Jordi Pujol o el mito de los reyes magos

Jordi Pujol o el mito de los reyes magos

El gran problema de la decepción y el descreimiento es en quién creer a estas alturas cuando los mitos caen, como caen los reyes magos cuando el primo listillo te dice que no existen, que son tus padres ¿Cuántos Pujoles continúan emboscados en los diferentes partidos? ¿Cuántos por obra u omisión han participado del festín?

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Los reyes magos no existen. Murieron por descreimiento la peor de las muertes, en el instante en que el niño, perplejo ante una realidad inesperada, descubrió que no eran de verdad y dejó de creer en ellos. Jordi Pujol también ha dejado de existir, ha muerto como figura política por decepcionante, desde el momento en que, en un gesto de inmolación inducida -seguramente por unas circunstancias que le han arrastrado a ello-, dio a conocer su faceta más zafia y grosera, ganándose una muerte merecida y vergonzosa en el despiadado mundo de los mayores. Como en las tragedias griegas, donde los dioses sucumben ante las pulsiones humanas, Pujol se ha mostrado a los ojos de los mortales como el más ruin de ellos. Ya no hay sitio para él en el Olimpo. Ha perdido, a golpe de decenios de mordidas, su silla en el lugar reservado a los justos y honorables.

Qué desilusión dejar de creer en los reyes magos, mudar de la creencia incuestionable en el mito al fraude que se descarna ante los ojos. Qué decepción tan grande que los intereses más espurios e ilegítimos hayan estado siempre por delante de lo ético y lo moral, porque más allá de la doctrina que representaba el ideario político de Pujol, había una figura de dimensiones políticas inabarcables y fuera de toda duda. Sin embargo, los reyes magos no sólo no existían, sino que además te robaban los juguetes, y eso no se puede perdonar.

Jordi Pujol se ha mostrado como un ratoncito Pérez deshonesto y ramplón, que en lugar de dejar un regalo bajo la almohada del niño se lleva el diente riéndose a escondidas. No ha tenido en cuenta que los cuentos, como los mitos, encierran siempre una metáfora moral de la vida, que cuando les cambias el final se convierten en parodias de sí mimos, perdiendo totalmente su significado.

Jordi Pujol, como un rey mago malvado o un ratoncito Pérez desenfrenado, es un villano que no sólo ha hundido su persona y su familia en la vergüenza más absoluta, sino que genera vergüenza ajena. Ponerse en su lugar y a sus años, sometido al escarnio público desde que se levanta hasta que se acuesta, desde que aparece en el portal de su casa hasta que apaga el televisor o cierra el diario, debe ser muy duro y vergonzoso.

Cabría preguntarse si quienes diariamente se apostan en la puerta de su casa a increparle a él y a su familia llamándole ladrón, lo hacen dolidos por la fortuna amasada o por la decepción que ha generado en sus corazones, pues es muy raro que nadie personalice su rabia cuando el dinero no ha salido directamente de su bolsillo. Y es que, cuando un mito muere, algo de nosotros muere con él: esa inocencia basada en la credulidad y la buena fe que nos hace creer sin cuestionarnos nada; una forma de creencia casi religiosa.

El problema con los reyes magos o el ratoncito Pérez una vez conoces su secreto es que es muy difícil volver a creer en ellos de nuevo. Es imposible. Y eso es triste y desilusionante a la vez, porque te conviertes en un descreído. Cuando la decepción y las pruebas contra ti son inapelables, todo se ha acabado. Quien ha decepcionado alguna vez lo sabe bien, nunca vuelve a ser ya lo mismo, algo se ha roto, algo se ha perdido para siempre, y ni los actos más puros y sinceros, ni los años logran borrar el recuerdo de la decepción. Comentaba Felipe González al respeto del escándalo Pujol, que creía en su inocencia, que tal vez con su inmolación lo que hacía era proteger otros intereses, seguramente familiares. El problema es que las pruebas confirman lo contrario, que los Pujol, con el padre a la cabeza solicitando y aceptando comisiones en propia mano, se habían convertido en una auténtica fábrica de hacer dinero, los reyes de la mordida barcelonesa, una movida que llevaba años a pleno rendimiento a la sombra del poder. Era vox populi. Decía Pasqual Maragall que "el problema de CIU se llama 3%". Corría el año 2005. Si era algo que se sabía ¿por qué todos callaban? Tal vez porque todos tenían por qué callar. Todos a través del cobro de comisiones, de favores o de silencios cómplices eran culpables de lo mismo. En un mundo sibilino donde las reglas las marca el propio interés, saber de los demás vale tanto como el dinero: saber para arrojar cuando interesa, como ahora, en plena efervescencia independentista; saber para callar y no verse arrastrado.

Lo único coherente de toda esta historia ha sido el cierre del Centro de Estudios Jordi Pujol. Su existencia era pura ironía desde el momento en que llevaba 10 años impulsando "...un pensamiento político contemporáneo que actualice y refuerce los principios básicos que han marcado la trayectoria personal del President Jordi Pujol". Ahí es nada.

El gran problema de la decepción y el descreimiento es en quién creer a estas alturas cuando los mitos caen, como caen los reyes magos cuando el primo listillo te dice que no existen, que son tus padres ¿Cuántos Pujoles continúan emboscados en los diferentes partidos? ¿Cuántos por obra u omisión han participado del festín? En nuestras manos está descubrirlos y tirarlos. En nuestras manos está cambiar el orden de las cosas. Unas manos que como el viento sean capaces de arrastrar cuanto sobra.

Tan sólo un viento perturbador y ruidoso que mueva las hojas, que sacuda las ramas y desnude el tronco de los árboles.

Tan sólo un viento agitado y turbulento que estremezca las raíces y marchite la sabia vieja.

Tan sólo un viento díscolo e inquieto que libere la tierra, que arrastre cuanto le sobra y la llene nuevamente de vida.

Tan sólo un viento impaciente y travieso que desordene la mesa y la limpie y te deje en el plato como invitado.

Tan sólo un viento perturbador y ruidoso, agitado y turbulento, díscolo e inquieto, impaciente y travieso. Voraz.

Nada más.

Ojalá que sea así. Para todos los que deseamos que llegue ese día y celebrarlo, esta receta: gelatina de vermut con aceituna, el cóctel comestible, la tapa-cóctel. Fácil, sin tapujos, ligero y fresco como un viento de primavera, que combina la sutileza del vermut y la carnosidad de la aceituna en una textura diferente plena de cromatismo, que nos hará experimentar todo un mundo de sensaciones y no dejará indiferente a nadie. Para quedar bien en cualquier parte.

Que lo disfrutes.

NECESITARÁS (para 4 personas)

  • 1 vaso de agua de vermú blanco o negro.
  • Aceitunas rellenas.
  • 3 hojas de gelatina.

ELABORACIÓN

  1. Calienta el vaso de vermú en el microondas (sin que hierva) y disuelve las 3 hojas de gelatina.
  2. Introduce en vasos de chupito 1 ó 2 aceitunas rellenas y llénalos con la preparación.
  3. Deja enfriar en la nevera al menos 2h y listo.

Umm, espectacular, sorprendente y buenísimo.

NOTA

Puedes poner en el chupito en lugar de aceitunas berberechos, aunque la aceituna realza más el punto sofisticado de esta tapa. Otra forma de presentar la tapa es con aceitunas, por ejemplo de la variedad gordal de mayor tamaño, deshuesadas y rellenándolas de gelatina con la ayuda de una jeringuilla; sin embargo, el efecto de la gelatina fuera y la aceituna atrapada en ella para mi gusto es mucho más aparente, más con vermú blanco, donde destaca más ésta, que con vermú negro.

MÚSICA PARA ACOMPAÑAR

Para la elaboración: How You Like Me Now, The Heavy

Para la degustación: You're Goin' Miss Your Candyman, Terry Callier

VINO RECOMENDADO

Mal combina una tapa que lleva incorporada la bebida con otra igual o de la misma naturaleza: Vermut Vall de Xaló. Bodegas Xaló, Alicante. Un peculiar y excelente vermú de uva moscatel.

DÓNDE COMER

Es un bocado de cóctel, por tanto de pie, al aire libre, vestidos con la mejores galas y yendo de corrillo en corrillo, a la caza de las mejores y más divertidas conversaciones, del mismo modo que se hacen los negocios, los limpios y los turbios, pero sin impostura, ni engañando a nadie.

QUÉ HACER PARA COMPENSAR LAS CALORÍAS

Casi, casi, esperar al siguiente plato, porque éste realmente es un suspiro que, aunque leve, es difícil de olvidar...sírvete otro mientras tanto, no te arrepentirás.