El discreto encanto de los pequeños rituales diarios

El discreto encanto de los pequeños rituales diarios

Nos hemos construido una vida con tantas obligaciones que vivimos en exclusiva para ellas, y a jornada completa, y el tiempo se convierte en un capital tan escaso que hemos de administrarlo con precisión de metrónomo. Sacamos tiempo ubicando nuestras existencia en el centro de todos los servicios y tal vez en la periferia de lo que debería importarnos más: nosotros, si no tuviéramos que cumplir con el deber inexcusable de llegar a todo para no sentirnos culpables.

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Nos hemos construido una vida con tantas obligaciones que vivimos en exclusiva para ellas y el tiempo se convierte en un capital tan escaso que hemos de administrarlo con precisión de metrónomo. Sacamos tiempo ubicando nuestras existencia en el centro de todos los servicios y en la periferia de lo que debería importarnos más: nosotros, si no tuviéramos que cumplir con el deber inexcusable de llegar a todo para no sentirnos culpables. Una tarea tan enorme que nos deja sin perspectiva e incluso, a veces, nos aplasta.

Compramos cuanto necesitamos en el mismo supermercado, y a poder ser dentro de un centro comercial, para que al pasar frente a los escaparates cojamos aquello de lo que nos encaprichamos sin pérdida de tiempo ni tiempo para pensarlo ni casi desearlo, como se pasa por los lineales de los alimentos al hacer la compra semanal. Compramos las verduras ya lavadas, cortadas y envasadas, el fiambre loncheado y empaquetado, el pescado rebozado, los fideos en un bote y los caldos preparados. Compramos la cebolla frita y enlatada, los huevos ya batidos con o sin las claras, los panes acuchillados en rebanadas exactas, siempre blandos y esponjosos para que no nos cueste tragar; y los yogures, con tantos componentes extraños, que en el tiempo dedicado a comernos uno nos cura de diez cosas diferentes a la vez... ¡Qué cosas!

Y todo esto está muy bien, porque hace que nuestra vida sea más sencilla y dediquemos todo nuestro tiempo a lo más importante: trabajar mucho para poder ir mañana de nuevo al centro comercial, que el ciclo vital del consumo no pare; y poder caer rendidos, por fin, en el sofá cuando llega la noche.

Y es que estamos tan obsesionados con facilitarnos esta vida a la que nos han empujado, con hacer de cada gesto un acto sencillo, que tendemos a simplificarlo todo y a perder esa sensibilidad por los pequeños rituales que hacen de nuestras rutinas un lugar más habitable y bonito. De tanta simplificación estamos construyendo un paisaje de inercias sencillas pero sin alma que despojan de cualquier encanto a todo cuanto hacemos, y muchas veces renunciamos al placer del viaje que nos acerca a un destino por alcanzarlo cuanto antes. Creo firmemente que las personas que saben ver y aprovechan ese viaje logran pequeñas victorias al tiempo que les hacen más felices.

No me refiero al placer de una carta o una postal frente a la inmediatez de un whatsapp, que también. Ni al encanto del revelado frente a la foto digital. O la delicia de un viaje en tren haciendo volar el paisaje en sentido contrario, y tantas otras cosas propias de una vida menos ajetreada. No. Me refiero a pequeños placeres que se empeñan, y nos empeñamos, en sustituir por gestos que dejan sin huella su paso por nuestros días. A poco que pensemos nos vienen multitud a la memoria, pero hay dos que en particular me irritan y me sorprenden: los tapones de rosca en las botellas de vino y las cafeteras de última generación.

Con los vinos con tapón de rosca pasa como con el café y la Nespresso: le quitas el ritual del descorchado o de su preparación y pierden todo su encanto.

Se convierten en bebidas para sedientos que valoran sólo el contenido y menosprecian el protocolo. Un vino que sirves en la copa después de un leve giro de muñeca y el sonido seco de romper las rótulas al tapón, no sabe igual que después de un descorchado elegante y al ritmo ceremonioso de su extracción. Por mucho que lo exijan en ese formato los países importadores para facilitar su consumo, se convierte en un placer a medias, en un placer que deja un poso melancólico.

Del mismo modo, el sonido de sirena de fábrica de una Nespresso, ronco y frío, jamás podrá sustituir la musicalidad del café que va emergiendo, ni a su aroma flotando en el ambiente. Una cocina que se despereza sin esos ingredientes es una cocina sin alma que deje huella en nuestra memoria, por más crema que tengamos en la taza.

Pequeños rituales que dotan de encanto a las rutinas diarias y las llenan de significado. Es como si en la ceremonia japonesa del té valorásemos más beberlo que la magia de su preparación y de servirlo.

¿Te imaginas que en tu primera cita para cenar en su en su casa, esa que esperas sea memorable, te ponga en el plato una pizza congelada y encima mal horneada? Por mucha ceremonia con que la haya sacado del envoltorio, si ha dedicado solo ese tiempo en intentar alagarte, vale la pena que te des la vuelta y que te vayas, porque seguro que todo lo que sucederá después será tan rápido como poco elegante y falto de sensibilidad.

Aquí te dejo una receta que te hará quedar como un chef de primera, a pesar de la sencillez en su elaboración (de la que nadie tiene por qué enterarse) puesto que muestra el mimo con que se ha preparado. Un plato fácil, que no delata a quien lo prepara por su rapidez, que asegurará el éxito en todas tus citas:

Cuscús Facilón. La combinación del pulpo y la Pericana con el cuscús hacen de esta receta un plato elegante y de fácil digestión, llena de color y sabor, que sorprenderá a todo el que lo pruebe. Te aseguro que no quedará ni un pequeño grano en el plato.

Que lo disfrutes.

NECESITARÁS (para 4 personas)

  • 200 g de patas de pulpo cocido.
  • 1 bote de 200 g de salsa pericana.
  • 150 g de ajos tiernos limpios y troceados.
  • 300 g de cuscús.
  • 300 g de caldo de pescado.
  • Sal y pimienta.
  • Aceite de oliva virgen extra.

ELABORACIÓN

  1. Calienta un poco de aceite en una sartén y sofríe los ajos tiernos. Cuando veas que ya casi están incorpora las patas de pulpo troceadas, remueve, salpimienta y que sofría un poquito.
  2. Incorpora la pericana y deja que cueza todo junto 2' o 3'. Añade el cuscús y remueve.
  3. Añade el caldo sigue removiendo y apaga el fuego. Que el cuscús vaya absorbiéndolo. Prueba el punto de sal y rectifica a tu gusto. Remueve de tanto en tanto para que quede bien suelto y los sabores conjuntados.
  4. Emplatado: servir recién hecho en plato hondo.

Sencillísimo, rápido, económico y delicioso. A disfrutar.

NOTA

Puedes sustituir el cuscús por fideo fino y hacer una fideuá directamente en la sartén. Está igualmente exquisita. Si no encuentras Pericana (pasta intensa y contundente, troceada muy fina, normalmente para untar, típica del interior de Alicante, elaborada con pimiento seco y bacalao o capellán), puedes hacer una pasta similar desmigando, cortando muy fino y friendo bacalao desalado junto a tomates y pimientos secos bien picados, y ajo. No es lo mismo pero se asemejará, y te aseguro que el resultado será igual de bueno. Yo he utilizado una ya elaborada.

MÚSICA PARA ACOMPAÑAR

Para la elaboración: Feeling Good, Muse

Para la degustación: Mi guitarra y vos, Jorge Drexler

VINO RECOMENDADO

Atance Bobal tinto. DO Valencia

DÓNDE COMER

Es un plato sencillo, pero estiloso y elegante, propio para quedar como un Masterchef, pero sin máster (sin problema, nadie tiene por qué enterarse de su sencillez, al contrario). Por tanto, viste bien la mesa, el vino que esté en su punto de temperatura y en abundancia, la luz adecuada, la música recomendada, la mirada... Y a triunfar, en todos los sentidos.

QUÉ HACER PARA COMPENSAR LAS CALORÍAS

¿2+2? Si no me das más datos...