fútbol es del pueblo y el pueblo sabe que sí, que se puede.