El euro y el globo Montgolfier

El euro y el globo Montgolfier

El destino de Europa depende en gran medida de la cuestión aparentemente técnica del excesivo valor actual del euro frente al resto de divisas importantes, una situación que no es más que el reflejo del desacertado vacío estratégico de la zona euro, la única zona monetaria suficientemente suicida.

Actualmente el destino de Europa depende en gran medida de la cuestión aparentemente técnica del excesivo valor actual del euro frente al resto de divisas importantes, una situación que no es más que el reflejo del desacertado vacío estratégico de la zona euro, la única zona monetaria suficientemente suicida como para aceptar cargar con el peso de las devaluaciones del resto de divisas.

Aunque la reciente decisión por parte del BCE de reducir sus tipos de interés del 0,5% hasta el mínimo histórico del 0,25% ha dado lugar a una disminución muy leve de los tipos de cambio entre el euro y el dólar estadounidense -1,33 dólares por un euro-, estos tipos de cambio siguen siendo demasiado altos. En su creación como moneda única por un euro solo se pagaba 1,13 dólares, cifra que cayó momentáneamente más adelante hasta situarse por debajo del dólar y que luego subió hasta los 1,38 dólares, mientras que la libra esterlina y el yen japonés se han devaluado en un 25% gracias a una excelente coherencia política entre el banco central y el Gobierno de estos dos países.

El tipo de cambio del euro es demasiado alto en todos los niveles porque destruye en tan solo unos pocos días todas las ganancias de competitividad que tardan años en recuperarse y porque obliga a las empresas a reducir sus precios y despedir empleados a fin de preservar su competitividad interna y externa. Mediante la disminución de los costes de las importaciones, se reduce la inflación hasta un nivel que es demasiado bajo y que conduce a un consumo excesivo de energía. Está atrapado en un círculo vicioso en el que cualquier intento de reducir el déficit público por medio de la reducción del gasto público implica una mayor tasa de desempleo e intensifica la recesión económica. Y en última instancia, esto pondría a los países más endeudados en una posición en que no serían capaces de pagar su deuda pública sin saquear masivamente a los países más ahorradores. Un euro fuerte llevaría a la zona euro a la situación de Chipre.

Además, en el ámbito político provoca que el euro no sea popular y permite a sus enemigos denunciar su existencia, cuando es precisamente su inexistencia política su mayor fragilidad.

En efecto, el euro no desaparecerá si es demasiado débil. Pero se convertirá en políticamente inaceptable si es demasiado fuerte. Y acabará explotando cual globo que vuela demasiado alto.

Por el contrario, una drástica caída del valor del euro permitiría aumentar las exportaciones, reducir las importaciones de fuera de la zona del euro, crear puestos de trabajo, acabar con la deflación y reducir la deuda pública. Todo esto fortalecería el apoyo a la moneda única y aumentaría la credibilidad política de la zona euro.

Para lograr esta meta, Francia debe estar suficientemente convencida de todo lo aquí expuesto para poder disponer de la participación activa de los alemanes y del BCE en este empeño.

Los alemanes siguen siendo hostiles a esta idea, ya que cualquier cosa que pueda dar la impresión de una moneda débil y un retorno a la inflación les atemoriza. No por lo que se refiere a la democracia (Hitler, al contrario de lo que se cree, no llegó al poder para controlar la inflación, pero se controló después), sino por la ansiedad con respecto a la demografía: necesitan excedente comercial y estabilidad de precios para que este excedente siga creciendo para pagar las pensiones de las personas que ahora están empleadas, y es que las generaciones futuras no serán suficientes para poderlas financiar.

Tan pronto como los responsables políticos estén convencidos, los ministros de Hacienda solo tendrán que gritar al unísono, en toda reunión del Eurogrupo, que el tipo de cambio del euro es demasiado fuerte, y el BCE solo tendrá que responder diciendo que no se opone a una posible caída del valor del euro para que esto ocurra. Y si fuese necesario, el BCE todavía podría recortar sus tipos de interés, que siguen siendo superiores a los de la Reserva Federal, el banco central de EEUU (0,25% frente al 0,08 %).

Por supuesto, Estados Unidos será hostil a esto argumentando que a pesar de la fortaleza del euro, la balanza de pagos de la zona euro ha mostrado un excedente, mientras que la suya ha resultado negativa. Explicarán que los excedentes alemanes (que ya son enormes, porque hace tiempo ya eran más altos que los de los chinos) aumentarán de nuevo con un euro más débil. Probablemente. Pero, ¿por qué tendría que ser la eurozona la única en no utilizar las mismas armas que todos? Y los estadounidenses, que no se opusieron a la caída del yen ni de la libra esterlina, las monedas de sus principales aliados, no podrán hacer nada contra la debilidad del euro, si es que se decide y se lleva a cabo resueltamente.

Un euro más débil, con un alcance razonable -un euro por dólar- es, por lo tanto, una gran batalla; debe dominar el horizonte y movilizar todas las fuerzas. En Francia, esto debe convertirse en un importante reclamo complementario a todos los demás esfuerzos por restablecer la competitividad mediante la innovación. Cuanto más débil es el euro, más fuerte es la posición de Europa en el mundo. Y viceversa.